El lado oscuro de una visita papal a La Habana
Arrestos, jineteras disgustadas y fervientes católicos se mezclaron entre sí.
Cubanos se despiden de papa Benedicto XVI (EFE)
FRANK LÓPEZ BALLESTEROS | ESPECIAL PARA EL UNIVERSAL
domingo 1 de abril de 2012 12:00 AM
La Habana.- El Malecón de La Habana levanta de repente un efluvio de aromas marinos que se pierde entre sus rocas moldeadas. Sobre esas mismas piedras un hombre de barbas níveas trata de pescar cerca de la media noche.
¿Qué le pide él al papa Benedicto XVI? "Que traiga papas", suelta sin vacilar. ¿Pero cree usted en eso de la multiplicación de los panes y los peces? "¿Cuáles panes y cuáles peces, dónde están, yo quiero", dice.
Aquella sarta de ironías era en realidad la explicación de lo que para muchos cubanos significó la llegada del Santo Padre a La Habana. Si las visitas papales tienen un halo sacramental, esta se asemejó más a una película policial con un guión bien organizado donde miedo, fe, fuerza, y lo absurdo deambulaban irrisoriamente tomados de la mano.
Las jineteras por un lado se quejaban, mientras algunas no hacían más que migrar de sus templos habituales de trabajo transitando entre uno que otro extranjero altruista vestido del blanco de pureza.
Del transitado Vedado a las puertas del Barrio Chino. De la Calle G a las avenidas oscuras bañadas de policías. Y así, el gobierno quería dar una imagen de sanación milagrosa durante los tres días de visita papal, donde creer en Dios fue para unos cuantos la obligación de la semana.
A muchos católicos -los de verdad- los escondieron. A aquel que se le pudiera ver como amenaza, se le intimidó. A unos los arrestaron por varias horas, a otros simplemente se les dejaba pasar. Era el estado del miedo disfrazado de fervor. Esa sensación de pánico la vivió Randy Gómez. A las seis de la mañana, cuando se dirigía a la Plaza de la Revolución un agente policial -de esos que parecen inofensivos adolescentes-, le pidió sus papeles. Como si nada le espetó: "móntate". Y así fue. En aquella jaula negra otras quince personas estaban allí: Sin derecho a nada, sin poder hacer nada. Sin saber nada.
Aquí no hubo reventa de rosarios, de banderines, de Biblias o imágenes divinas. El comercio de la fe está prohibido, pues a duras penas en cada esquina un afiche de Benedicto XVI con tez rosada y elegante mitra flanqueaba una imagen de Fidel y Raúl con el tema: "El socialismo es por siempre".
Todo lucía tan bien estructurado, que dos días antes de la misa en la plaza de la Revolución de La Habana, decenas de autobuses estaban allí apostados. Parvadas de empleados del gobierno, de la seguridad del Estado, soldados y policías vestidos con camisetas blancas ondeaban banderitas ensayando al catolicismo.
Bajo ese inclemente sol durante la misa en la plaza de la Revolución -vigilada por las efigies gigantes del "Che" Guevara y Camilo Cienfuegos- unos presentes oraban con disimulo, otros guardaban silencio. Muchos murmuraban una oración leyendo folletos, pero a lo lejos una anciana soltaba por instantes un suspiro lloroso que secaba con una camiseta inscrita con la frase: "creo en Dios y en nadie más".
Sobre el advenimiento de Dios y las profecías bíblicas, mucho se especuló en La Habana estos días; pero una cosa es que viniera Jesucristo, y otra Joseph Ratzinger a rogar para que su máximo jefe transite sin trabas entre los comunistas de la isla. "Si viene Cristo, que coja guagua porque va a llegar tarde", soltó aquel pescador barbudo.
Frlopez@eluniversal.com
Twitter: @Franchuterias
¿Qué le pide él al papa Benedicto XVI? "Que traiga papas", suelta sin vacilar. ¿Pero cree usted en eso de la multiplicación de los panes y los peces? "¿Cuáles panes y cuáles peces, dónde están, yo quiero", dice.
Aquella sarta de ironías era en realidad la explicación de lo que para muchos cubanos significó la llegada del Santo Padre a La Habana. Si las visitas papales tienen un halo sacramental, esta se asemejó más a una película policial con un guión bien organizado donde miedo, fe, fuerza, y lo absurdo deambulaban irrisoriamente tomados de la mano.
Las jineteras por un lado se quejaban, mientras algunas no hacían más que migrar de sus templos habituales de trabajo transitando entre uno que otro extranjero altruista vestido del blanco de pureza.
Del transitado Vedado a las puertas del Barrio Chino. De la Calle G a las avenidas oscuras bañadas de policías. Y así, el gobierno quería dar una imagen de sanación milagrosa durante los tres días de visita papal, donde creer en Dios fue para unos cuantos la obligación de la semana.
A muchos católicos -los de verdad- los escondieron. A aquel que se le pudiera ver como amenaza, se le intimidó. A unos los arrestaron por varias horas, a otros simplemente se les dejaba pasar. Era el estado del miedo disfrazado de fervor. Esa sensación de pánico la vivió Randy Gómez. A las seis de la mañana, cuando se dirigía a la Plaza de la Revolución un agente policial -de esos que parecen inofensivos adolescentes-, le pidió sus papeles. Como si nada le espetó: "móntate". Y así fue. En aquella jaula negra otras quince personas estaban allí: Sin derecho a nada, sin poder hacer nada. Sin saber nada.
Aquí no hubo reventa de rosarios, de banderines, de Biblias o imágenes divinas. El comercio de la fe está prohibido, pues a duras penas en cada esquina un afiche de Benedicto XVI con tez rosada y elegante mitra flanqueaba una imagen de Fidel y Raúl con el tema: "El socialismo es por siempre".
Todo lucía tan bien estructurado, que dos días antes de la misa en la plaza de la Revolución de La Habana, decenas de autobuses estaban allí apostados. Parvadas de empleados del gobierno, de la seguridad del Estado, soldados y policías vestidos con camisetas blancas ondeaban banderitas ensayando al catolicismo.
Bajo ese inclemente sol durante la misa en la plaza de la Revolución -vigilada por las efigies gigantes del "Che" Guevara y Camilo Cienfuegos- unos presentes oraban con disimulo, otros guardaban silencio. Muchos murmuraban una oración leyendo folletos, pero a lo lejos una anciana soltaba por instantes un suspiro lloroso que secaba con una camiseta inscrita con la frase: "creo en Dios y en nadie más".
Sobre el advenimiento de Dios y las profecías bíblicas, mucho se especuló en La Habana estos días; pero una cosa es que viniera Jesucristo, y otra Joseph Ratzinger a rogar para que su máximo jefe transite sin trabas entre los comunistas de la isla. "Si viene Cristo, que coja guagua porque va a llegar tarde", soltó aquel pescador barbudo.
Frlopez@eluniversal.com
Twitter: @Franchuterias