El tufo excluyente de las organizaciones políticas latinoamericanas
Por Dr. Darsi Ferret
Miami, Florida. 28 de agosto de 2012.
El fin de la Guerra Fría se refleja de una manera singular en Latinoamérica. De repente, durante los últimos años aparecieron como hongos organizaciones regionales con el aparente propósito de integración continental. Sin embargo, y de una manera bien contrastante, en todas esas estructuras políticas lo que prevalecen son los patrones y premisas ideológicas, por encima de los reales intereses de integración con la modernidad, y sus propósitos están desvinculados de la voluntad, expectativas y necesidades de los pueblos del área.
¿Cómo obviar el hecho de que la Alianza Bolivariana para los Pueblos de las Américas (ALBA), Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR)… vienen a la mesa latinoamericana como dados cargados de resentimiento y exclusión? Y debido al interés que los motiva a levantarle una valla al demonizado Norte, el hedor del fracasado aparato ideológico habanero parece imponerse sobre sus vestiduras. Y nadie se engañe: al final todas esas organizaciones que promueven la integración sobre la base de la desintegración con los EEUU, por demás su mayor mercado de bienes, servicios y productos y emisor de remesas, son viejos efluvios de diseños trillados que no conducen a Roma, sino que aspiran a validar los procesos antidemocráticos.
No hay otra lectura para la reciente zancadilla oportunista propinada a Paraguay a manos de sus socios del MERCOSUR (Argentina, Brasil, Uruguay y Venezuela). Este bloque económico subregional también ha ido derivando desembozadamente hacia la pugna ideológica con la modernidad que impone la actual época globalizada. Al régimen chavista, en propósito abierto de poner fin a las libertades democráticas y entroncarse en el poder para siempre, se le premia con una boleta de ingreso en el MERCOSUR, mientras se excluye a uno de sus miembros fundadores después que desde las instituciones nacionales destituyeran de la presidencia a Fernando Lugo, en cumplimiento de lo establecido en la Constitución paraguaya. Como es cada vez más reiterativo, en los excluyentes pasillos del poder latinoamericano asusta más el pleno ejercicio del Estado de Derecho que el totalitarismo castrista y sus derivados.
¿Puede Latinoamérica permitirse estos retrocesos fermentados por ideólogos, politólogos, académicos, partidos de listas cerradas y núcleos elitistas que se formaron más en el antiamericanismo y la paranoia que en los nuevos aires que corren para la Humanidad? ¿Responde con realismo a los actuales y futuros retos que imponen la fulgurante imposición de las modernas comunicaciones personales, la revolución tecnológica, los retos financieros, las nuevas realidades sociales y las soluciones que se abren paso ante el fracaso del modelo de bienestar social estatista?
Al margen del populismo cocinado por el aparato de inteligencia del castrismo cubano y liderado por el dictador Hugo Chávez, el cinturón Asia-Pacífico se desmarca como futuro gran crisol de realismo económico global. Los índices de desarrollo alcanzados en esa zona superan los alcanzados en otros continentes. Asimismo, la inclinación hacia la integración verdadera y funcional van a la par, superando viejos patrones de influencia imperial que China pretende imponer. Los países de cara a ese polo, como Chile y Perú, que bordean el Gran Océano, tienen una posición geográfica única para incursionar en un creciente comercio, muy diferente a las quimeras que pueda prometerles UNASUR con su nonato sucre o el CELAC aun con babero y el ceño fruncido hacia el Norte continental. Y ante este esquema de desarrollo impetuoso hacia el Pacífico, no cabe siquiera mencionar al repentinamente desdentado y en franco repliegue ALBA.
Por el lado atlántico las oportunidades no son escasas tampoco. El creciente incremento de los niveles de beneficios latinoamericanos, fundamentalmente por los elevados precios de las materias primas, y la capacidad demostrada por las estructuras financieras regionales para capear el temporal de la crisis financiera internacional, hacen de la región un lugar muy atractivo para la inversión extranjera. La reciente revelación del enorme crecimiento de la clase media brasileña, motor fundamental del desarrollo nacional, y los altos índices de inmigración de fuerza de trabajo europea altamente calificada dan claras señales de integración internacional. Más estos interesantes índices, extensibles a toda la zona atlántica de América Latina, deben ir acompañados de factores políticos que faciliten los intercambios y movimientos de personas, bienes, ideas y comercio. La oportunidad de desarrollo para esas naciones implica abandonar caducos esquemas nacionalistas.
Como factor más importante de integración hemisférica, se debe desechar los lentes ideológicos para dejar de ver al vecino mercado más grande del mundo, los Estados Unidos, y a su sidekick Canadá, como gestores de una política imperial hacia el continente aplatanado. Latinoamérica ya comienza a ser otra cosa más allá de la imagen de indios con burritos y los Estados Unidos, con el estruendo de la caída del régimen soviético y del llamado Campo Socialista, dejaron de practicar una política injerencista en el resto del continente.
Las ventajas de una buena voluntad, alejada de torpes esquemas ideológicos, llevarían a una integración realmente impresionante, inclusiva de los Estados Unidos y Canadá como los beneficiosos socios que pueden ser. El ejemplo de prosperidad económica a corto plazo que trae a la mesa latinoamericana el caso pionero del Tratado de Libre Comercio (TLC), firmado con México hace apenas una escasa veintena de años, se ha ido extendiendo. Así lo han comprendido países que se han sustituido buena parte de su desconfianza histórica por una favorable inclinación hacia las ventajas indudables de la integración económica y cultural con Norteamérica. Los Tratados firmados con Chile, Perú, Colombia y Costa Rica confirman una tendencia de integración continental mucho más sólida y duradera que los engendros fraguados en post de las ideas bolivarianas y martianas, aderezados con la pobreza permanente y las convulsiones y violencia que sólo provocan el autoritarismo y totalitarismo, sus únicos frutos.
Los empeños por evitar esa corriente civilizadora serán inútiles, pero los sufrimientos que genere una inútil resistencia también serán inevitables. Encerrar a los pueblos en el corral nacionalista con populismos que sólo traen consigo un estatismo militante y sus nefastas consecuencias en los asuntos públicos, se estrellarán contra lo nuevo. La indetenible evolucion e influencias de la modernidad que trae la Globalización en sus inagotables olas de progreso llegará de todas formas a cada rincón latinoamericano. Lo trascendente de estas culturas permanecerá e incluso se expandirá a ámbitos donde hasta ahora son desconocidos. Y a su vez se asentarán por esta región los aspectos más novedosos de otros pueblos lejanos, todo integrado y abandonando viejas costumbres y modelos retrógrados que se oponen a los cambios.
No se debe confundir a la nación cubana con los viejos tiranos y su élite de fraguadores de lo reaccionario que por demasiados años han permanecido en el poder y ostentan el historial de protagonistas de crisis en toda la región. El aislamiento y la explotadora pobreza en que sumen al pueblo de la isla, la misma que pretenden reproducir en los alrededores, también serán arrasados por la marea de progreso, innovación y libertad que se vislumbra para el hemisferio. Los modelos autoritarios, pese a la resistencia que ofrezcan las élites ideológicas, serán desplazados definitivamente del poder.