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jueves, 27 de febrero de 2014

#Venezuela y #Ucrania, por Fernando Mires Pravda!!

Venezuela y Ucrania, por Fernando Mires « Prodavinci



EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO



Venezuela y Ucrania, por Fernando Mires

Por Fernando Mires
| 25 de Febrero, 2014
Venezuela y Ucrania, por Fernando Mires 640
Las comparaciones, aunque uno no las
quiera hacer, resultan inevitables. Las imágenes televisivas surgían
unas detrás de las otras y hasta el día de la caída de Yanukóvich (22 de
Febrero)  las demostraciones callejeras parecían confundirse entre sí.
Como dijo Daniel Cohn─Bendit: “Venezuela marcha a la sombra de Ucrania” .
Mucho estudiantado, mucha cara joven,
muchas mujeres, mucha violencia militar y para-militar, mucha cadena
presidencial, muchas mentiras e insultos gubernamentales, muchos
muertos, heridos, prisioneros, y por si fuera poco, figuras emblemáticas
de la oposición, la ucraniana Julia Timochenko y el venezolano Leopoldo
López, los dos sujetos a la arbitrariedad de una justicia no
independiente, pagando en prisión culpas de hechos imputados pero nunca
cometidos. Similitudes que no son casuales. No hay nada más parecido
entre sí que las revueltas populares y democráticas.
También es inevitable comparar al tipo
de gobierno que regía en Ucrania con el que hoy domina los destinos de
Venezuela: Dos gobiernos personalistas, demagógicos, autoritarios,
violentos, militaristas.
Del mismo modo, los nombres de
Yanukóvich y Maduro no pueden ser inscritos en la larga lista de
dictadores de tipo “clásico”, toda vez que ambos alcanzaron el gobierno
por medio de elecciones. La diferencia reside en que las que dieron como
triunfador a Yanukóvich en Febrero de 2010 fueron más limpias y por lo
mismo más legítimas que las que llevaron al gobierno a Maduro en Abril
de 2013.
Lo importante en todo caso es que ambos
gobernantes pueden ser situados dentro del marco tipológico de las
llamadas dictaduras y/o autocracias electoralistas que hoy infectan al
planeta desde Zimbawe en África, pasando por Rusia y Bielorusia en
Eurasia, Hungría en Europa Central, hasta llegar a Venezuela en América
del Sur.
Pero dejemos las ostensibles semejanzas a un lado. Más importantes en este caso parecen ser las diferencias.
La primera de ellas, aparte de que la
sublevación ucraniana está llegando a su fin y la venezolana recién
comenzando, reside en el hecho de que las multitudes de jóvenes que 
atestaron las calles de Kiev y otras ciudades de Ucrania en noviembre de
2013, no salieron a pedir de inmediato la cabeza del mandatario,
tampoco exigieron su renuncia y en ningún caso su salida, como
intentaron hacerlo algunas fracciones radicales de la oposición
venezolana el 12-F.
No son pocos los publicistas que
interpretaron el precipitado llamado de Leopoldo López y Corina Machado
(“La salida”) como un intento dirigido a arrebatar a Capriles el
liderazgo ganado en el plano electoral. Quizás esa es la razón por la
cual López y Machado quisieron imponer al movimiento, justo en su fase
inicial, un carácter maximalista, error fatal que Leopoldo López paga de
modo muy duro. Ese hecho contrasta con el realismo de las grandes
demostraciones ucranianas, sobre todo las del 21 y 24 de Noviembre en
Kiev, las que solo exigían que Yanukóvich no retirara su petición de
ingreso a la EU lo que en buen ucraniano significaba, no aceptar la
subordinación a Rusia. El derribamiento de la estatua de Lenin en Kiev, 8
de Diciembre de 2013, fue en ese sentido un acto tremendamente
simbólico.
Ocurrió solo después del 17 de Diciembre
─es decir, después que Yanukóvich acató las ordenes anti-europeas de
Putin a cambio de empréstitos y mayores provisiones de gas a Ucrania─
cuando desde las multitudes comenzaron a escucharse las primeras
consignas a favor de la salida del mandatario. Poco después, la gran
demostración ya no solo estudiantil, sino popular del 12 de Enero de
2014, cambió el orden de la agenda política. A partir de ese día los
partidos y la población ucraniana entendieron que la solución de la
cuestión nacional pasaba por el llamado a nuevas elecciones. La
destitución del alcalde de Kiev el 24 de Enero y la decisión de
Putin/Yanukóvich de reprimir las manifestaciones a sangre y fuego,
aceleraron los acontecimientos.
Desde fines de Enero de 2014 la multitud
comenzó a exigir insistentemente la dimisión de Yanukóvich y el regreso
al parlamentarismo consagrado en la Constitución del 2004. El resto lo
puso el mismo Yanukóvich. Su torpe maldad destinada a movilizar al
ejército en contra de su pueblo no fue aceptada por algunos generales
quienes en un comunicado emitido el 31 de Enero exigieron a Yanukóvich
construir una solución política y no militar frente al conflicto. La
suerte de Yanukóvich ya estaba sellada.
Pero aún así, el 6 de Febrero, los
principales líderes del movimiento, Vitali Klischko y Arsen Avakov,
exigieron a Yanukóvich, como última alternativa para garantizar su
sobrevivencia política, la restauración del sistema  parlamentario
consagrado en la Constitución de 2004, la liberación de todos los presos
políticos y un llamado a nuevas elecciones en el plazo más breve
posible. Contaban, además, con el apoyo diplomático de la EU a través de
Alemania, Francia y Polonia.
Yanukóvich, no se sabe aún si por
estupidez o simplemente debido a su extrema subordinación a Putin,
realizó en cambio un último esfuerzo para detener las demostraciones por
medio de la violencia. Resultado: Más de cincuenta muertos, cientos de
