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martes, 30 de agosto de 2011

Hacia una resistencia inteligente | Penúltimos Días

Hacia una resistencia inteligente | Penúltimos Días

EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO

Hacia una resistencia inteligente

August 30, 2011· Sin Comentarios

De diez errores políticos, nueve consisten
en considerar verdadero lo que ha dejado de serlo.
Y el décimo, acaso el más importante, en no considerar
verdadero lo que en realidad lo es.
—Henri Bergson.

Algunos colegas me han sugerido que modere el tono, que abogue por la unidad de la oposición, que suprima cualquier expresión descalificadora y, créanme, lo he intentado. Sin embargo, debo reconocer que —aun tratándose de un artículo de corte periodístico— yo soy un académico. Como tal me encuentro en un conflicto entre la objetividad del texto y la probabilidad que vaya a resultar “políticamente incorrecto”. Opté por lo primero: no escribo para los anti intelectuales, sea cual fuere el lado en que se encuentren; tampoco para esos blasfemos paranoicos que ven en todo cubano de la Isla, por el mero hecho de tener empleo o ir a la universidad, un potencial agente de la Seguridad del Estado. No me interesa hacer llamado alguno a la unidad, antes bien apuesto por la diversidad; no soy un opositor del régimen porque no estoy interesado en el poder ni persigo causa alguna; soy un disidente, en el caso dado, alguien que no sólo rechaza las políticas y la ideología revolucionarias —como la abrumadora mayoría de los cubanos— sino que es refractario a la mentalidad revolucionaria. Dixi et salvavi animan meam.

I
No exagero si afirmo que la oposición interna (1), lejos de facilitar, suele a ratos frustrar las aspiraciones de los demás a disidir. Buena parte de la energía de sus militantes se gasta en luchas intestinas y en descalificaciones a los advenedizos, vistos más como adversarios que como aliados. Como en el caso de los revolucionarios, también aquí aflora un problema generacional. En lo que toca a la asimilación de los iniciados, los argumentos de ambas partes son los mismos: nunca serás lo suficientemente revolucionario como nunca serás lo suficientemente opositor. Es la lógica del sacrificio y del reconocimiento articulado en torno a la meritocracia. Este tipo de resistencia estructurada (oposición) —que requiere de líderes, organización, mártires, estatutos y cuantiosos fondos— es útil cuando se dirige contra el poder, pero, al compartir su misma lógica no prende en la población. La inmensa mayoría de los ciudadanos ha desarrollado su rechazo al castrismo y al socialismo sin la mediación de la oposición interna tradicional, generalmente reducida —entre la población de la Isla— a la vaga frase de “los grupos de los derechos humanos”. Dentro del mundo académico e intelectual es también mayoritario el desconocimiento de las figuras principales de la oposición.

La recepción popular de un par de casos paradigmáticos invita a la reflexión: por una parte, Zapata Tamayo (considerado un mártir por la oposición castrista dentro y fuera de la Isla) y, por otra, los Cinco Espías del gobierno cubano presos en los Estados Unidos. Para la gente de a pie no revolucionaria, ni Zapata es mártir ni los espías son héroes. No niego que mucho tiene que ver en esto la represión y el control de la información por parte del régimen, pero téngase en cuenta que tampoco el sistemático bombardeo propagandístico por más de una década ha logrado que el ciudadano común memorice siquiera los nombres de “los Cinco Héroes prisioneros del Imperio”. El cubano de a pie rechaza tanto al gobierno revolucionario como al “exilio histórico” de Miami y, en no poca medida, a la oposición interna tradicional. Buena parte de la Cuba del mañana se ha ido escurriendo a través de los intersticios dejados por estas esferas de influencia.

No puedo precisar con exactitud el punto de inflexión de la nueva concepción de la resistencia, pero me inclino a pensar que tuvo su origen en un feliz encuentro entre el arte y el pensamiento, contestatarios por demás. Los antecedentes inmediatos se remontan a los 80: allí está la plástica subversiva, la crítica de arte, la filosofía finalmente post y antimarxista (2), el Proyecto Paideia, como testimonios de esa “aurora que ilumina como un rayo la imagen del nuevo mundo” (Hegel). Dentro de la oposición tradicional surgirían nuevos grupos, pero, sobre todo, irían creciendo paulatinamente fuera de esta órbita proyectos alternativos —la mayoría de tipo cultural— con un marcado interés teórico-filosófico y político-social.

