El horror como único pasado
Recuerdo haberme impresionado solo con el título: Inquisición: Instrumentos de tortura. Desde la Edad Media hasta la época industrial. Aún se exponía en México DF, a finales de los 90. Era una amplia variedad de métodos de suplicio que, tras un exitoso periplo por todo el país, iba a tomar otros rumbos. Por supuesto, hay cosas más bellas para ver y disfrutar en la populosa capital mexicana. De ese modo escapé a la tortura de ver aquella exposición.
Pero como si me persiguiera su crueldad, la misma exposición o una parecida fue exhibida en la Torre de la Libertad de Miami, en 2010 o 2011. Esta vez fueron los hijos una buena justificación para la ausencia; no se someten a experiencias desgarradoras niños y jóvenes inocentes, por lo menos no quien los respete y quiera de verdad. Aun así, podría torcerse la suerte y en un viaje a Europa o a Nueva York, tropezar otra vez con esa exposición itinerante que tiene público, "su" público.
Y cuando parecía que lo habíamos visto o leído todo de nuestra isla, un entusiasta profesor de Historia en la provincia Villa Clara ha tenido la idea de colocar en las antiguas mazmorras de la estación de policía, convertida hoy en escuela, una suerte de Museo de la Tortura, donde se exhibe, según Juventud Rebelde, "el quemapié de hierro, los férreos blackjacks, el vergajo de toro, el sacauñas, el pinchaojos y un artefacto para aplicar electricidad… Y colgada de un soporte está la soga utilizada para simular o realizar ahorcamientos".
El profesor ha declarado que la "iniciativa" encontró rápida acogida en las instancias de Educación y en la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Y añade que de ese modo "los jóvenes aprenden un poco más del pasado, para pensar y sentir mejor el presente". Lo irracional toma altura cuando el periodista escribe: "Basta con apreciar los rostros de los jóvenes que recorren la muestra para notar cómo los impresiona ver los instrumentos de tortura y, más todavía, cuando se les explica su modo de empleo".
Es cierto que en Cuba durante la tiranía de Fulgencio Batista se torturó y asesinó a cientos de jóvenes cubanos. Los cuarteles y las estaciones de policía eran siniestros lugares de tormento. Y por esa misma razón, para sepultar tanto daño, cuarteles y precintos fueron hechos escuelas. Muchos de los torturados allí casi hasta la muerte, fueron después parte de la construcción de la Cuba de hoy, y al final no pocos han terminado viviendo en Miami, junto a la "gusanera cubanoamericana". Pero nadie ha olvidado nada, ni aquí ni allá.
El temerario profesor dice que fue inspirado por un reportaje del pintoresco escritor Samuel Feijoó, publicado medio siglo atrás. El maestro tuvo la macarrónica idea de recrear la Cámara de Tortura en los antiguos fosos de suplicio, el mismo lugar donde la Revolución, años atrás, pretendió enterrar el pasado. La intención del docente, dice el reportaje, es mostrar "cómo era la Cuba de los años 50, cuando, además de los asesinatos, imperaban los desalojos, el desempleo, la falta de atención médica y otros males…".
Sin permiso de los padres, sin contar con nadie más que con los que siempre se "ganan puntos" con estupideces como esa, los muchachos son "educados" en el "horror" de otra época, mostrándole sacauñas y pinchaojos. De ese modo el profesor ya tiene su Auschwitz tropical. Con tal colección del martirio, puede justificar cualquier crueldad e irrespeto de esos jóvenes hacia quienes no piensen igual; niños apenas, saliendo a golpear e injuriar mujeres indefensas que lleven un gladiolo en sus manos como arma; jóvenes que piensen, sientan y sobre todo actúen sin remordimientos contra quienes, tan cubanos como ellos, no comulguen con ideas comunistas. Es el principio del totalitarismo: lo que no piense como yo es una cucaracha, un gusano, un escuálido, y merece ser exterminado.
Hay algo, sin embargo, que el profesor también debería recordar, por oficio: quien siembra odio y abre con saña las heridas del pasado, es tan torturador como al que critica; y de alguna manera hace girar hacia sí el resentimiento y la beligerancia de los demás. Sucede con los padres divorciados, cuando uno habla mal del otro a su hijo: tarde o temprano el "odiador" termina siendo el odiado. El profesor debe saber que del lado de acá también hay muchos exprisioneros, miles de historias para contar. Si solo una mínima cantidad fuera cierta, no alcanzarían los museos del horror en esta otra orilla.