Podrían reeditarse en Cuba los peores momentos del Período Especial:
los apagones, la disminución drástica del transporte público, la
paralización de las plantas industriales que lograron mantenerse o
arrancar gracias a la ayuda venezolana, la inestabilidad en la entrega
de los pocos productos alimenticios normados subsidiados por el estado y
repartidos a través de la libreta de racionamiento, la drástica
disminución de la calidad de los servicios turísticos y otros, a
consecuencia de la falta de petróleo.
El descontento ya existente se podría generalizar y las protestas
callejeras se podrían hacer masivas. La represión y el uso de las
fuerzas de respuesta rápida y antimotines, solo agravarían la situación.
Las amenazas al pensamiento diferente, cada vez serían más
contraproducentes.
Si se llegara a crear un clima de hostilidad y represión
generalizada, podría ser el fin de proceso revolucionario y se abriría
el camino a la plena restauración del viejo régimen. La posibilidad de
una intervención directa del imperialismo se haría presente.
Los únicos responsables serían los que se han resistido a dar
participación real en el poder al pueblo y a los trabajadores y han
preferido la represión al diálogo.
Ante la crisis que podría acercarse, la única forma en que el
gobierno-partido podría ofrecer una solución nacional, sería
compartiendo verdaderamente el poder con los trabajadores y el pueblo,
en cada centro de producción o servicios, en cada barrio, región o
municipio.
Tendría que desarrollarse aceleradamente el programa amplio de
participación de los trabajadores en el control directo sobre la
dirección, la gestión y las utilidades de las empresas, fomentar el
cooperativismo aceleradamente y abrir todas las puertas al trabajo por
cuenta propia. Eso demandaría un radical cambio en los cuadros
principales y en los métodos de dirección.
Paralelamente, tendría que avanzarse en un proceso de democratización
del modelo político actual, que posibilite la elección democrática
directa de todos los cargos públicos, la realización de referendos para
la aprobación de los presupuestos participativos y las nuevas leyes, la
plena libertad de expresión y asociación que facilite a las fuerzas de
izquierda derrotar políticamente las tendencias burocráticas y
pro-capitalistas dentro y fuera del estado y organizar a los
trabajadores y al pueblo en formas democráticas directas para ejercer el
poder en los barrios, los municipios, la nación.
Una vez creados los Consejos de Trabajadores que dirigirían las
empresas estatales, de acuerdo con nuevas formas de autogestión y
cogestión, los colectivos de trabajadores deberían tener la plena
capacidad para defender sus intereses, política y materialmente.
En fin, desarrollar un programa económico, político y social verdaderamente socialista y democrático.
Hay lecciones históricas de los acontecimientos en la URSS y el
“campo socialista”, que deben recordarse: al no contemplar los intereses
de los trabajadores, al no compartir con ellos el poder real, el
económico, al no permitir que los trabajadores dejaran de ser
asalariados, para convertirse en libres asociados, en la nueva clase
revolucionaria, el poder burocrático terminó perdiendo el apoyo de sus
propios asalariados y en el momento de su aislamiento, los obreros
terminaron colaborando con las fuerzas de la oposición restauradora
capitalista, por la sencilla razón de que los capitalistas privados,
pagan mejor que los capitalistas del estado y dan más libertades
formales.
Hoy todavía, los trabajadores cubanos, cansados de ser culpados de
la situación actual por “indisciplinados”, colmados de paciencia,
podrían aceptar la oferta de compartir el poder; pero el estado
todo-poseedor y todo-decisor, tendría que saber que sería el comienzo
del fin verdadero del burocratismo y la corrupción sistémica, de las
prebendas estatales, de los tiempos ilimitados en los cargos, de los
grandes presupuestos militares y de seguridad, el fin de estatalismo
centralizado, para el nacimiento, entonces sí, del proceso de
democratización y socialización del poder económico y político, de la
revolución social pendiente, de la Cuba con todos y para el bien de
todos, democrática y libertaria, con la que soñó Martí.
Sin la ayuda venezolana, la única forma de evitar la restauración del
viejo régimen, es hacer verdaderamente efectivo, sin subterfugio
alguno, el poder económico y político de los trabajadores y el pueblo.
Aún, el gobierno-partido tiene donde escoger: con el pueblo y con los trabajadores, o el “precipicio que estamos bordeando”.