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lunes, 13 de diciembre de 2010

Mi corazón y mi alma están en Santiago de Cuba.




Mi corazón y mi alma están en Santiago de Cuba.

Juan Juan Almeida | Diciembre 13, 2010 at 2:14 pm | Categorías: Uncategorized | URL: http://wp.me/pKme2-7B

   Mi nombre es Rick Schwag, vivo en Vermont, EE.UU. Y por las dudas, mi número telefónico es 802 626 5578.

   Hace tres años, en Cuba, me pusieron 8 días en un centro de detención que hay detrás de las oficinas de inmigración donde se piden y prorrogan visas de residentes extranjeros y  turistas, en la esquina de Factor y Final, Nuevo Vedado,  La Habana. He renovado muchas visas allí; no sabía que en este complejo se incluía una prisión hasta que me vi encarcelado.

   Mi delito fue intentar saber qué había sucedido con unas máquinas de anestesiología, muy valiosas, que donamos al hospital "William Soler" de La Habana. Al principio me dijeron que las máquinas no habían sido aceptadas y, como es normal, me dediqué a averiguar el paradero de las mismas. Fui al MINVEC (Ministerio de Inversión Extranjera), al MINSAP (Ministerio de Salud Pública), al ICAP (Instituto de Amistad con los Pueblos), a otros organismos y ministerios hasta que, quizás por tanto preguntar, me pusieron detenido. Y repito "detenido" porque así me lo dijeron; pero donde hay rejas y celdas, prefiero decir "encarcelado".

 En aquel entonces, después de ser liberado, la persona encargada de recibir las donaciones que llegaban desde América del Norte, Raciel Proenza, comentó que yo era un creador de problemas y que se aseguraría de que nunca más se me permitiera entrar a Cuba. Parecía una amenaza, pero cuando intenté regresar a la isla, se convirtió en realidad. Tuve que dormir en el suelo de la terminal aérea José Martí de La Habana, y fui forzosamente enviado de vuelta a los EE.UU. al día siguiente. ¡Eso fue mucho mejor que regresar a la cárcel!

Pero a ver, muchas personas trabajan con Cuba por política; en mi caso, la razón es estrictamente humanitaria y por el inmenso amor que me une a muchos cubanos. Pensé que podía ser útil y, visto en retrospectiva, eso fue un poco inusual. Comencé mis donaciones llevando cajas de Tylenol,  los cubanos me decían que les era muy difícil conseguir medicamentos. Recuerdo en 1997, compré diez sacos grandes en los que podría llevar 120 libras de medicinas, parecía  una cantidad enorme.  Un año después ya estaba enviando mi primer contenedor de sillas dentales y camas de hospital. Todo en colaboración con los señores del hospital general de Santiago de Cuba. Una cosa llevó a la siguiente y creé una ONG sin fines de lucro, Caribbean Medical Transport. En los siguientes 10 años he enviado aproximadamente 20 contenedores de equipos médicos a Cuba, cada contenedor de 40 pies, con cerca de 20.000 libras de donaciones, casi siempre colaborando con otras ONG. Conozco a  muchas personas que envían ayuda humanitaria a Cuba y estoy feliz de trabajar con ellas.

El segundo y tercer contenedor fueron cargados con 7.200 galones de pintura que recibimos de una planta de reciclaje en Oregón. ¡Y fue algo maravilloso! La pintura fue para los hospitales.

 Desde el principio vi la enorme diferencia de trabajar con las personas de Santiago de Cuba: Los directores de hospital, los funcionarios del MINSAP provincial y municipal; y los burócratas de La Habana.

Recuerdo haberme reunido, por el tema de la pintura, con el director de donaciones del MINSAP en La Habana. El quería que toda la pintura fuese a La Habana. Mi punto era que La Habana representa aproximadamente un 20% de la población de Cuba y recibe más de un 90% de las donaciones que llegan al país. Al final estuvimos de acuerdo en enviar 3.600 galones a La Habana y 3.600 a Santiago.

 Esto fue lo que pasó. En Santiago fueron honestos, me dijeron que, por desgracia, tres cubos de cinco galones se habían roto durante el transporte y se perdieron 15 galones. Tuvimos una gran alianza, honesta y respetuosa. En La Habana las cosas fueron diferentes. En el transcurso de un año nunca se me informó lo que pasó con la pintura.