Un paso fundamental hacia la flexibilización (léase, diversificación y versatilidad) de la resistencia, nacido del contexto opositor tradicional —pero con su manera peculiar de ejecución— lo constituyó el movimiento de las Damas de Blanco. Su naturaleza desorienta al régimen y su lógica gandhiana lo fuerza a un mínimo nivel de permisibilidad, con lo que aumenta la posibilidad de éxito. Entre otras cosas, este movimiento ha desarticulado in actu la ecuación dictatorial que iguala el ejercicio de las libertades individuales a lo ilícito e ilegal. Si bien la oposición tradicional hace patente la dureza y la brutalidad del régimen, las Damas de Blanco ponen de relieve, públicamente, sus fisuras. El daño moral que le inflige al gobierno este tipo de resistencia es irreparable. La oposición tradicional no se tolera, pero esas caminatas a plena luz pública no queda más remedio que deglutirlas. El movimiento —esencialmente urbano— por el momento ha encontrado obstáculos represivos en su intento por extenderse al interior del país, pero en la capital ha quedado claro que no funcionan ni el descrédito ni los palos: los cortos pasos de esas grandes mujeres pisotean el tejido simbólico de la Revolución.

II
Así las cosas, el recién aventurado término “disidencia light” no ha prosperado por dos razones fundamentales: primero, porque ya hace mucho tiempo que existe una “disidencia revolucionaria” y, segundo, porque la realidad escapa a la polarización heavy/light, escindiéndose antes bien en una estrategia de lucha que comparte la misma lógica heroica de la Revolución —y funciona con sus mismos esquemas mentales (3)— y en formas flexibles y sin estructura que no se apoyan en currículums abultados ni en martirologio alguno porque, entre otras muchas razones, no luchan por procurarse un espacio en el futuro gobierno postcastrista, sino por algo más real y tangible. En el caso de Estado de Sats, por potenciar —con acciones, palabras e ideas— el desarrollo de la sociedad civil y del pensamiento liberal y democrático, cosa que se ha hecho hasta ahora con recursos propios. Los nuevos proyectos parecen cubrir un área inaccesible para la oposición interna tradicional como es la producción de pensamiento. No hay por qué atacarlos si, concebidos también como posibles think tanks, su peculiaridad estribaría en generar y promover propuestas teóricas y estéticas de tipo contestatario, que se canalizarían, mediante el uso de las tecnologías a mano, tanto en el espacio virtual como en el debate cara a cara con un público diverso y plural. El activismo es sólo una de las facetas de estos nuevos proyectos (4).

La confianza que hoy pudiera albergarse en la disidencia parte del reconocimiento tácito de que en Cuba los revolucionarios son una exigua minoría. A la menor señal de cambio hasta los aparatchiki y buena parte de la nomenklatura querrán hacerse un lugar en el nuevo orden. A diferencia de lo que se ha venido constatando por años, quien desee hoy manifestarse en la calle o en establecimientos públicos a favor de la Revolución debe hacerlo de modo muy discreto, porque corre el riesgo de ser enérgicamente rechazado por los ciudadanos: la calle ya no es de los revolucionarios, aunque no deje de practicarse la doble moral por la única razón de ser el Estado, prácticamente, el único empleador. En este sentido, nunca será suficiente destacar el hecho de que lo que ha acarreado, a fin de cuentas, la ruina del socialismo cubano ha sido el desencanto progresivo de cada ciudadano —a lo largo de medio siglo— hasta alcanzar proporciones en que se ha vuelto irreversible. Contra el desencanto no pudo el blindaje ideológico de la Revolución, pero, hay que reconocerlo, sí que intervino tangencialmente la aguerrida oposición interna tradicional, que transcurrió todos estos años, si bien visible desde el exterior, encapsulada en la lógica del poder y con una escasa incidencia en la sociedad. Particularmente pobre ha sido su influencia en el universo académico, artístico e intelectual.

