No habían pasado ni seis años desde que Nikita Kruschev había sido destituido como máximo dirigente de la URSS, cuando ABC adquiría en exclusiva para España los derechos de reproducción de sus memorias. «Con un lenguaje directo y expresivo, el exdirigente ha roto el silencio de su retiro para narrar los detalles más desconocidos de la historia contemporánea de la Unión Soviética», anunciaba en el amplio reportaje publicado, el 28 de noviembre de 1970, en «Blanco y Negro». Este diario pagó la cifra más alta de la historia del periodismo español por aquellas confesiones que en Estados Unidos se llevó la revista «Life» y en Inglaterra, «The Times».
Kruschev, en una imagen de 1960, cuando era el máximo dirigente de la URSS - ABC«Vivo ahora como un ermitaño a las afueras de Moscú. Solo me comunico con los que me guardan de otros (...). Aquí hago resaltar los acontecimientos más sobresalientes del Gobierno de Stalin que dañaron los cimientos de la sociedad soviética. No es mi propósito hacer hincapié en los aspectos positivos», comenzaba Kruschev, el hombre que se convertiría después en el elegido para dirigir los designios del gigante comunista entre 1953 y 1964, en sus escritos. «Si Stalin estuviera vivo, yo votaría para que fuese procesado y castigado por sus crímenes», sentenciaba, antes de empezar a desmenuzar la figura de su antecesor y arremeter contra muchas de sus políticas. En especial, contra la colectivización agraria que condujo a la aniquilación de diez millones de campesinos entre 1928 y 1933.
«¿ De cuánta sangre derramada en nuestro país fue responsable Stalin? Los velos que cubrían la respuesta a esta y otras preguntas serán rasgados ahora», advierte antes de retrotraerse hasta 1929, cuando con 35 años fue relevado de sus funciones en el Parlamento de Ucrania y enviado a la Academia Industrial «Stalin», donde su carrera en el Partido Comunista floreció rápidamente hasta convertirse en el jefe del partido en Moscú. «La colectivización había comenzado el año anterior a mi salida de Ucrania, pero hasta un año después de que empezase a trabajar en Moscú no se despertaron mis sospechas sobre sus verdaderos efectos en la población rural. Y hasta muchos años más tarde no me di cuenta del grado de hambre y represión que acompañaron a esta política puesta en marcha bajo Stalin», contaba el exlíder soviético.
«Nos suplicaron alimentos»
El objetivo fue imponer sobre el campesinado la completa colectivización de sus tierras en dos años. En los primeros tres meses el número de propiedades campesinas incorporadas a las granjas colectivas pasó de cuatro millones a 14. A principios de la década de 1930, más del 90% de las tierras agrícolas estaban ya colectivizadas, tras convertir los hogares rurales en granjas comunales con sus huertos, ganado y otros bienes. Cuenta Kruschev que su «primer atisbo de la verdad» lo tuvo cuando fue enviado a una de aquellas granjas para entregar un dinero que había recolectado. El objetivo es que compraran herramientas de trabajo con él. «Solo pasamos unos días, pero las condiciones de vida allí eran horribles. Los trabajadores se estaban muriendo de hambre. Convocamos una reunión para entregarles el dinero. Cuando les dijimos que debía ser utilizado para adquirir equipos, nos contestaron que eso no les interesaba, que lo que querían era pan. Nos suplicaron que les diéramos alimentos», recuerda.
Stalin, durante uno de sus discursos, en 1940 - ABCEl entonces colaborador cercano de Stalin reconoció sentirse «horrorizado» por el discurso posterior en el que su líder echó la culpa de los excesos de la colectivización a los miembros activos de los partidos locales, en vez de a él mismo. O cuando se enteró de que parte del ejército había sido movilizado para recoger la cosecha de remolacha en Krasnodar, después de que toda su población hubiera sido enviada a un campo de concentración en Siberia por protestar. «Naturalmente, la cosecha se perdió. Inmediatamente se corrió la voz de que el hambre había estallado en Ucrania. No podía creerlo. Yo había abandonado ese país en 1929, cuando los alimentos eran abundantes y baratos», añade Kruschev, atónito ante las noticias que le llegaban.
