EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO
         
 De diez errores políticos, nueve consisten
en considerar verdadero lo que ha dejado de serlo.
Y el décimo, acaso el más importante, en no considerar
verdadero lo que en realidad lo es.—Henri Bergson.
 Algunos colegas me han sugerido que modere el tono, que abogue por la  unidad de la oposición, que suprima cualquier expresión descalificadora  y, créanme, lo he intentado. Sin embargo, debo reconocer que —aun  tratándose de un artículo de corte periodístico— yo soy un académico.  Como tal me encuentro en un conflicto entre la objetividad del texto y  la probabilidad que vaya a resultar “políticamente incorrecto”. Opté por  lo primero: no escribo para los anti intelectuales, sea cual fuere el  lado en que se encuentren; tampoco para esos blasfemos paranoicos que  ven en todo cubano de la Isla, por el mero hecho de tener empleo o ir a  la universidad, un potencial agente de la Seguridad del Estado. No me  interesa hacer llamado alguno a la unidad, antes bien apuesto por la  diversidad; no soy un opositor del régimen porque no estoy interesado en  el poder ni persigo causa alguna; soy un disidente, en el caso dado,  alguien que no sólo rechaza las políticas y la ideología revolucionarias  —como la abrumadora mayoría de los cubanos— sino que es refractario a  la mentalidad revolucionaria. Dixi et salvavi animan meam.
 I
No exagero si afirmo que la oposición interna (1), lejos de facilitar,  suele a ratos frustrar las aspiraciones de los demás a disidir. Buena  parte de la energía de sus militantes se gasta en luchas intestinas y en  descalificaciones a los advenedizos, vistos más como adversarios que  como aliados. Como en el caso de los revolucionarios, también aquí  aflora un problema generacional. En lo que toca a la asimilación de los  iniciados, los argumentos de ambas partes son los mismos: nunca serás lo  suficientemente revolucionario como nunca serás lo suficientemente  opositor. Es la lógica del sacrificio y del reconocimiento articulado en  torno a la meritocracia. Este tipo de resistencia estructurada  (oposición) —que requiere de líderes, organización, mártires, estatutos y  cuantiosos fondos— es útil cuando se dirige contra el poder, pero, al  compartir su misma lógica no prende en la población. La inmensa mayoría  de los ciudadanos ha desarrollado su rechazo al castrismo y al  socialismo sin la mediación de la oposición interna tradicional,  generalmente reducida —entre la población de la Isla— a la vaga frase de  “los grupos de los derechos humanos”. Dentro del mundo académico e  intelectual es también mayoritario el desconocimiento de las figuras  principales de la oposición.
 La recepción popular de un par de casos paradigmáticos invita a la  reflexión: por una parte, Zapata Tamayo (considerado un mártir por la  oposición castrista dentro y fuera de la Isla) y, por otra, los Cinco  Espías del gobierno cubano presos en los Estados Unidos. Para la gente  de a pie no revolucionaria, ni Zapata es mártir ni los espías son  héroes. No niego que mucho tiene que ver en esto la represión y el  control de la información por parte del régimen, pero téngase en cuenta  que tampoco el sistemático bombardeo propagandístico por más de una  década ha logrado que el ciudadano común memorice siquiera los nombres  de “los Cinco Héroes prisioneros del Imperio”. El cubano de a pie  rechaza tanto al gobierno revolucionario como al “exilio histórico” de  Miami y, en no poca medida, a la oposición interna tradicional. Buena  parte de la Cuba del mañana se ha ido escurriendo a través de los  intersticios dejados por estas esferas de influencia.
 No puedo precisar con exactitud el punto de inflexión de la nueva  concepción de la resistencia, pero me inclino a pensar que tuvo su  origen en un feliz encuentro entre el arte y el pensamiento,  contestatarios por demás. Los antecedentes inmediatos se remontan a los  80: allí está la plástica subversiva, la crítica de arte, la filosofía  finalmente post y antimarxista (2), el Proyecto Paideia, como  testimonios de esa “aurora que ilumina como un rayo la imagen del nuevo  mundo” (Hegel). Dentro de la oposición tradicional surgirían nuevos  grupos, pero, sobre todo, irían creciendo paulatinamente fuera de esta  órbita proyectos alternativos —la mayoría de tipo cultural— con un  marcado interés teórico-filosófico y político-social.
