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Pero qué bien le sentaría a nuestra esperanza deshilachada un apoyo moral contundente de ustedes, sentir que, al menos, esta angustia es compartida y es de todo el continente americano Señores cancilleres de América:
Cuando éramos niños, a toda una generación de venezolanos se nos enseñó a cantar en los colegios el "Himno de Las Américas", un himno que nombraba a todos los países de nuestro continente y nos hablaba de los ideales y valores que nos unían, la libertad entre los más preciados. Hoy Venezuela vive un tiempo de desesperación e incertidumbre. La desolación y la muerte cunden por todos los rincones del país como si fuese epidemia. Un pueblo se ha rebelado en contra de un gobierno que tendría que garantizar su libertad y bienestar, pero que se ha convertido en el principal enemigo de los ciudadanos a los que masacra y tortura contradiciendo todos los principios y acuerdos de Derechos Humanos vigentes en nuestro continente.
Nunca como ahora el pueblo venezolano necesita de acompañamiento: la tragedia que se cierne sobre nosotros va más allá de lo imaginable y soportable. La represión que se evidencia en contra de los manifestantes es criminal, en todos los sentidos de la palabra crimen: asesinato, tortura, robo, encarcelamiento sin juicio, en fin, la brutalidad ejercida en todas sus formas. ¿Y por qué millones de venezolanos han tomado las calles de manera irreversible?, ¿por qué una nación entera se ha declarado en rebelión?, se preguntarán ustedes. ¿Cómo se siente un venezolano hoy? Estas son algunas de las sensaciones que se han apoderado de nosotros:
La incertidumbre acerca de nuestro futuro. Hemos perdido la razonable esperanza de libertad y progreso a la que tiene derecho un país. Nuestra economía está destruida, nuestro país quebrado, luego de la bonanza petrolera más extraordinaria de nuestra historia. Niños desnutridos, población emigrando, huyendo. Por primera vez esta semana se habló de "balseros" venezolanos en aguas de Colombia. Una ministra fue sacada del gobierno por ofrecer las cifras de mortalidad infantil que son espeluznantes. Venezuelano era –ciertamente– una democracia perfecta, pero hoy somos una democracia desmantelada, un estado fallido: no existe la división de poderes. La Asamblea Nacional, electa por votación popular ha sido anulada, las salidas electorales bloqueadas, los opositores encarcelados, los medios de comunicación cerrados. Como salida el régimen ofrece una asamblea constituyente en la que la representación, como en el fascismo italiano, no proviene directamente del pueblo, sino de organismos colegiados, gremiales, sectoriales siempre, de modo que el gobierno pueda garantizar la mayoría de apoyo. Nuestro sistema sanitario está colapsado. No hay medicamentos, suplementos médicos, equipos. Han vuelto a aparecer enfermedades anteriormente erradicadas. Sentimos que no podemos enfermarnos, pero el gobierno nos enferma. Estamos en medio de una guerra de fuegos entre la inseguridad que genera el gobierno y la del hampa, que nos ha llevado a estar entre los países más peligrosos del mundo. ¿Qué queremos?, señores cancilleres:
Poder votar para elegir a nuestros gobernantes y que puedan sufragar todos los ciudadanos. Que nuestra Constitución se respete. Que la Fuerza Armada no asesine a nuestros jóvenes en las calles. Que la corrupción que nos desangra, termine. Tener comida en los supermercados sin colas de 8 y 10 horas. Trabajo decente y remunerado. Un gobierno eficiente. Transitar calles, correr en los parques, ser libres, salir de la cárcel de nuestros hogares. Justicia independiente. Militares imparciales. Funcionarios decentes. Queremos progreso, libertad, el derecho a pensar, a disentir sin ser agredido, a opinar diferente sin ser mancillado. Ir a una farmacia y conseguir medicamentos. Que los salarios medio alcancen. Queremos en definitiva –señores cancilleres– sentir que un poco de razonable felicidad es posible para todos bajo el sol cálido de en esta tierra. Sabemos que eso lo tenemos que lograr por nosotros mismos, ejerciendo nuestro derecho soberano. Por eso está la población en la calle, por eso se lucha. No queremos que nadie nos haga la tarea, sería indigno y contraproducente. C.
