Tiempo
de descuento para régimen de la Habana
Por
Dr. Darsi Ferret
La
Habana, Cuba. 2 de febrero de 2012.
La
naturaleza de un régimen como el derrocado en Libia es una fuente de
infinitas lecciones. A diferencia de otras dictaduras de la era
moderna, la del lapidado coronel Muamar el Gadafi tuvo la ventaja de
no estar institucionalizada de acuerdo a las normas reconocidas. Su
disponibilidad sobre las jugosas rentas del petróleo nacional era
absoluta. Eso le permitió que, a diferencia de Kim Song-Il en los
años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, o Fidel Castro a
mediados de los setenta, pudiera gobernar bajo la tenebrosa sombra de
su Jamahiriya sin necesidad de dependencia del padrinazgo de ninguna
potencia, ni verse obligado a organizar su Estado dentro de un rígido
modelo burocrático. Sus ventajas para mantener todo el tiempo una
dictadura personal deben haber provocado envidia en otros déspotas
con mucho menos cash.
Quizá
por esas mismas razones su terrible muerte tuvo un carácter tan
singular. Es la primera vez que se filma en vivo, sin censura ni
cortes profesionales, la matanza de un cruel y todopoderoso tirano.
Captadas por los teléfonos celulares de algunos de los tantos que
participaban en su ejecución, las imágenes fueron trasmitidas
de inmediato al mundo entero. De esta manera, el triunfo
de las nuevas tecnologías de comunicación personal también trae
dantescas visiones, como esas de los últimos momentos del coronel.
Es una lección de lo frágil que es la vanidad y la arrogancia de
los que se creen imbatibles. Y también del odio y la crueldad que se
han encargado de sembrar en sus pueblos empobrecidos, sojuzgados y
muy probablemente encanallados.
Definitivamente,
algo de esas macabras imágenes de final insólito han pesado lo suyo
para esa nefasta pléyade de “líderes carismáticos” que durante
el siglo XX se fosilizaron en el poder a lomo de “vanguardias
revolucionarias”. Sin embargo, no tienen el mismo peso y efectos
racionales los llamados de las naciones democráticas de occidente,
las condenas por violación de los Derechos Humanos y las
advertencias de la ONU. Incluso, ni siquiera el despliegue del
abrumador poderío de la OTAN. Por el contrario, prima el
empecinamiento por sostener una situación imposible, ya vencida por
el cambio radical de la civilización a nivel global.
Quizás
por ello una de las más duras realidades de la liquidación
del régimen autocrático de Gadafi sea el histérico aferramiento de
sus iguales en otras naciones. Intentan repetir el mismo inútil
empeño por mantenerse en el poder, y la única enseñanza que
extraen de la espantosa guerra civil del país norafricano es tratar
de implementar en represalias lo que allí dejó de ponerse en
práctica. Así lo indica la actitud del dictador sirio Bashar el
Assad. Luego de prometer a la Liga Árabe que parlamentaría con la
oposición y que pondría fin a la violencia, persiste en lanzar sus
fuerzas de seguridad y del ejército contra la población inconforme
que se opone a su dinástico régimen opresivo.
Del
otro lado del mundo, la impresentable dictadura militar cubana se
fija en lo que sucede en Siria e intenta evitar que la población
desesperada se lance a la calle. Por tal motivo, aprueba a
cuentagotas medidas económicas que no implican cambios estructurales
ni modificaciones de las bases de su modelo totalitario, pues no
renuncian al concepto del poder absoluto. Tales medidas, que algunos
confunden con reformas, las entorpecen con trámites burocráticos
que no tienen otro objetivo que mantener el mismo férreo control
sobre la empobrecida ciudadanía. De hecho, tienen más de propaganda
que de soluciones verdaderas en todo el espectro de la angustiante
necesidad popular. Sin embargo, es tan marcada la miseria nacional
que confían en que esas gestiones sean suficientes para por ahora
amansar la creciente inquietud de la población.
Todo
su embeleco tiene el firme propósito de ocultar la realidad. El
régimen castrista lejos de abandonar su represión contra la
oposición pacífica la incrementa. Desesperadamente aspira evitarse
la repetición de los ejemplos de Túnez, Egipto, Libia, y de otros
países del Medio Oriente, donde la población se lanzara a la calle
de modo masivo y determinado exigiendo libertades.
Los
gobernantes de la dictadura identifican a la oposición como la
posible guía de esa revuelta, obviando el hecho de que ninguna de
las rebeliones de la Primavera Árabe ha sido encabezada por
opositores conocidos. Consideran que el reducido grupo de ciudadanos
que conforma la oposición en la isla representa el peligro de una
indoblegable resistencia moral a sus diseños totalitarios. Por lo
tanto, están dispuestos a tomar medidas extremas para aplastarla.
Las confusas circunstancias en que murió la líder de las Damas de
Blanco, Laura Pollán, o la reciente muerte de Wilman Villar tras una
huelga de hambre de 50 días, hacen sospechar que hasta hayan
estructurado el diseño del asesinato selectivo de opositores.
Más la ceguera de la soberbia en el poder los
impulsa a intentar imposibles. Hay un hecho real a nivel global: el
mundo se integra aceleradamente. Y la nueva fase de desarrollo se
llama Globalización. A pesar de los denuestos en contra, se impone
como una etapa de evolución de la Humanidad. Cualquier intento de
impedirla, distorsionarla o ignorarla sólo repercutirá con el
doble de empuje en su presencia inevitable. A los Castro y a sus
seguidores les cuesta entender los patrones y dinámicas modernas.
La mayor parte de los que componen su especie en extinción
constituyen un nefasto producto de la Guerra fría, que finalizó
hace más de veinte años, tiempo insalvable respecto a la velocidad
con que se mueve el mundo en el presente.
El
régimen militar que ha empobrecido y despoblado una nación con
tantas posibilidades como las de Cuba no es la solución de los
grandes problemas que ha creado, sino el terco obstáculo para que
los mismos se solucionen. Al igual que otros aferrados a sus
privilegios, odian a muerte las libertades y el libre ejercicio de
ellas por sus esclavizados súbditos.
No son tan torpes como para ignorar que deben
montar algún simulacro de aperturas para lograr extender la
existencia del engendro que llaman Revolución, dándole hasta aires
de realidad material. No obstante, no comprenden que su tiempo ya se
terminó, y que ni siquiera el designio de dinastía familiar que
manipulan en las sombras podrá ser posible. Es una época en que la
libre información se les cuela por entre los estrechos barrotes
donde se empeñan en mantener encerrada a la ciudadanía de la isla.
Y la realidad que se filtra va cambiando la mentalidad de todos,
hasta de sus seguidores más insospechados.