 Un paso fundamental hacia la flexibilización (léase, diversificación y  versatilidad) de la resistencia, nacido del contexto opositor  tradicional —pero con su manera peculiar de ejecución— lo constituyó el  movimiento de las Damas de Blanco. Su naturaleza desorienta al régimen y  su lógica gandhiana lo fuerza a un mínimo nivel de permisibilidad, con  lo que aumenta la posibilidad de éxito. Entre otras cosas, este  movimiento ha desarticulado in actu la ecuación dictatorial que  iguala el ejercicio de las libertades individuales a lo ilícito e  ilegal. Si bien la oposición tradicional hace patente la dureza y la  brutalidad del régimen, las Damas de Blanco ponen de relieve,  públicamente, sus fisuras. El daño moral que le inflige al gobierno este  tipo de resistencia es irreparable. La oposición tradicional no se  tolera, pero esas caminatas a plena luz pública no queda más remedio que  deglutirlas. El movimiento —esencialmente urbano— por el momento ha  encontrado obstáculos represivos en su intento por extenderse al  interior del país, pero en la capital ha quedado claro que no funcionan  ni el descrédito ni los palos: los cortos pasos de esas grandes mujeres  pisotean el tejido simbólico de la Revolución.
 II
Así las cosas, el recién aventurado término “disidencia light”  no ha prosperado por dos razones fundamentales: primero, porque ya hace  mucho tiempo que existe una “disidencia revolucionaria” y, segundo,  porque la realidad escapa a la polarización heavy/light,  escindiéndose antes bien en una estrategia de lucha que comparte la  misma lógica heroica de la Revolución —y funciona con sus mismos  esquemas mentales (3)— y en formas flexibles y sin estructura que no se  apoyan en currículums abultados ni en martirologio alguno porque, entre  otras muchas razones, no luchan por procurarse un espacio en el futuro  gobierno postcastrista, sino por algo más real y tangible. En el caso de  Estado de Sats, por potenciar —con acciones, palabras e ideas— el  desarrollo de la sociedad civil y del pensamiento liberal y democrático,  cosa que se ha hecho hasta ahora con recursos propios. Los nuevos  proyectos parecen cubrir un área inaccesible para la oposición interna  tradicional como es la producción de pensamiento. No hay por qué  atacarlos si, concebidos también como posibles think tanks, su  peculiaridad estribaría en generar y promover propuestas teóricas y  estéticas de tipo contestatario, que se canalizarían, mediante el uso de  las tecnologías a mano, tanto en el espacio virtual como en el debate  cara a cara con un público diverso y plural. El activismo es sólo una de  las facetas de estos nuevos proyectos (4).
 La confianza que hoy pudiera albergarse en la disidencia parte del  reconocimiento tácito de que en Cuba los revolucionarios son una exigua  minoría. A la menor señal de cambio hasta los aparatchiki y buena parte de la nomenklatura  querrán hacerse un lugar en el nuevo orden. A diferencia de lo que se  ha venido constatando por años, quien desee hoy manifestarse en la calle  o en establecimientos públicos a favor de la Revolución debe hacerlo de  modo muy discreto, porque corre el riesgo de ser enérgicamente  rechazado por los ciudadanos: la calle ya no es de los revolucionarios,  aunque no deje de practicarse la doble moral por la única razón de ser  el Estado, prácticamente, el único empleador. En este sentido, nunca  será suficiente destacar el hecho de que lo que ha acarreado, a fin de  cuentas, la ruina del socialismo cubano ha sido el desencanto progresivo  de cada ciudadano —a lo largo de medio siglo— hasta alcanzar  proporciones en que se ha vuelto irreversible. Contra el desencanto no  pudo el blindaje ideológico de la Revolución, pero, hay que reconocerlo,  sí que intervino tangencialmente la aguerrida oposición interna  tradicional, que transcurrió todos estos años, si bien visible desde el  exterior, encapsulada en la lógica del poder y con una escasa incidencia  en la sociedad. Particularmente pobre ha sido su influencia en el  universo académico, artístico e intelectual.
