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miércoles, 24 de septiembre de 2014

Sociedad Civil cubana ve positvo participar en los Organos de Base de la OEA

Cuba en la OEA, la silla de la discordia



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Cuba en la OEA, la silla de la discordia




















Cumbre de las Américas de 2012, en Cartagena de Indias. (Fuente: Wikipedia)



Cumbre de las Américas de 2012, en Cartagena de Indias. (Fuente: Wikipedia)









En el debate sobre la pertinencia de invitar o no al
Gobierno de Raúl Castro a la VII Cumbre de las Américas, que tendrá
lugar en Panamá en abril de 2015, hay posiciones encontradas e,
incluso, irreconciliables.
Estados Unidos y Canadá
invocan el quinto párrafo de la Declaración de Quebec de 2001, que
postula el respeto y la promoción de las libertades fundamentales, de
los derechos humanos y del Estado de derecho, como requisitos para la
participación en esas citas. El resto del hemisferio, por el contrario,
no quiere admitir ni un día más la exclusión del Gobierno cubano de los
foros hemisféricos.
Quienes apoyan la inclusión
argumentan que ningún Estado debe ser aislado de la Organización de
Estados Americanos (OEA), aplicando así la Doctrina Estrada de México,
que reconoce a los Estados con independencia de sus formas de gobierno.

Estados Unidos y Canadá se han opuesto a la participación del Gobierno
cubano en estas citas por razones institucionales. La Cumbre de las
Américas constituye el primer nivel de la OEA, que ha trabajado para
fortalecer valores como la democracia, el respeto a los derechos humanos
y las libertades fundamentales, entre otros tantos que constituyen hoy
requisitos de legitimidad y participación.
Para el
resto de los países, el cumplimiento de estas exigencias no es condición
necesaria para admitir a los Estados. De hecho, invocan la pluralidad
de formas de gobierno como el eje básico de la comunidad americana.
el intento de reformar la OEA gasificando sus principios y mezclándolos con conceptos pre democráticos



Esta última postura se ha traducido en dos resultados
debilitantes. Por un lado la creación de un sinnúmero de acrónimos
integradores, como CELAC, UNASUR, MERCOSUR, ALBA, CARICOM, Comunidad
Andina de Naciones, Alianza del Pacífico, etcétera. Por otro, el intento
de reformar la OEA gasificando sus principios y mezclándolos con
conceptos pre democráticos como los de soberanía de los "pueblos" y de
no intromisión en los asuntos internos de los Estados.

América Latina y el Caribe no han llegado aún, o incluso han
retrocedido, en el proceso de globalización de los valores que son la
base coherente de la integración regional en cualquier parte del mundo.
Para nuestra subregión no hay nada en el horizonte político que pueda
llamarse la América de los ciudadanos.
Sin embargo,
esta discordia hemisférica en cuanto a la inclusión o no del Gobierno
cubano en la OEA no es estratégica ni institucional, sino táctica. O
sea, el debate versa sobre cuál sería la mejor manera de insertar a Cuba
dentro de la comunidad de naciones democráticas.

Esta discusión táctica se da sólo en determinados círculos políticos,
académicos y mediáticos con cierta influencia en el debate público. El
dilema se expresa entre aislar al Gobierno cubano hasta que se
democratice o insertarlo aunque no se democratice.

Vale la pena preguntarse si es posible introducir esta discusión táctica
en el debate político al más alto nivel. Sin dudas, se pueden compartir
los valores institucionalizados que son la base de la OEA y diferir en
las políticas a seguir para conseguir la democratización de Cuba.

Ninguno de los gobiernos al sur del Río Bravo se ha expresado, al menos
públicamente, en esta dirección táctica. Su compromiso con la
democracia parece ser con sus procedimientos, no con sus fundamentos. El
alto mando de la OEA tampoco se ha pronunciado.
La
opción de insertar para democratizar es explorable. Estados Unidos ya
levantó en 2009 su veto a que el Gobierno de La Habana ocupara la silla
correspondiente a Cuba en la OEA. Fue un paso que tácitamente admitía la
posibilidad de un proceso gradual de democratización de la Isla dentro
de un marco institucional.
Con su arrogancia, el
Gobierno cubano se negó entonces a ocupar la silla por razones que
tienen menos que ver con el orgullo y más con su negación a verse
atrapado en una red institucional democrática. Una estructura que le
exigiría un comportamiento cuando menos decente hacia sus ciudadanos.
Desbordar ese espacio con representantes de la sociedad civil es una mejor estrategia que negarle la asistencia al oficialismo



Si el Gobierno de Cuba se sentara en la Cumbre de las
Américas, podría escuchar, al menos, que la democracia existe. Ese paso
se complementaría con la inserción institucional de la sociedad civil
cubana en las estructuras de la OEA, que abriría sus micrófonos también
para actores no estatales.
Esta opción táctica no
compromete los principios, más bien los refuerza en el triple entendido
de que el juego democrático auténtico se vertebra en la sociedad civil;
de que los actores esenciales de la democracia no son los Estados sino
los ciudadanos, y de que a la democracia se llega a través de un
proceso, no de un desembarco.
Aquel levantamiento del
veto norteamericano en 2009 no fue acompañado por un gesto similar de
los gobiernos de América Latina hacia la sociedad civil cubana. Ello se
debió a la parálisis tradicional del centro democrático en la región y
al ruido articulado de los populismos. Estos últimos van perdiendo, no
obstante, capital político y sobre todo simbólico.
La
próxima OEA se presentará más enfocada en los valores que le dieron
origen, a juzgar por la visión de Luis Almagro, exministro de Relaciones
Exteriores de Uruguay y aspirante a ocupar la silla que todavía
calienta el chileno José Miguel Insulza.

El hecho de
que el Gobierno de Cuba no esté de oficio en la VII Cumbre de las
Américas, sino como invitado, indica que hay un problema serio de
articulación regional. Desbordar ese espacio con representantes de la
sociedad civil es una mejor estrategia que negarle la asistencia al
oficialismo.




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