octubre 7, 2011 @ 4:57 pm › antunezcuba
¡Ahora!, le grité a Duniel antes de lanzarnos del coche (de caballos)
que iba al trote. Afortunadamente aunque también llovía a cántaros no
resbalamos ni caímos al suelo. Teníamos que apurarnos aunque estaba
muy difícil que el joven oficial nos diera alcance. "¿Como está la
cosa?", era el texto del mensaje que enviaría a Yris cuando
estuviéramos fuera de Placetas, es decir de la Ciudad y eso hice. Ya
habíamos rompido el más difícil cerco, ahora a caminar y caminar,
mientras más nos alejáramos de Placetas, más seguros estaríamos.
Ibamos entre bromas contando cómo el hecho del nacimiento de mi
sobrina Brenda me ayudó a poder salir de casa, algo que estaba
planeando y a lo que no le veía la menor posibilidad.
El arresto de Sara Marta y luego la desaparición de Yris, los obligó a
mantener un cerco alrededor de mi casa nunca antes visto, ya Yris
había aparecido y seguía mi casa sitiada.
-Antúnez sabes que no puedes salir – me dijo el joven oficial, que
apenas me vio acercarme a la esquina se interpuso en mi camino- Sabes
que no puedes salir de tu casa.
-¿Cómo que yo no puedo ir a conocer a mi sobrina que acaba de nacer?
-¡Ah!, si es para eso yo voy contigo.
-¿Cómo que vas conmigo compadre?, está hasta lloviendo, no hagas ese ridículo.
-Ese es mi trabajo, me dijo.
No quería forzarlo a una polémica fuerte y que fuera a buscar una
patrulla, mi objetivo era otro y durante el trayecto analizaba cómo
hacerlo.
En ese momento entró la llamada de mi hermana Bertha desde Miami.
-Luly, Luly ahora tengo aquí a un oficial de la Seguridad del Estado
que dice que yo no puedo ir solo al materno y va aquí conmigo.
-Compadre, compadre, no me esté formando foco por teléfono, este es mi
trabajo y tengo que hacerlo. Son órdenes.
-¿Quién es ese oficial, cómo te llamas?- preguntó mi hermana
-Ernesto, dijo.
-Y de dónde eres- prosiguió.
-Soy de Sagua la chica
-Luly, si parece un niño, puede ser hasta mi hijo- dije con el
teléfono en altavoz.
-¿Qué edad tú tienes?
-23 años
-Mi hermano y ¿qué es lo que tú defiendes?
-¿Yo?, la Revolución
-¿La Revolución? ¿Esta que persigue personas y no les permite que se
puedan mover?
-Son órdenes Antunez y mira me estoy mojando por culpa de ustedes-
dijo el joven.
-Sin embargo los que te mandan están en sus cómodas oficinas o en su
casa bajo el calor de su esposa- le dije.
Deja que Yris lo vea, le dije a Duniel, cuando subimos las escaleras
del hospital y en efecto apenas llegó Yris lo puso como un zapato
delante de todos.
De regreso Yris, Duniel y yo nos montamos en un coche de caballos para
supuestamente regresar a casa. ¿Qué haría este oficial? De su chispa
dependía ahora su suerte y esta le faltó. Apenas el coche salió él lo
hizo detrás, pero corriendo. Aquello parecía más dibujo animado que
otra cosa y como nadie es más rápido que un caballo y menos debajo de
un aguacero, llegó nuestro momento y en una de las esquinas grité
¡Ahora! Cuando habíamos caminado más de una veintena de kilómetros el
cielo comenzó a nublarse y una fina lluvia a empapar nuestras ropas y
pegarlas al cuerpo. Afortunadamente, un nylon nos sirvió para proteger
nuestros teléfonos, el poco dinero que traíamos, los cigarros, estos
últimos eran en balde porque fósforos y fosforeras eran ya inservibles
por la humedad. Pensé en un vaso de agua fría o de refresco, era la
intensa sed y el hambre que nos atacaba recordando que habíamos
olvidado el rico y grasoso congris que mi esposa había elaborado y los
muslos de pollo que quedaron en la sarten.
Más de dos horas en una rústica y abandonada parada me repusieron del
cansancio y el sueño, pero no de las ampollas y dolores en las piernas
y menos aún de una plaga de mosquitos que se encargaban de chuparnos
la sangre. Duniel sólo tiene 24 años, a mí me faltaba menos de una
semana para cumplir 47. Al fin unos refrescos y pan con croquetas en
un lugar, cargaron nuestras energías. Más de una hora montados en una
guagua donde tuvimos que viajar de pie pues no encontramos asientos
nos recordaron la comodidad del cálido hogar. Luego de la parada
caminamos otros cinco kilómetros antes de tomar otro medio de
transporte a la capital y entonces envié un mensaje a mi esposa, "Como
están las cosas", lo que equivalía a informarle que íbamos rumbo a la
capital, casi no sentimos el viaje, pero cada vez que el ómnibus se
detenía pensábamos que era para arrestarnos.
Ya en la Habana el otro mensaje, "Dime espero que todo esté bien". Ya
si nos arrestaban Yris sabría que había sido en La Habana. Ahora viene
el momento decisivo, llegar a casa de Sara Marta, cuando después de
varias vicisitudes avisé a Yris que estaba cerca de su casa con el
último de los mensajes que decía cogimos una Yuton.
La esquina de Sara Marta afortunadamente estaba sin sitio, íbamos
cojeando, pero aún así nos mandamos a correr, cuando llamamos:
"¡Julio, Julio!", no sentimos respuesta, pero nos volvió el alma del
cuerpo cuando desde la casa de al lado su hermano nos dijo: Ellos no
están, la casa estaba cerrada y nadie dentro. En un santiamén y
después de recordar las palabras de Julio: "Cuando no estemos, salta
sin problemas la cerca y nos esperas en el patio", eso hicimos.
Tremenda pena cuando, ya en el patio, su hermano que nada tiene que
ver con la oposición me dice:
-¡Oye! ¿cómo si yo les dije que él no estaba ustedes entraron al patio?
-Disculpe señor, pero si lo hice es porque desde el primer día que
aquí vine, él me autorizó a hacerlo.
Un rato después llegaron los hijos de Sara Marta y luego fueron
llegando otros opositores. Habíamos cumplido nuestro propósito
burlando el cerco, ahí estábamos gracias a Dios y a ese sentimiento de
solidaridad y sacrificio que caracteriza a la resistencia interna, esa
misma resistencia que ciertas políticas pretenden privar de sus
recursos.
Y ahora pensaba en cuál habría sido la reacción del joven oficial
cuando sólo vio a Yris saltar del coche al llegar a casa y no a
nosotros, ¿Qué le habrían dicho sus superiores? Por razones obvias
omito en este escrito el trayecto recorrido y otros detalles para no
quemar mis alternativas de continuar rompiendo cercos y emboscadas.