 Para la nueva disidencia los métodos tradicionales parecen haber  perdido su atractivo. Tampoco resultaría sensato, en las nuevas  condiciones, apostar por la unidad —que es en alto grado controlable  desde el poder—  sino por la proliferación de lo diverso (5). Las  letanías de los llamados a la unidad inquebrantable se asocian antes  bien a la lógica del partido único, comunista y totalitario (PCC).  Pudiera ser también que el enfrentamiento físico con la policía interese  menos que los encontronazos con las instituciones. A pesar de la  valoración positiva del trabajo de la oposición tradicional en términos  de denuncia de los atropellos policiales, abuso de poder, etc., seduce  más, en algunos casos, la idea de la salida a la opinión pública  mediante la fractura argumental y axiológica de las estructuras de  plausibilidad del sistema y sus posibles remiendos (maniobras). En otros  casos se observa también una conquista de la calle mediante la fusión  con la municipalidad a través de labores productivas e iniciativas de  tipo cultural, lo que dificulta la represión directa por parte de la  policía. La práctica de recolectar firmas ha pasado a un segundo plano  ante el uso de la blogosfera y de las redes sociales. Quizás lo que más  diferencie a la floreciente disidencia de la manera tradicional de  oposición sea lo siguiente:
 1. El enfrentamiento interno —por razones teóricas y políticas— de lo que pudiera llamarse sus nacientes “tanques pensantes”.
 2. El carácter no conspirativo. Se hace público todo cuánto se piensa  y dice. No se estructura como grupo, sino como redes o como  articulaciones plegables y sin estructura. El interés gira en torno al  ejercicio de una libertad de facto, no a su reclamo de jure.
 3. La fusión de activismo, arte y pensamiento, lo cual permite  acceder e involucrar a un número mayor de personas en sus proyectos  (tales como conciertos, eventos teóricos, etc.,) de manera que los  ciudadanos puedan oxigenarse en espacios no estatales ni gubernamentales  a modo de pequeños escenarios virtuales de la futura sociedad civil. En  este sentido, la mezcla de arte, juventud y pensamiento es  particularmente explosiva (6).
 Como puede verse, lo anterior distingue sustancialmente a la  disidencia de la cultura épica de la oposición tradicional y de reclamos  como éstos (más propios de ortodoxias marxistas y de políticas de  barricada):
 […] ir más a la acción directa, que como es natural lleva  adjunta golpizas, maltratos y vejaciones por parte de la policía  política. Sería importante idear de qué forma el pueblo se uniría a la  oposición y se convertiría en una resistencia interna. Pensar en cuáles  consignas movilizan a las masas o quizás una mezcla de todo (7).
 La población cubana, harta de sacrificios e inmolaciones, parece  haber atravesado ya esa época heroica. Salirse de la órbita  revolucionaria es también salirse de esa manera de pensar. Tal vez el  problema más complejo que enfrente la oposición interna —junto a la  parte más intolerante del exilio— relacionado con el tema de su  envejecimiento, es la incomprensión de la juventud cubana. Los jóvenes  han nacido mentalmente en un ambiente postcastrista. A ellos les  resultan igualmente ajenos tanto el bombardeo ideológico contra la  “mafia cubanoamericana” como la castrofobia esquizoide del exilio más  radical, pero también la actitud partidista y militante de la oposición  interna. Fidel Castro es visto, más que como un demonio, como un  delirante anciano que mueve a risa. Lo paradójico de la situación es que  la oposición interna y externa viene siendo la encargada de mantener  vivo el mito castrista en la mente de los cubanos. A los jóvenes  semejantes cosas no le dicen nada; ellos flotan por encima de esa  realidad y pareciera que ya viven en el futuro. Muchos se preocupan  fuera de Cuba por la ausencia de un verdadero líder que comande la  resistencia. En mi opinión tal figura es innecesaria y prefiero decir  —con el Galileo de un Brecht que no suena para nada a comunista—:  “Desdichada la tierra que necesita héroes”.
 III
El tratamiento, aparentemente más tolerante, para con las nuevas formas  de resistencia parece indicar que las están considerando como un nuevo  tipo de adversario. No pocos participantes del proyecto Estado de Sats y  de Observatorio Crítico —para solo citar los movimientos más  representativos— han sido requeridos por la Seguridad del Estado;  también ha habido, y hay, amenazas y despidos, pero hasta ahora la cosa  no ha pasado de ahí. Por estos días, a raíz de un escrito de Martha  Beatriz Roque contra Estado de Sats, la Seguridad del Estado citó por  segunda vez a Antonio Rodiles y está ejerciendo presión sobre los  participantes y colaboradores para que abandonen el proyecto que la  opositora calificó de “disidentes fabricados”.