Para la nueva disidencia los métodos tradicionales parecen haber perdido su atractivo. Tampoco resultaría sensato, en las nuevas condiciones, apostar por la unidad —que es en alto grado controlable desde el poder— sino por la proliferación de lo diverso (5). Las letanías de los llamados a la unidad inquebrantable se asocian antes bien a la lógica del partido único, comunista y totalitario (PCC). Pudiera ser también que el enfrentamiento físico con la policía interese menos que los encontronazos con las instituciones. A pesar de la valoración positiva del trabajo de la oposición tradicional en términos de denuncia de los atropellos policiales, abuso de poder, etc., seduce más, en algunos casos, la idea de la salida a la opinión pública mediante la fractura argumental y axiológica de las estructuras de plausibilidad del sistema y sus posibles remiendos (maniobras). En otros casos se observa también una conquista de la calle mediante la fusión con la municipalidad a través de labores productivas e iniciativas de tipo cultural, lo que dificulta la represión directa por parte de la policía. La práctica de recolectar firmas ha pasado a un segundo plano ante el uso de la blogosfera y de las redes sociales. Quizás lo que más diferencie a la floreciente disidencia de la manera tradicional de oposición sea lo siguiente:

1. El enfrentamiento interno —por razones teóricas y políticas— de lo que pudiera llamarse sus nacientes “tanques pensantes”.

2. El carácter no conspirativo. Se hace público todo cuánto se piensa y dice. No se estructura como grupo, sino como redes o como articulaciones plegables y sin estructura. El interés gira en torno al ejercicio de una libertad de facto, no a su reclamo de jure.

3. La fusión de activismo, arte y pensamiento, lo cual permite acceder e involucrar a un número mayor de personas en sus proyectos (tales como conciertos, eventos teóricos, etc.,) de manera que los ciudadanos puedan oxigenarse en espacios no estatales ni gubernamentales a modo de pequeños escenarios virtuales de la futura sociedad civil. En este sentido, la mezcla de arte, juventud y pensamiento es particularmente explosiva (6).

Como puede verse, lo anterior distingue sustancialmente a la disidencia de la cultura épica de la oposición tradicional y de reclamos como éstos (más propios de ortodoxias marxistas y de políticas de barricada):

[…] ir más a la acción directa, que como es natural lleva adjunta golpizas, maltratos y vejaciones por parte de la policía política. Sería importante idear de qué forma el pueblo se uniría a la oposición y se convertiría en una resistencia interna. Pensar en cuáles consignas movilizan a las masas o quizás una mezcla de todo (7).

La población cubana, harta de sacrificios e inmolaciones, parece haber atravesado ya esa época heroica. Salirse de la órbita revolucionaria es también salirse de esa manera de pensar. Tal vez el problema más complejo que enfrente la oposición interna —junto a la parte más intolerante del exilio— relacionado con el tema de su envejecimiento, es la incomprensión de la juventud cubana. Los jóvenes han nacido mentalmente en un ambiente postcastrista. A ellos les resultan igualmente ajenos tanto el bombardeo ideológico contra la “mafia cubanoamericana” como la castrofobia esquizoide del exilio más radical, pero también la actitud partidista y militante de la oposición interna. Fidel Castro es visto, más que como un demonio, como un delirante anciano que mueve a risa. Lo paradójico de la situación es que la oposición interna y externa viene siendo la encargada de mantener vivo el mito castrista en la mente de los cubanos. A los jóvenes semejantes cosas no le dicen nada; ellos flotan por encima de esa realidad y pareciera que ya viven en el futuro. Muchos se preocupan fuera de Cuba por la ausencia de un verdadero líder que comande la resistencia. En mi opinión tal figura es innecesaria y prefiero decir —con el Galileo de un Brecht que no suena para nada a comunista—: “Desdichada la tierra que necesita héroes”.

III
El tratamiento, aparentemente más tolerante, para con las nuevas formas de resistencia parece indicar que las están considerando como un nuevo tipo de adversario. No pocos participantes del proyecto Estado de Sats y de Observatorio Crítico —para solo citar los movimientos más representativos— han sido requeridos por la Seguridad del Estado; también ha habido, y hay, amenazas y despidos, pero hasta ahora la cosa no ha pasado de ahí. Por estos días, a raíz de un escrito de Martha Beatriz Roque contra Estado de Sats, la Seguridad del Estado citó por segunda vez a Antonio Rodiles y está ejerciendo presión sobre los participantes y colaboradores para que abandonen el proyecto que la opositora calificó de “disidentes fabricados”.

