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viernes, 4 de abril de 2014

La Apertura de Castro no significa Apertura en Democracia | Cubanet

Los problemas de la oposición | Cubanet



EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO





Los problemas de la oposición




No se deben tanto a la represión policial como a nuestras
debilidades culturales. La base de la democracia está en el ciudadano.
Sin respetar la pluralidad de opciones no habrá cambio democrático















Manuel 2LA
HABANA, Cuba. –Nuestra cultura y mentalidad se han negado por siglos al
auto examen y a la mirada interior. El resultado ha sido devastador
para la construcción de un proyecto de nación sólido y perdurable. Los
demócratas cubanos hemos heredado esa condición cultural que parece
insuperable.



Si Cuba ha sido tomada en serio por sus mitos, nunca ha podido ser
tomada en serio por sus políticos. A diferencia de otras esferas, la
política jamás ha sido entre nosotros un campo de alta realización
humana. Cuatro déficits pueden explicar esto: déficit ético,
déficit del sentido de lo político, déficit institucional y déficit
psicológico; este último, fundamental porque tiene que ver con la
maduración psíquica.



Frente a las herencias culturales caben al menos dos actitudes: ocultar
nuestras precariedades políticas, bajo la coartada de nuestra supuesta
misión histórica; o develarlas, asumiendo con valentía nuestros
defectos.



Creo conveniente la segunda de las
actitudes. No somos responsables de nuestras herencias. Pero sí somos
responsables por las posiciones que adoptemos frente a ellas. Porque
resulta cada vez más claro que el escrutinio de nuestros modales y
actitudes está tecnológicamente garantizado. No nos podemos esconder. Un
dato excelente para la ecología política.  



En tanto oposición, no hemos estado
a la altura de los desafíos ni de las expectativas creadas. Nuestro
problema no radica en la falta de éxito, sino en la ausencia de examen,
al hábito de transferir la culpa por nuestros fracasos, a nuestra
incapacidad para revisar nuestras actuaciónes y conceptos políticos. De
ahí la fácil personalización de los conflictos y la pérdida de
perspectiva del momento histórico. Dos de los acentos agudos del
castrismo.



La decencia pública


El cambio que se verifica en Cuba, en medio de una crisis sin
precedentes históricos, no desembocará necesariamente en la
democratización política de la sociedad. La condición necesaria para
ello está amenazada, entre otras cosas, por nosotros mismos. Contrario a
lo que afirman algunos críticos, la razón fundamental de este desfase
no tiene que ver con la capacidad intelectual, sino con nuestra
incapacidad para abrirnos a una nueva decencia pública.



No es cierto que para lograr el
cambio democrático haya que poseer conocimientos previos. El culto al
saber es garantía para la aristocracia intelectual y, en condiciones
propicias, para el desarrollo técnico y económico; no lo es para la
democracia. La intolerancia, el irrespeto, la facilidad para sucumbir a
las historias de enredo y la incultura cívica son las que minan las
fortalezas creadas para resistir los usos y abusos despiadados del
poder, y las posibilidades para construir los espacios de sentido común
que hacen a la democracia. Carencias que abundan en una sociedad
altamente instruida como la cubana. 



Y nuestra peripecia histórica como
oposición ha alimentado una percepción que estimo falsa. Nuestras
precariedades no se deben tanto al uso eficaz de las técnicas de
penetración policial como a la hábil explotación de nuestras debilidades
culturales. Donde no han podido triunfar ni la fuerza, ni el manual o
la tecnología, han podido hacerlo la retroalimentación del cotilleo, la
incontinencia verbal, la ausencia de humildad y los usos migratorios de
la disidencia política. 



La revisión permanente


¿Podemos potenciarnos? Pienso que sí. Ello pasa por incorporar seis recursos insustituibles.


Primero, la revisión permanente de
nuestro curso, de nuestros discursos y de nuestro lenguaje. Si ninguna
sociedad que se respete admite los dictados desde el exterior, ninguna
sociedad que se pretenda madura puede darse el lujo de que la crítica de
sus fallas y vicios sea primero revelada por los extranjeros. Esto
último entrecomilla nuestra condición de adultos.