 A la Seguridad del Estado no le va quedando otro recurso que el  chantaje, con la amenaza de cárcel y la asfixia económica, métodos cada  vez más primitivos cuando se trata de una forma de resistencia  inteligente. La nueva disidencia, en algunos casos  globalizada, no  viola la constitución ni ninguna ley cubana, además, cuenta con un vasto  capital de conocimientos en materia de derecho, política, historia,  economía, filosofía. Lo mejor que se puede hacer desde el poder con  estas manifestaciones contestatarias es dejarlas hacer, otra medida  sería una insensatez. En cualquier caso, se puede estar seguros,  mientras más arrecie la represión más se radicalizan.
 Sea lo que fuere, el éxito de estos nuevos actores de la disidencia  descansa sobre todo en la transparencia y en el rechazo de la paranoia  generalizada que corroe a la oposición castrista (y que llega a producir  tanta náusea como la propia actitud revolucionaria). Se trabaja abierta  y desenfadadamente y el policía que lo ponga otro, pues se parte del  supuesto que el derecho y la libertad son innatos. A las actividades de  estos proyectos, simplemente, puede asistir quien lo desee, lo mismo si  es un ministro o un miembro del Ministerio del Interior. Por supuesto  que hasta ahora ninguna autoridad ha querido legitimarlos con su  presencia: la Revolución le teme al pensamiento. Cuando se trata de un  espacio sui generis de confluencia y diálogo entre artistas,  intelectuales, académicos y gente común, experiencia capaz de convocar y  arrastrar las más dispares inclinaciones, reprimir es más difícil. Por  eso, todo proyecto disidente debería tener —como las teorías  científicas, según Einstein— una justificación exterior y un acabamiento  interno. Lo que llevo dicho atañe a este último aspecto. Con respecto a  la justificación exterior, la misma vendría dada por el hecho de que si  la forma de dominación cambia (para mal o para bien) la manera de  contrarrestarla debe cambiar también.  Hoy es innegable, como le escuché  decir a Hernández Busto, que “la disidencia debe disponer de recursos  intelectuales para enfrentar la mutación del castrismo hacia un  autoritarismo de mercado”. Desde diferentes posiciones la nueva  disidencia viene haciendo realidad semejante reclamo. La Red Protagónica  Observatorio Crítico, por ejemplo, plenamente identificada con el  llamado “socialismo libertario autogestionario” ataca las reformas  raulistas desde una plataforma neomarxista, mientras Estado de Sats lo  hace desde una perspectiva liberal.
 Si algo me parece inobjetable en lo que toca a la supervivencia de la  disidencia en la Isla es el abandono de la lógica de la unidad, que  presidió  la rebeldía —particularmente de los movimientos  revolucionarios— de la modernidad y que tan fácilmente se quiebra desde  el poder con un simple “divide y vencerás”. En las nuevas condiciones de  resistencia también el viejo adagio “en la unión está la fuerza”  ha  sido remplazado por este otro: “la inteligencia está en la  diversificación”. La disidencia no puede crecer verticalmente, mucho  menos aspirar a la unidad de objetivo ni a consenso alguno. Por el  contrario, en condiciones de totalitarismo en pleno siglo XXI, la  disidencia —necesariamente postmoderna y postnacional— depende del grado  de disenso, diversificación, pluralidad y expansión horizontal que  alcance. Se ha dicho que conocimiento es poder, por lo tanto, el  movimiento contestatario no puede jugar con las mismas reglas del  gobierno. El perdedor sigue las reglas; el ganador las hace. En este  caso se trata de fomentar y potenciar la multiplicidad de vías, una de  las cuales sería la de la oposición tradicional. El punto no es, pues,  aunar fuerzas, sino hacer que el sistema entre en resonancia dado lo  incontrolable de la situación, producto de la proliferación de la  diversidad y de la diferencia en todos los órdenes. Como puede  constatarse sin dificultad con la proliferación de los proyectos  culturales contestatarios independientes y, en general, de espacios  alternativos —de menor solidez que Estado de Sats y Observatorio  Crítico, pero capaces de arraigar entre la juventud— hoy se ejerce la  disidencia con talento e inteligencia, pero, sobre todo, porque se  considera una práctica natural y consustancial a la expresión artística e  intelectual que está  más allá de toda negociación con el poder.  