A la Seguridad del Estado no le va quedando otro recurso que el chantaje, con la amenaza de cárcel y la asfixia económica, métodos cada vez más primitivos cuando se trata de una forma de resistencia inteligente. La nueva disidencia, en algunos casos globalizada, no viola la constitución ni ninguna ley cubana, además, cuenta con un vasto capital de conocimientos en materia de derecho, política, historia, economía, filosofía. Lo mejor que se puede hacer desde el poder con estas manifestaciones contestatarias es dejarlas hacer, otra medida sería una insensatez. En cualquier caso, se puede estar seguros, mientras más arrecie la represión más se radicalizan.

Sea lo que fuere, el éxito de estos nuevos actores de la disidencia descansa sobre todo en la transparencia y en el rechazo de la paranoia generalizada que corroe a la oposición castrista (y que llega a producir tanta náusea como la propia actitud revolucionaria). Se trabaja abierta y desenfadadamente y el policía que lo ponga otro, pues se parte del supuesto que el derecho y la libertad son innatos. A las actividades de estos proyectos, simplemente, puede asistir quien lo desee, lo mismo si es un ministro o un miembro del Ministerio del Interior. Por supuesto que hasta ahora ninguna autoridad ha querido legitimarlos con su presencia: la Revolución le teme al pensamiento. Cuando se trata de un espacio sui generis de confluencia y diálogo entre artistas, intelectuales, académicos y gente común, experiencia capaz de convocar y arrastrar las más dispares inclinaciones, reprimir es más difícil. Por eso, todo proyecto disidente debería tener —como las teorías científicas, según Einstein— una justificación exterior y un acabamiento interno. Lo que llevo dicho atañe a este último aspecto. Con respecto a la justificación exterior, la misma vendría dada por el hecho de que si la forma de dominación cambia (para mal o para bien) la manera de contrarrestarla debe cambiar también. Hoy es innegable, como le escuché decir a Hernández Busto, que “la disidencia debe disponer de recursos intelectuales para enfrentar la mutación del castrismo hacia un autoritarismo de mercado”. Desde diferentes posiciones la nueva disidencia viene haciendo realidad semejante reclamo. La Red Protagónica Observatorio Crítico, por ejemplo, plenamente identificada con el llamado “socialismo libertario autogestionario” ataca las reformas raulistas desde una plataforma neomarxista, mientras Estado de Sats lo hace desde una perspectiva liberal.

Si algo me parece inobjetable en lo que toca a la supervivencia de la disidencia en la Isla es el abandono de la lógica de la unidad, que presidió la rebeldía —particularmente de los movimientos revolucionarios— de la modernidad y que tan fácilmente se quiebra desde el poder con un simple “divide y vencerás”. En las nuevas condiciones de resistencia también el viejo adagio “en la unión está la fuerza” ha sido remplazado por este otro: “la inteligencia está en la diversificación”. La disidencia no puede crecer verticalmente, mucho menos aspirar a la unidad de objetivo ni a consenso alguno. Por el contrario, en condiciones de totalitarismo en pleno siglo XXI, la disidencia —necesariamente postmoderna y postnacional— depende del grado de disenso, diversificación, pluralidad y expansión horizontal que alcance. Se ha dicho que conocimiento es poder, por lo tanto, el movimiento contestatario no puede jugar con las mismas reglas del gobierno. El perdedor sigue las reglas; el ganador las hace. En este caso se trata de fomentar y potenciar la multiplicidad de vías, una de las cuales sería la de la oposición tradicional. El punto no es, pues, aunar fuerzas, sino hacer que el sistema entre en resonancia dado lo incontrolable de la situación, producto de la proliferación de la diversidad y de la diferencia en todos los órdenes. Como puede constatarse sin dificultad con la proliferación de los proyectos culturales contestatarios independientes y, en general, de espacios alternativos —de menor solidez que Estado de Sats y Observatorio Crítico, pero capaces de arraigar entre la juventud— hoy se ejerce la disidencia con talento e inteligencia, pero, sobre todo, porque se considera una práctica natural y consustancial a la expresión artística e intelectual que está más allá de toda negociación con el poder. Esperemos que este espíritu invada también otras esferas de la sociedad cubana. Lo que podría ser un resultado para la oposición interna tradicional es para la disidencia un punto de partida. Así, pues, ni un objetivo común ni un interés común; por el contrario, en el florecimiento de la multiplicidad de intereses (aun contrapuestos) y de actores contestatarios con las propuestas más dispares, en la especialización y diversificación de la propia disidencia —no ya de sus ideologías— debemos cifrar las esperanzas de un cambio real. Nadie va a cambiar el gobierno en Cuba sino el gobierno mismo, pero sólo cuando la sociedad, mediante el desarrollo de su dimensión civil, no le deje otra alternativa. El indetenible proceso de deshomogeneización de la sociedad cubana ya está dando sus frutos. Y es justo por esta vía por la que la oposición va encontrar el respaldo popular del que hasta ahora ha carecido. No sería desacertado afirmar, para concluir, que la floreciente disidencia se rige, al menos, por estos cuatro mandamientos:

