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La Hora en Cuba

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Marti por siempre!!

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lunes, 9 de mayo de 2011

El General ya tiene sus muertos

MUERTE Y MUERTE Y MAS MUERTE


MUERTE EN MAYO

Orlando Luis Pardo Lazo

Comenzará a pasar cada día más. Primero como accidente, luego como costumbre. La canallada infantil de la policía golpeando inocentes (en la calle y en prisión) es también un jueguito siniestro, a la postre asesino.

Según se desintegra la pirámide de gobernabilidad en Cuba, según crece el presupuesto y el personal represivos (único sector de la economía que jamás se deprime), según la ciudadanía recupera sus calles como espacio natural para manifestarse, la muerte política en Cuba volverá a ocupar ese lugar público que le fue escamoteado durante décadas de totalitarismo a puertas cerradas (esqueletos apilados en el closet bajo una lápida anónima).

De la camilla de un policlínico se pasará a las cunetas de provincias. De la calumnia contra las víctimas se pasará a la impronunciable lista de los desaparecidos. Cada cadáver incitará en un ciclo fatal al próximo cadáver, y la frecuencia de la violencia impune estatal tenderá al infinito (con réplicas de la población contra semejante autoridad fuera de control, desquiciada más que déspota).

Acaba de despertarme esta madrugada la fanfarria fúnebre de mi teléfono celular. Martha Beatriz Roque reporta la muerte casi en tiempo real de Juan Wilfredo Soto García (46 años), miembro de la Coalición Central Opositora, golpeado la mañana del jueves último por varios policías en el parque Vidal de su ciudad de Santa Clara, mientras lo arrestaban y mantenían esposado (estos brotes de sadismo muchas veces son espontáneos por la baja catadura moral de los que se suponen sean los agentes del orden público). De la Tercera Estación de la PNR lo tuvieron que trasladar enseguida para el hospital Arnaldo Milián Castro, decadente y perversamente gratuito como todo el sistema de salud nacional, donde muy poco pudo hacerse para mejorar su crítica condición.

Es domingo Día de las Madres en la Isla y el mundo. En la cama de nuestro cuarto, el cuerpo horizontal de mi madre septuagenaria ronca un enfisema y remite a su imagen más o menos inminente dentro de un ataúd. Cada vez que reparo en esa visión no puedo evitar tenderme a su lado con mis casi cuarenta años, intentando trasmitirle algo de mi delirante flujo vital, repasando con tristeza insondable nuestras viditas de barrio, los dos tan apegados antes (cuando mi padre vivía) y ahora ambos tan distantes a nivel intelectual.

Y es que mi madre, con su gran corazón y todo, fue una sirvienta en paz así en el capitalismo como en la Revolución (su alma noble lo seguirá siendo incluso en la eternidad), mientras yo, con un ladrillo cínico bajo el esternón, me convertí en un escritor extremo que no encaja en la lógica pedestre de este país. Mi madre lo sabe y por eso reza de rodillas temblando cada noche por mí, antes o después de darse un aerosol tan mortífero como su asma. Sé que ella daría lo que le resta de existencia con tal de que nunca me pase como al otro Orlando (Zapata Tamayo). Con tal de que ningún uniformado (o de civil) me ultime como a Juan Wilfredo Soto García hoy, en homenaje de hiena a las madres de nuestra nación.

Comenzará a pasar cada día más. Primero como costumbre, luego como lo que no supimos detener a tiempo en nombre de nuestros hijos. Ni mi madre (es obvio que rezar ya no alcanza). Ni yo (escribir llega a ser humillante de cara al horror).
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