Esperemos que este espíritu invada también otras esferas de la sociedad  cubana. Lo que podría ser un resultado para la oposición interna  tradicional es para la disidencia un punto de partida. Así, pues, ni un  objetivo común ni un interés común; por el contrario, en el  florecimiento de la multiplicidad de intereses (aun contrapuestos) y de  actores contestatarios con las propuestas más dispares, en la  especialización y diversificación de la propia disidencia —no ya de sus  ideologías— debemos cifrar las esperanzas de un cambio real. Nadie va a  cambiar el gobierno en Cuba sino el gobierno mismo, pero sólo cuando la  sociedad, mediante el desarrollo de su dimensión civil, no le deje otra  alternativa. El indetenible proceso de deshomogeneización de la sociedad  cubana ya está dando sus frutos. Y es justo por esta vía por la que la  oposición va encontrar el respaldo popular del que hasta ahora ha  carecido. No sería desacertado afirmar, para concluir, que la  floreciente disidencia se rige, al menos, por estos cuatro mandamientos:
 —No esperes que te den espacio civil, háztelo tú.
 —No exijas las libertades, ejércelas.
 —No te unifiques; descéntrate, diversifícate.
 —Minimiza el riesgo represivo y maximiza los resultados.
 Creo que el error fundamental en torno al problema de la resistencia  cívica ha consistido en buscarla allí donde no se encuentra y —en los  casos en que se ha apuntado en la dirección correcta— en que se le ha  pedido lo que ella no está en condiciones de dar. Hasta cierto punto  pudiera decirse que hoy la cuestión no es la resistencia en sí misma,  sino la manera de entenderla: “Nadie buscará lo que sabe por saberlo ya;  nadie buscará lo que no sabe por ignorar lo que busca” (Platón). En  vano se espera por un líder que provoque un tsunami social; hablando en  términos de vulnerabilidad, yo veo más realista el cuadro del contraste  entre la anomia cada vez más generalizada y la cada vez más creciente  sociedad civil, presionando desde abajo a esa facción de dirigentes que  serán contaminados con la nueva mentalidad (disidencia) y cada vez más  movidos por la avidez de riquezas. La prisa y las soluciones  tremendistas en nada pueden ayudar aquí. Ningún socialismo de Estado se  ha tumbado sin más desde abajo; ellos no se caen, se extinguen, sólo que  no para dar paso al comunismo, como pensaron sus fundadores, sino a la  democracia. Los cubanos no deben renunciar al sueño libertario de tomar  las calles por asalto, pero, mientras no sea más que un sueño, deben  aprender a vivir en —y practicar la— libertad in situ, aun bajo condiciones de totalitarismo. Eso será suficiente.
 Cuando la forma substancial del espíritu se ha  transformado es absolutamente imposible querer conservar las formas de  la cultura anterior, son hojas secas que caen empujadas por los nuevos  brotes que ya surgen sobre sus raíces (8).
 Alexis Jardines
San Juan
 NOTAS:
 
 (1) Obviamente se trata de una generalización teórica, las  excepciones no hacen la diferencia aquí del mismo modo que una  golondrina no hace verano. Mi argumentación se dirige contra un estado  mental, contra una actitud fósil que puede ser superada. W. Vallín es un  buen ejemplo de ello.
 (2) Yo mismo abrí esa brecha en la Colina universitaria con mi Requiem  (por el marxismo) escrito en enero de 1989 y que llegó a ver la luz,  finalmente, en 1991. Fue la primera y, hasta hoy, única crítica pública  —destructiva, por demás— publicada, por si fuera poco, por una editorial  revolucionaria. Lo lamento si siembro más dudas, pero no es este el  lugar para relatar lo vivido en torno a aquél dramático e inédito  suceso.
