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Domingo 01 de Enero de 2012 23:08 Gastón Baquero
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Se siente una gran satisfacción al comprobar cómo crece el interés por estudiar y enjuiciar la historia de Cuba entre los cubanos y cubanas de las últimas generaciones. La República sufrió un vuelco tan terrible que no podemos negar el hecho de que la periodización tradicional que iba de 1492 a 1898 ó 1902, y de este año a 1958, posee ahora todo un nuevo periodo, el que partió de 1959.
La destrucción de La Habana pudiera ser un problema menor
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No hay que cerrar los ojos a la realidad e imaginarse que la República de 1902 ha encontrado un bache en su trayecto, y cuando ese bache se supere proseguirá como si nada su existencia.
Puede resultar doloroso para algunos admitir que la vieja República fue guillotinada, como es propio de las revoluciones. Ese cuerpo descabezado y, para nosotros, deforme, es sin embargo un ser viviente, que hace su camino y va escribiendo su propia historia, que ya no es la nuestra. El pueblo es el mismo, como era el mismo el pueblo que pasó a vivir de la colonia a la República. Era la misma isla, las mismas gentes, el mismo idioma, pero ya era otra cosa.
La idea que tenemos de La Habana, de Santiago de Cuba, de Camagüey, del pueblo de cada quien, no tiene nada que ver con la realidad actual, la nueva realidad que se ha formado a partir de 1959. Nos empeñamos en que no es así, en que es casi una traición pensar en un cambio profundo, pero ya tantos años de espera y de esperanza, de desilusión y de amargura, tienen que servirnos cuando menos para mirar de frente la realidad, mirar cara a cara la Historia.
Este es uno de los más importantes problemas que tiene el cubano ante sí. Nunca se nos enseñó a enfrentarnos con la realidad, por dura y amarga que fuese. Al contrario: se nos hizo creer que vivíamos en el mejor de los mundos y en el mejor país de la tierra. "A la larga, todo sale bien", decíamos ante las situaciones más graves. En el fondo confiábamos en que Dios era cubano, y se salía sin grandes magulladuras de los accidentes más graves.
Esta nueva etapa de la historia de Cuba no es un simple fallo en el motor, que en el momento apropiado arreglará el mecánico, y luego del cual podremos seguir viaje en la dirección que llevábamos.
¿Dónde está el mecánico capaz de arreglar unos desperfectos tan intensos y extensos como los padecidos por "el carro" de la República? Es tal la destrucción que no puede ser reparada ni aun por el más hábil mecánico que apareciera. Una destrucción sistemáticamente concebida y efectuada paso a paso, con enorme eficacia, para acertar en el mal, no tiene fácil arreglo.
Sí, hemos visto renacer de entre sus cenizas a cien ciudades víctimas de la última gran guerra europea, y podemos decirnos esperanzadamente: "La República renacerá, la reconstruiremos más bella que antes". Pero olvidamos que aquella destrucción material por los bombardeos no tiene el mismo signo que la destrucción de nuestra República.
Todos los nacidos a partir de los años '60 tienen de la República una imagen completamente distinta a la nuestra. En esos "neocubanos" incluyo a los nacidos en el exilio: La transterración dio origen en las almas juveniles a una "construcción" que era la contrapartida de la destrucción habida en nuestra tierra.
Muchos se han contentado o consolado diciendo: "Perdí La Habana, pero tengo a Miami, tengo a Nueva York, a Madrid, a Barcelona". Me refiero, es obvio, a los que conocimos la otra Cuba, la perteneciente a la etapa histórica de 1902 a 1958. Somos nosotros mayormente --como dice nuestro guajiro-- los que tenemos la carga más pesada sobre el alma. Por eso mismo tenemos que poseer una visión de nuestra historia sin disfraces y sin maquillaje. Mirar a la Historia cara a cara es nuestro penoso deber, pero es nuestro deber. ¿Qué sacaremos con eso? Enjuiciar el problema actual sin telarañas ni fantasmagorías. De ese enjuiciamiento debe salir una visión más clara de la magnitud de nuestro problema.
Una primera versión de este artículo apareció en 1995. Cortesía El Blog de Montaner
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