Mezclar la politica con el deporte
A partir de 1959, paralelamente al discurso que proclamaba que el deporte era un derecho del pueblo, los gobernantes cubanos utilizaron la práctica deportiva como un parámetro que marcaba la supuesta ventaja de su sistema político.
Comenzaba a manifestarse de esa manera lo que la voz popular calificaría como "la mezcla de la política con el deporte", una estrategia que sin dudas se alejaba del más puro espíritu preconizado por Pierre de Coubertain, el fundador del olimpismo moderno.
Esa injerencia de la política en el deporte posibilitó que los atletas de primer nivel constituyeran una especie de casta privilegiada, con prebendas y una alimentación que no estaban al alcance del cubano de a pie. Claro, esos deportistas eran los que en Juegos Centroamericanos, Panamericanos y Olimpiadas iban a demostrar la "superioridad" del socialismo.
Pero semejante política traería también perjuicios para el desarrollo del deporte nacional. Como quiera que el Comité Olímpico Cubano siempre ha sido un pelele de los gobernantes de la Isla, Cuba no asistió a las Olimpiadas de Los Ángeles 1984 y Seúl 1988. ¿El motivo?, pues el deseo de Fidel Castro de congraciarse con la entonces Unión Soviética y con la dinastía Kim de Corea del Norte.
Por supuesto que el béisbol, teóricamente nuestro deporte nacional —y digo teóricamente porque ya el interés por el fútbol internacional casi lo desplaza—, no ha estado exento de interferencias por parte de la política. Primero fue la eliminación de la liga profesional en 1960, dando al traste con la existencia de los populares equipos Habana, Almendares, Cienfuegos y Marianao, y tener que soportar que el máximo líder se vanagloriara de que "la pelota libre hubiese acabado con la pelota esclava". Y después la actitud de las autoridades ante la decisión de muchos de nuestros mejores peloteros de abandonar la Isla para jugar en otros circuitos internacionales, especialmente en las Grandes Ligas de EEUU.
La propaganda oficialista califica a tales peloteros de "desertores", y borra sus nombres de las estadísticas de las Series Nacionales de Béisbol. O sea, como si nunca hubieran existido para el deporte nacional.
Ese sentimiento de exclusión constituye el principal impedimento para que Cuba pueda presentar un equipo unificado en los Clásicos Mundiales de Béisbol, tal y como acostumbran las potencias beisboleras del área, como República Dominicana, Puerto Rico y Venezuela, entre otras.
Pero hay derivaciones aún más lamentables. Esa exclusión, que incluye una dosis apreciable de odios y rencores, es defendida también por algunos peloteros que decidieron permanecer en la Isla. No hace mucho el receptor villaclareño Ariel Pestano, al hacerse eco de rumores que han circulado internacionalmente, expresó que incluir en el equipo Cuba a los peloteros que abandonaron la Isla era una falta de respeto hacia los que se quedaron, quienes por defender la "dignidad nacional" habían renunciado a varios millones de dólares.
Lo cierto es que la presencia de Cuba en el actual IV Clásico Mundial de Béisbol, con solo los peloteros que juegan en el país, debe de haber incidido en la pobre actuación de la Isla. Tras avanzar en la primera ronda del evento, el equipo cubano perdió sus tres juegos de la segunda ronda, incluyendo una derrota ante Holanda con abultado marcador de 14-1. Un resultado que ha dejado sin argumentos ni justificaciones a técnicos, especialistas y periodistas que cubren la esfera del deporte.
Ahora, con más calma, vendrán los análisis de los sesudos y mandamases del béisbol nacional. No se descarta que lleguen a la conclusión de que, en efecto, convendría convocar a los peloteros de la diáspora como única manera de colocar el nivel de la pelota cubana a la par del de otras naciones del área. Sin embargo, la sombra de la política podría eclipsar nuevamente al deporte.
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