by Juan Juan Almeida
En redundantes discursos, más retóricos que combativos, el Gobierno cubano ha pedido al norteamericano –entre otras cosas– la devolución del territorio donde se encuentra ubicada la Base Naval de Guantánamo.
Pero, dadas las circunstancias actuales, donde Washington y La Habana han decidido dejar de ser los mejores enemigos para convertirse en respetuosos vecinos, vale la pena preguntar si entregando esa demarcación, Estados Unidos perdería el control de la zona y su influencia regional.
La historia dice que la base se estableció en 1898, cuando la ocupación militar de Estados Unidos en la isla, tras derrotar a España en lo que muchos conocemos como la Guerra hispano-cubano-americana. Luego, la firma del primer presidente de la República de Cuba, Tomás Estrada Palma, el 23 de febrero de 1903, le otorgó esta inusual y polémica condición de arrendamiento perpetuo que también fue ratificada con la rúbrica del Tratado de Relaciones el 29 de mayo de 1934.
Surgió como una anomalía histórica y, hoy, que a falta de Tylenol hasta la guerra fría se resfrió, la base parece perder su sentido militar y algunos necesitan que en un gesto sin igual de coexistencia vecinal, el Pentágono le entregue al MINFAR los 117.6 km2 de territorio en disputa y, de paso, saborear la oportunidad de cerrar el centro de detención y su tan cuestionada reputación.
Visto así suena convincente. No obstante, todo no es como se ve, la luna era lisa y perfecta hasta que apareció Galileo, modificó el telescopio y nos permitió observar una superficie lunar colmada de oscuros cráteres e insospechadas irregularidades.
Sí, sin dudas, para Cuba recuperar este espacio que por geografía forma parte de su "Estado soberano" podría significar una victoria política que convertiría a Guantánamo en uno de los destinos nacionales más atractivos para investigadores, cineastas y turistas. Pero al Gobierno cubano no le bastará con eso. Al carecer de recursos navales, y potencial efectivo para explotar las instalaciones de una base que incluye dos aeródromos, muelles, espigones y amarraderos con capacidad de atraque para distintos tipos de buques; la tendría que licitar y con ello llegaría la manada de lobos.
Suficientes indicios revelan el marcado interés de Rusia y China por acaparar el Caribe; y expertos en terrorismo coinciden en el auténtico peligro de ciertos grupos islamistas radicales, conocidos por desperdigar el pánico en Oriente Medio, que buscan formas y maneras de extender su conflicto religioso-regional hasta esta zona para acercarlo a Estados Unidos.
Por eso, y por mucho más, creo que hoy, estratégicamente hablando, la Base Naval de Guantánamo adquiere especial importancia y debe ser inamovible. Pero las circunstancias cambiaron y las condiciones del contrato podrían cambiar también. Después del 20 de julio, y la reapertura de embajadas, no existe argumento político, ni diplomático ni militar para impedir que Washington y La Habana conversen y rehagan un tratado, beneficioso para ambos (e incluso para la región) mediante el cual Estados Unidos entrega el territorio ocupado, y Cuba, con nuevos criterios contractuales, permita a los militares norteamericanos continuar operando la Base.
Grosso modo pretendo decir que, de llegar a un acuerdo, Estados Unidos aumentaría su influencia en la región; Rusia, los terroristas y China quedarían fuera de este hemisferio; la emigración interna cubana alteraría sus derroteros hacia Guantánamo que, como provincia, aumentaría su PIB por concepto de una renta que hoy no cobra ni disfruta; y los hasta ahora olvidados municipios Caimanera y Boquerón, se convertirían de inmediato en la aurora boreal del cuentapropismo cubano. A mí me sirve, no sé a ustedes.
Juan Juan Almeida | a
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