Segundo, la proyección ética de nuestros comportamientos. El reconocimiento en los otros y de
los otros es la premisa ética para colocarnos más o menos a la altura
de los acontecimientos. Y no hay que ir a la escuela para asumir esa
premisa ética.



La unidad de la oposición puede que
no sea posible dada la gama diversa de matices, proyectos loables y
talantes políticos, pero el respeto es imprescindible para animar la
nueva decencia pública que exige una sociedad basada en el
reconocimiento y la legitimación de las diferencias. No es obligatorio
resultar simpáticos entre nosotros. 



Tercero, la conexión con los
ciudadanos. A diferencia de todos los demás regímenes, la base esencial
de la democracia está en el ciudadano. Sin expresar sus intereses ni
respetar la pluralidad de opciones no habrá cambio democrático.



Cuarto, la imaginación creativa.
Llegar a metas globales y abstractas exige la adecuación entre las
propuestas y los intereses concretos de la gente. Identificar qué
quieren los ciudadanos y expresar sus demandas como portavoces es
esencial. Solo con la retroalimentación y el acercamiento humilde a los
ciudadanos podremos avanzar y afianzar diseños estratégicos. 



Quinto, la institucionalización de
las alternativas. La democracia no empieza ni termina con nosotros. Sin
organizaciones institucionalizables y reglas del juego claras, asumidas y
respetadas la democracia posible estará sujeta a los vaivenes y
caprichos humanos, no a su concepto básico
: la regulación neutral y pacífica de intereses y diferencias.  



En sexto y último lugar, es necesario asumir cierta inteligencia
emocional. El control de nuestras emociones y pasiones es un requisito
imprescindible para el éxito de la vida democrática. La democracia no
elimina los conflictos y las tensiones, solo los regula pacíficamente.
Sin la debida distancia que despersonalice dichos conflictos, faltará la
elegancia de estilo de quienes se supone hemos renunciado a la verdad
absoluta.



El desván de la historia


No debemos alimentar la
eventualidad de que la comunidad internacional se resigne a cualquier
evolución de los acontecimientos en Cuba. Así ha sido leído el reciente
acuerdo para iniciar el diálogo político entre la Unión Europea y Cuba.
Que dicha comunidad vea como suficiente que un gobierno, en alguna de
las versiones factibles de las dictaduras blandas, pague sus deudas,
abra sus mercados, tolere la crítica y el postmodernismo culturales, y
controle las consecuencias posibles de los conflictos probables.  En
estos términos, poco podríamos hacer para que los demócratas del mundo 
—sean gobiernos, instituciones o personas—  recuperen la esperanza de
que la democracia cubana es viable.  



En términos democráticos, sin
embargo, la democracia futura nos necesita. A estas alturas hay
suficiente evidencia histórica de que, dejados a su evolución, los
regímenes dictatoriales o totalitarios no avanzan hacia la democracia.
Parte de la Europa del Este nos demuestra el punto. Está demostrado que
aquello resulta imposible sociológica, cultural y psicológicamente. Solo
la existencia de vigorosas fuerzas democráticas en cualquier presente
garantiza la democracia en cualquier futuro.  



Pienso finalmente que, con las
apuestas democráticas realmente existentes, podemos desempeñar el papel
que nos corresponde. Tenemos la conciencia, la retórica y los
instrumentos adecuados. Solo nos falta incorporarlos. Una tensión
difícil y edificante que yo asumo en el día a día, y cuyo ejercicio no
debemos demorar para no seguir retardando  nuestra entrada al concierto
de naciones libres. Y todos podemos asumir la tarea. 



Solo un tipo de mentalidad es el
prerrequisito forzoso para construir un proyecto específico de sociedad y
de convivencia.  Consciente de que el siglo XXI llegó para complejizar
nuestros desafíos, me parece bueno resaltar uno de los retos de ese tipo
de mentalidad
: el
de la política hecha y pensada con decencia. En ella, solo los medios
justifican los fines. Dejemos el castrismo en el desván de la historia.  









Acerca del Autor







Manuel Cuesta Morúa (31 de diciembre de 1962).
Licenciado en Historia. Portavoz Partido Arco Progresista. Coordinador
Plataforma Nuevo País

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