Comenzaba uno de los periodos más oscuros y sangrientos de la historia de la URSS. El comprendido entre 1932 y 1933 en Ucrania, conocido como « Holodomor», consecuencia de aquella dramática colectivización de la agricultura a la que los campesinos de aquel país —conocido como «el granero de Europa»— se habían resistido en la década anterior. Kruschev asegura que en ese primer año dedicó gran parte de sus esfuerzos a buscar alimentos para la población. «Stalin había sugerido la idea de criar conejos. Y eso fue todo», apunta su sucesor, que aun no era consciente de que, en apenas 24 meses, morirían de hambre entre seis y siete millones de ucranianos. Aproximadamente los mismos que Hitler durante su Holocausto, pero en menos tiempo.
Canibalismo
Asegura nuestro protagonista en sus memorias que intentó convencer a Stalin de que aquel país necesitaba ayuda, pero este se «enfado». En ningún momento, eso sí, da señales de enfrentara con más contundencia a su líder para impedir que siguieran muriendo personas inocentes, a pesar de que le habían contado escenas realmente espeluznantes. «Empecé a recibir informes oficiales relativos a las muertes por inanición. Luego, comenzó el canibalismo. Una cabeza humana y dos pies se habían encontrado debajo de un pequeño puente. Al parecer, el cuerpo había sido devorado. Kirichenko me comunicó que había ido a una granja colectiva y describió la escena que encontró de la siguiente manera: "La mujer tenía el cuerpo de su propio hijo sobre una mesa y lo estaba despedazando. Mientras lo hacía, charlaba sin cesar: 'Ya nos hemos comido a Manechka. Ahora salaremos a Vanechka. Esto no mantendrá durante algún tiempo'. ¿Puedes imaginártelo? ¡Esta mujer se ha vuelto loca por el hambre y había descuartizado a sus propios hijos!"».
Muchos historiadores consideran que aquella fue la consecuencia de una política de exterminio deliberadamente planeada por Stalin para aplastar toda resistencia contra el régimen comunista, suprimir los movimientos nacionalistas e impedir la creación de un Estado ucraniano independiente. De hecho, las deportaciones adquirieron dimensiones bíblicas en 1933. Centenares de miles de campesinos fueron enviados en programas de colonización a Siberia, en muchos de los cuales la mortalidad superó el 70% el primer año. La colectivización de la tierra se convirtió en una guerra contra toda la población, a la que se le robaba el trigo, el pan y todos los productos comestibles, bajo amenaza de tortura, deportación o muerte. «Con el método del frío se desnuda al koljoziano (granjero) y se le deja en un hangar. A menudo brigadas enteras sufren desnudas. El método del calor es rociar keroseno en los pies y las faldas de las koljosianas (campesinas). Después se apaga y vuelta a empezar», contaba el escritor Mijail Sojolov en una carta enviada al mismo Stalin, pidiéndole que detuviera aquellas acciones inhumanas. El líder comunista, por supuesto, hizo caso omiso.
Y Kruschev, a pesar ser testigo de todas estas atrocidades, tampoco hizo lo suficiente por detenerlo, como él mismo reconoce, por miedo a morir ejecutado como muchos de sus compañeros: «Quizá nunca sabremos cuántas personas perecieron directamente a consecuencia de la colectivización, o indirectamente, como resultado de la manía de Stalin de echar la culpa de sus fracasos a otros. Pero dos cosas son ciertas: primero, la colectivización ideada por él no nos trajo más que miseria y brutalidad; y segunda, que Stalin representaba el papel decisivo en el gobierno de nuestro país en aquel tiempo. Si buscásemos a alguien a quien hacer responsable, honradamente podríamos echar la culpa sobre sus propios hombros. Pero estas reflexiones son ya tardías. Por aquel entonces aun creíamos y confiábamos en él», reconoce el hombre elegido para sucederle.
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