Carta a los Cancilleres, por Laureano Márquez
Cuando éramos niños, a toda una generación de venezolanos se nos enseñó a cantar en los colegios el "Himno de Las Américas", un himno que nombraba a todos los países de nuestro continente y nos hablaba de los ideales y valores que nos unían, la libertad entre los más preciados. Hoy Venezuela vive un tiempo de desesperación e incertidumbre. La desolación y la muerte cunden por todos los rincones del país como si fuese epidemia. Un pueblo se ha rebelado en contra de un gobierno que tendría que garantizar su libertad y bienestar, pero que se ha convertido en el principal enemigo de los ciudadanos a los que masacra y tortura contradiciendo todos los principios y acuerdos de Derechos Humanos vigentes en nuestro continente.
Nunca como ahora el pueblo venezolano necesita de acompañamiento: la tragedia que se cierne sobre nosotros va más allá de lo imaginable y soportable. La represión que se evidencia en contra de los manifestantes es criminal, en todos los sentidos de la palabra crimen: asesinato, tortura, robo, encarcelamiento sin juicio, en fin, la brutalidad ejercida en todas sus formas. ¿Y por qué millones de venezolanos han tomado las calles de manera irreversible?, ¿por qué una nación entera se ha declarado en rebelión?, se preguntarán ustedes. ¿Cómo se siente un venezolano hoy? Estas son algunas de las sensaciones que se han apoderado de nosotros:
La incertidumbre acerca de nuestro futuro. Hemos perdido la razonable esperanza de libertad y progreso a la que tiene derecho un país. Nuestra economía está destruida, nuestro país quebrado, luego de la bonanza petrolera más extraordinaria de nuestra historia. Niños desnutridos, población emigrando, huyendo. Por primera vez esta semana se habló de "balseros" venezolanos en aguas de Colombia. Una ministra fue sacada del gobierno por ofrecer las cifras de mortalidad infantil que son espeluznantes. Venezuelano era –ciertamente– una democracia perfecta, pero hoy somos una democracia desmantelada, un estado fallido: no existe la división de poderes. La Asamblea Nacional, electa por votación popular ha sido anulada, las salidas electorales bloqueadas, los opositores encarcelados, los medios de comunicación cerrados. Como salida el régimen ofrece una asamblea constituyente en la que la representación, como en el fascismo italiano, no proviene directamente del pueblo, sino de organismos colegiados, gremiales, sectoriales siempre, de modo que el gobierno pueda garantizar la mayoría de apoyo. Nuestro sistema sanitario está colapsado. No hay medicamentos, suplementos médicos, equipos. Han vuelto a aparecer enfermedades anteriormente erradicadas. Sentimos que no podemos enfermarnos, pero el gobierno nos enferma. Estamos en medio de una guerra de fuegos entre la inseguridad que genera el gobierno y la del hampa, que nos ha llevado a estar entre los países más peligrosos del mundo. ¿Qué queremos?, señores cancilleres:
Poder votar para elegir a nuestros gobernantes y que puedan sufragar todos los ciudadanos. Que nuestra Constitución se respete. Que la Fuerza Armada no asesine a nuestros jóvenes en las calles. Que la corrupción que nos desangra, termine. Tener comida en los supermercados sin colas de 8 y 10 horas. Trabajo decente y remunerado. Un gobierno eficiente. Transitar calles, correr en los parques, ser libres, salir de la cárcel de nuestros hogares. Justicia independiente. Militares imparciales. Funcionarios decentes. Queremos progreso, libertad, el derecho a pensar, a disentir sin ser agredido, a opinar diferente sin ser mancillado. Ir a una farmacia y conseguir medicamentos. Que los salarios medio alcancen. Queremos en definitiva –señores cancilleres– sentir que un poco de razonable felicidad es posible para todos bajo el sol cálido de en esta tierra. Sabemos que eso lo tenemos que lograr por nosotros mismos, ejerciendo nuestro derecho soberano. Por eso está la población en la calle, por eso se lucha. No queremos que nadie nos haga la tarea, sería indigno y contraproducente. C.
Carta a los Cancilleres, por Laureano Márquez
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