  Los donantes quisieron viajar a Cuba para ver los hospitales que se  habían  pintado, algo normal y lógico. Hablé con el MINSAP, el ICAP, con todas las personas con quienes trabajé en La Habana y les explique-"¡se trata de donantes! Si tienen una buena experiencia desearán donar más, así que por favor, díganme qué edificios se pintaron y organicemos una visita agradable a los donantes". Me respondieron, que a los donantes no se les permitiría visitar los hospitales, a menos que tuvieran visa especial de colaboración y no había tiempo para ello. Podría dar más ejemplos de incompetencia e indolencia  burocrática.
   En el 2006  enviamos dos máquinas de anestesiología a la Clínica "William Soler". Estas máquinas tienen un valor de aproximadamente 40.000 dólares cada una, pero mucho más valor poseen las vidas humanas. Fue un favor de Wayne Smith que obtuvo estas máquinas en el Johns Hopkins University. Todo se hizo con la debida licencia del Departamento de Comercio de EE.UU. Un año después comenzaron  los problemas, recibí un correo electrónico del MINVEC, con el título en mayúsculas, DENEGADO: La donación de equipos de anestesia se le ha negado, por falta de cumplir con los trámites del país. Les contesté de inmediato, indicando que todos los procedimientos estaban en orden, fueron realizados por Wayne Smith y la dirección de la Clínica "William Soler",  todo lo que había hecho era pedir el permiso necesario para que las maquinas pudiesen salir de los EE.UU.

  No contento fui a La Habana y comencé a rastrear los equipos, si no se permitió la entrada de estas máquinas a Cuba, las llevaría a República Dominicana o cualquier otro país que las necesitara. Me dijeron que eso sería imposible porque las máquinas habían sido quemadas.

 Por supuesto, una gran mentira, nadie quemaría en este mundo máquinas de anestesiología. Las máquinas no eran mías, existen normas de transparencia y rendición de cuentas en el mundo de las donaciones humanitarias que Cuba, al parecer, no respeta. Yo necesitaba saber y dar cuentas sobre lo que había sucedido en realidad, para no hacer creaciones fantasiosas,  no era la primera vez que las cosas desaparecían en Cuba. Era mi obligación indagar, con el único propósito de ayudar al pueblo cubano, no podía ni quería pasar por alto las normas internacionales. Por ello fui  amenazado, luego encarcelado, y, finalmente, se me prohíbe regresar a Cuba.

 Hace unos meses recibí una nueva licencia del Departamento de Comercio de Estados Unidos. Se me permite enviar cualquier equipo médico, medicamento, suministro hospitalario, alimentos, ropa, equipo deportivo, ollas, sartenes, y artículos para el hogar-millones de dólares en suministros; donaciones.  Pero el MINVEC me ha dicho que no me permite enviar nada, y  ha dicho a algunos socios en Europa que ninguna ONG está autorizada a trabajar conmigo aunque yo pueda encontrar los equipos e incluso el dinero para pagar gastos de envío.

  Entonces, yo me pregunto, ¿dónde está el bloqueo?
 Podría contarte más historias acerca de la apatía, la incompetencia y la corrupción del sistema. Por cuestionar al sistema y exigir las debidas respuestas obligatorias y reglamentarias, me convertí en Rick "el malo". Desgraciadamente en Cuba, para algunos, hay cosas más importantes que recibir equipos médicos donados para los necesitados del  pueblo.

 Conozco a varias personas que han sufrido experiencias similares, arquitectos, profesionales de la salud, planificadores de la ciudad, grupos de ciudades hermanas, periodistas. Lo triste es que la mayoría de mis colegas tienen miedo  hablar de  la burocracia y la corrupción, porque saben que si hablan, sus proyectos se darán por terminados.

 Nosotros, los estadounidenses, vivimos en una sociedad abierta donde se puede criticar a todo el que merece ser criticado. Pero la triste realidad es que en lugar de exportar nuestra apertura y honestidad hacia Cuba, importamos de Cuba el terror, el miedo a decir la verdad, y nos unimos al silencio. Hablo porque prefiero vivir sin miedo aunque signifique otro castigo. Prefiero llorar por lo que perdí,  no por cobardía.   Como dije, mi nombre es Rick Schwag, de Caribbean Medical Transport, vivo en Vermont. Tengo muchos amigos en Cuba, incluyendo en el gobierno de  los municipios donde algunos funcionarios se preocupan por las personas a las que deben servir. Son amigos, pero tienen que callar. Sigo siendo el director de Transporte Medico del Caribe, y continúo enviando equipos médicos donados a Nicaragua, Honduras, Colombia, Brasil, y a cualquier otro lugar donde se aprecie el trabajo.

 Me gustaría seguir ayudando a los cubanos. Mi corazón y mi alma están en Santiago de Cuba.



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