—No esperes que te den espacio civil, háztelo tú.

—No exijas las libertades, ejércelas.

—No te unifiques; descéntrate, diversifícate.

—Minimiza el riesgo represivo y maximiza los resultados.

Creo que el error fundamental en torno al problema de la resistencia cívica ha consistido en buscarla allí donde no se encuentra y —en los casos en que se ha apuntado en la dirección correcta— en que se le ha pedido lo que ella no está en condiciones de dar. Hasta cierto punto pudiera decirse que hoy la cuestión no es la resistencia en sí misma, sino la manera de entenderla: “Nadie buscará lo que sabe por saberlo ya; nadie buscará lo que no sabe por ignorar lo que busca” (Platón). En vano se espera por un líder que provoque un tsunami social; hablando en términos de vulnerabilidad, yo veo más realista el cuadro del contraste entre la anomia cada vez más generalizada y la cada vez más creciente sociedad civil, presionando desde abajo a esa facción de dirigentes que serán contaminados con la nueva mentalidad (disidencia) y cada vez más movidos por la avidez de riquezas. La prisa y las soluciones tremendistas en nada pueden ayudar aquí. Ningún socialismo de Estado se ha tumbado sin más desde abajo; ellos no se caen, se extinguen, sólo que no para dar paso al comunismo, como pensaron sus fundadores, sino a la democracia. Los cubanos no deben renunciar al sueño libertario de tomar las calles por asalto, pero, mientras no sea más que un sueño, deben aprender a vivir en —y practicar la— libertad in situ, aun bajo condiciones de totalitarismo. Eso será suficiente.

Cuando la forma substancial del espíritu se ha transformado es absolutamente imposible querer conservar las formas de la cultura anterior, son hojas secas que caen empujadas por los nuevos brotes que ya surgen sobre sus raíces (8).

Alexis Jardines
San Juan

NOTAS:

(1) Obviamente se trata de una generalización teórica, las excepciones no hacen la diferencia aquí del mismo modo que una golondrina no hace verano. Mi argumentación se dirige contra un estado mental, contra una actitud fósil que puede ser superada. W. Vallín es un buen ejemplo de ello.

(2) Yo mismo abrí esa brecha en la Colina universitaria con mi Requiem (por el marxismo) escrito en enero de 1989 y que llegó a ver la luz, finalmente, en 1991. Fue la primera y, hasta hoy, única crítica pública —destructiva, por demás— publicada, por si fuera poco, por una editorial revolucionaria. Lo lamento si siembro más dudas, pero no es este el lugar para relatar lo vivido en torno a aquél dramático e inédito suceso.