 (3) He aquí un ejemplo simple de la correlación mental que conforman  gobierno y oposición tradicional: «La líder opositora, que fue invitada a  participar en uno de los encuentros (de Estado de Sats), prefirió no  asistir pues considera: “no tengo nada que hacer ahí, no hay nada que me  motive a conversar con ellos. En la vida hay que ser algo: estás con el  gobierno o no estás con el gobierno. Hay que tomar una postura, además  el que está en contra del gobierno, está disintiendo, no se puede estar  en el aire”». Estas palabras de Martha Beatriz Roque a Martí Noticias  precisan de una pequeña aclaración. Estado de Sats no está ni en el aire  ni está disintiendo; está disidiendo —que son cosas bien distintas—  porque Estado de Sats es disidencia y Martha Beatriz es oposición, por  lo que ella mentalmente no trasciende la lógica del gobierno  totalitario, más bien es su complemento. Nótese la semejanza: “quien no  está conmigo está contra mí”, solía decir Stalin. “Dentro de la  Revolución, todo; contra la Revolución, nada”, todavía argumentan los  Castro. Dicho sea de paso, en esa misma intervención radial la opositora  identifica a los profesores de filosofía —y lo que es peor, de historia  de la filosofía— con los profesores de marxismo. Esta lamentable  confusión es casi una convicción entre los egresados de la Escuela  Superior del Partido “Ñico López”. Probablemente, a partir de ellos se  haya irradiado a otros círculos ajenos al mundo universitario.   
 (4) Quizás sea conveniente hacer más explícita mi visión de la diferencia entre disidencia y oposición.  Hasta ahora ha predominado una diferenciación establecida sobre la   base de la relación interno/externo. Los disidentes serían los que,  situados en el interior de un legado, doctrina, ideología, religión,  etc., se separarían más adelante de la línea oficial con visiones  diferentes y hasta opuestas. Los opositores se situarían desde el mismo  inicio fuera y contra el gobierno. Aquí cabría agregar que estos últimos  no suelen tener una concepción del mundo, sino demandas, programas y  proyectos. Nótese que en un caso lo que está en juego es un universo de  sentido, una cosmovisión (Weltanschauung) y, en el otro, el  poder político. Lo definitorio no es, pues, el dentro y el fuera, sino  la inconmensurabilidad de ambos paradigmas, diríase con Kuhn. No hay que  olvidar que el primer disidente de la historia fue un filósofo, nada  menos que Sócrates. Se diside, pues, en el plano de las ideas y de los  valores. La disidencia es un asunto de lo que se llamó en los  socialismos de la Europa del Este «intelligentsia» y no es absolutamente  necesario compartir previamente una doctrina o cosmovisión para  disidir. Tal y como Sócrates no aceptó nunca a los dioses locales que ya  estaban ahí cuando él llegó, en esa misma situación y actitud se  encuentra la disidencia frente al pensamiento único de la sociedad  totalitaria. Por eso toda disidencia es, de hecho, una forma de  oposición, aunque no toda oposición es disidente Así, pues, la oposición  es de carácter político, mientras que la disidencia tiene raíces más  hondas, es —recurriendo a un neologismo— cosmovisional.
 (5) Espero que no se tomen estas palabras como un intento de fomentar  la división en la resistencia interna de la Isla. A cualquier unidad  hay llegar mediante —y desde— el desarrollo pleno de lo diverso, porque  lo otro sería como poner la carreta delante de los bueyes. Tampoco creo  que sea algo muy difícil de asimilar. Adolfo Rivero Caro lo ha  reconocido con claridad desde el exilio: “El país real es diverso y  múltiple. Por consiguiente, una disidencia diversa sí puede significar  todo un país en oposición. Esa oposición sólo necesita saberse unida en  unas pocas demandas esenciales: libertad para los presos políticos,  libertad de reunión y asociación, elecciones libres”. (Apuntes para la historia del movimiento disidente en Cuba en, http://www.neoliberalismo.com/apuntes.htm).
 (6) Una tremenda experiencia en esta dirección fue el primer evento  ampliado que se celebró Estado de Sats en julio del año pasado (2010) en  La Casa Gaia, cita en La Habana Vieja. A partir de entonces todos los  espacios —institucionales o no— les fueron negados. Gracias al arrojo y  al tesón de Antonio Rodiles, fundador y coordinador de Estado de Sats  junto a Jorge Calaforra, el proyecto sigue activo. 
 (7) La cita es de Martha Beatriz Roque: “Fábrica de disidentes”, publicado en el blog Diario de Cuba (04.08.2011).
 (8) G.W.F. Hegel: Prólogo a la Fenomenología del espíritu.