heridos en las calles. Al fin, cercado y derrotado, Yanukóvich no tuvo
más alternativa que ceder frente a las demandas de la oposición.
El 22 de Febrero, Yanukóvich, sabiendo
que los crímenes en contra de su pueblo no serán jamás perdonados,
emprendió la fuga. No tenía otra alternativa. La protesta ya se había
transformado en rebelión y la rebelión, paso a paso, se había convertido
en una revolución política y social.
Para decirlo en clave de síntesis, la
revolución ucraniana tuvo un carácter escalonado y un ritmo gradual. Los
políticos de la oposición, a su vez, tuvieron la capacidad de ir
corrigiendo la agenda en la medida en que se precipitaban los
acontecimientos y captar el justo momento en el cual el minimalismo
político de los primeros días debería ceder el paso al maximalismo
revolucionario.
En Venezuela, en cambio, ha sucedido lo
mismo, pero de algún modo, en sentido inverso. La precipitación de
López/Machado destinada a comenzar el proceso por su final solo
correspondía con el deseo de fracciones radicales muy minoritarias de la
oposición, las mismas que desde 2002 continúan confundiendo la realidad
virtual que anida en sus aisladas cabezas con la disposición política
de todo un pueblo.
Maduro, sin embargo, respondió a la
iniciativa del 12-F con la misma torpeza y brutalidad de su colega
Yanukóvich. Los muertos, víctimas de la represión de un gobierno que ya
no es populista ni popular, sino ─en el peor sentido sudamericano─
militar, contrastaron con el carácter pacífico de las movilizaciones
estudiantiles. Maduro, no se sabe si debido a sus reconocidas
limitaciones, o cediendo simplemente a las presiones del “gorilismo”
representado en la figura cruel y astuta de Diosdado Cabello, decidió
actuar frente a los jóvenes como si estos fuesen miembros de un ejército
regular. Ese error, al igual que a Janukóvich, le va a costar muy caro a
Maduro. A la protesta generalizada en contra de la inflación, la
escasez, la corrupción gubernamental, se sumará la lucha generalizada
por el desarme de los criminales inoficiales y oficiales del régimen. En
ese contexto Maduro solo podrá calcular con un descenso creciente de su
ya diezmada popularidad.
La demostración de masas de la
oposición, la del 22-F, una de las más grandes de la historia política
de Venezuela, ha puesto de manifiesto que las calles, a partir de ese
momento, ya no pertenecen más al gobierno. En esas calles, la oposición,
siguiendo la presión popular se ha visto obligada a corregir su agenda,
por lo menos en dos sentidos: Dejar atrás el extemporáneo maximalismo
en el que tal vez por inexperiencia incurrieron López/Machado, pero a la
vez, no renunciar bajo ningún motivo a la lucha de calles.
En efecto, si López/Machado cometieron
un error de cálculo, solo pudieron hacerlo porque las calles estaban
vacías, o mejor dicho, vaciadas por la MUD. El llamado de Capriles a los
estudiantes a seguir ocupando las calles debe ser entendido en el marco
de esa impostergable corrección.
La demostración del 22-F puso además de
manifiesto que en Venezuela es posible, así como ocurrió en Ucrania,
transformar la protesta anárquica en un gran movimiento social. Pero
para que ello ocurra, esa protesta deberá ser extendida a los barrios, a
los cerros y a los campos. O como manifestó de modo plástico Capriles,
no solo deberá tener lugar en Chacao sino también en Catia. Las
condiciones están dadas.
Por cierto, las jornadas del Febrero
venezolano no podrán ser mantenida en todos los momentos con la misma
intensidad. Como en todos los procesos sociales los venezolanos también
estarán marcados por altos y bajos e incluso por inevitables
conversaciones entre las fuerzas enemigas. Capriles en ese sentido
demostró gran valentía al explicar al pueblo opositor que él está
dispuesto, bajo determinadas condiciones, a conversar con Maduro o con
quien sea. Disposición que por lo demás concuerda con el carácter
pacífico, constitucional e institucional impuesto a la lucha por la gran
mayoría de la ciudadanía opositora
Sin embargo, Capriles y los suyos
deberán lidiar todavía con una fracción minoritaria de la oposición la
que, en sus limitaciones políticas, entiende todo dialogo como una
muestra de debilidad o peor, como una capitulación frente al adversario.
Sus cabezas calenturientas no pueden entender que hasta en las guerras
más cruentas los enemigos mortales decretan cada cierto tiempo
armisticios para dialogar entre sí. Porque lo contrario de la guerra sin
armisticio (es decir, sin dialogo) es la guerra total, tal como la
formulara Joseph Goebels en las postrimerías del nazismo. Y bien, si
hasta la misma lógica de la guerra admite el dialogo, con mayor razón
ese dialogo entre enemigos puede y deberá hacerse presente en la lógica
de la lucha política, por muy aguda y antagónica que esta sea.
Puede que en este momento sea necesario
recordar que el líder más popular y más querido de la oposición
ucraniana, Vitali Klischko, conversó entre Enero y Febrero del 2014 ¡no
menos de cinco veces! con Yanukóvich. Aún después de las matanzas de
Febrero, Klischko no solo conversó sino, además, estrechó las manos del
presidente-dictador. Nunca nadie pensó que ese civilizado gesto de
Klischko tenía como objetivo “lavar la cara” a Janukóvich.
El pueblo ucraniano tiene detrás de sí
largas y dolorosas experiencias de lucha y sabe que en los conflictos
políticos, cuando cesan las palabras, solo triunfa la muerte.
***

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