(3) He aquí un ejemplo simple de la correlación mental que conforman gobierno y oposición tradicional: «La líder opositora, que fue invitada a participar en uno de los encuentros (de Estado de Sats), prefirió no asistir pues considera: “no tengo nada que hacer ahí, no hay nada que me motive a conversar con ellos. En la vida hay que ser algo: estás con el gobierno o no estás con el gobierno. Hay que tomar una postura, además el que está en contra del gobierno, está disintiendo, no se puede estar en el aire”». Estas palabras de Martha Beatriz Roque a Martí Noticias precisan de una pequeña aclaración. Estado de Sats no está ni en el aire ni está disintiendo; está disidiendo —que son cosas bien distintas— porque Estado de Sats es disidencia y Martha Beatriz es oposición, por lo que ella mentalmente no trasciende la lógica del gobierno totalitario, más bien es su complemento. Nótese la semejanza: “quien no está conmigo está contra mí”, solía decir Stalin. “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”, todavía argumentan los Castro. Dicho sea de paso, en esa misma intervención radial la opositora identifica a los profesores de filosofía —y lo que es peor, de historia de la filosofía— con los profesores de marxismo. Esta lamentable confusión es casi una convicción entre los egresados de la Escuela Superior del Partido “Ñico López”. Probablemente, a partir de ellos se haya irradiado a otros círculos ajenos al mundo universitario.

(4) Quizás sea conveniente hacer más explícita mi visión de la diferencia entre disidencia y oposición. Hasta ahora ha predominado una diferenciación establecida sobre la base de la relación interno/externo. Los disidentes serían los que, situados en el interior de un legado, doctrina, ideología, religión, etc., se separarían más adelante de la línea oficial con visiones diferentes y hasta opuestas. Los opositores se situarían desde el mismo inicio fuera y contra el gobierno. Aquí cabría agregar que estos últimos no suelen tener una concepción del mundo, sino demandas, programas y proyectos. Nótese que en un caso lo que está en juego es un universo de sentido, una cosmovisión (Weltanschauung) y, en el otro, el poder político. Lo definitorio no es, pues, el dentro y el fuera, sino la inconmensurabilidad de ambos paradigmas, diríase con Kuhn. No hay que olvidar que el primer disidente de la historia fue un filósofo, nada menos que Sócrates. Se diside, pues, en el plano de las ideas y de los valores. La disidencia es un asunto de lo que se llamó en los socialismos de la Europa del Este «intelligentsia» y no es absolutamente necesario compartir previamente una doctrina o cosmovisión para disidir. Tal y como Sócrates no aceptó nunca a los dioses locales que ya estaban ahí cuando él llegó, en esa misma situación y actitud se encuentra la disidencia frente al pensamiento único de la sociedad totalitaria. Por eso toda disidencia es, de hecho, una forma de oposición, aunque no toda oposición es disidente Así, pues, la oposición es de carácter político, mientras que la disidencia tiene raíces más hondas, es —recurriendo a un neologismo— cosmovisional.

(5) Espero que no se tomen estas palabras como un intento de fomentar la división en la resistencia interna de la Isla. A cualquier unidad hay llegar mediante —y desde— el desarrollo pleno de lo diverso, porque lo otro sería como poner la carreta delante de los bueyes. Tampoco creo que sea algo muy difícil de asimilar. Adolfo Rivero Caro lo ha reconocido con claridad desde el exilio: “El país real es diverso y múltiple. Por consiguiente, una disidencia diversa sí puede significar todo un país en oposición. Esa oposición sólo necesita saberse unida en unas pocas demandas esenciales: libertad para los presos políticos, libertad de reunión y asociación, elecciones libres”. (Apuntes para la historia del movimiento disidente en Cuba en, http://www.neoliberalismo.com/apuntes.htm).

(6) Una tremenda experiencia en esta dirección fue el primer evento ampliado que se celebró Estado de Sats en julio del año pasado (2010) en La Casa Gaia, cita en La Habana Vieja. A partir de entonces todos los espacios —institucionales o no— les fueron negados. Gracias al arrojo y al tesón de Antonio Rodiles, fundador y coordinador de Estado de Sats junto a Jorge Calaforra, el proyecto sigue activo.

(7) La cita es de Martha Beatriz Roque: “Fábrica de disidentes”, publicado en el blog Diario de Cuba (04.08.2011).

(8) G.W.F. Hegel: Prólogo a la Fenomenología del espíritu.


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