EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO
Contar el dinero
En Mil mesetas, Deleuze y Guattari recurren a un cuento infantil —El lobo y los siete cabritos—
para ventilar algunos errores del psicoanálisis. El problema de Freud,
según ellos, no estaba tanto en la descripción del síntoma como en el
hecho de haber “contado mal”. Y no se referían tanto al número de
implicados (al fin y al cabo seguían siendo ocho los protagonistas),
sino a la sinuosa identidad de estos. Freud “no sabía nada de lobos”,
aseguran los autores. Sobre todo, si se trataba de lobos camuflados. Así
que, una vez errada la cantidad de cabritos y lobos, de presas y
depredadores, su teoría se venía abajo.
para ventilar algunos errores del psicoanálisis. El problema de Freud,
según ellos, no estaba tanto en la descripción del síntoma como en el
hecho de haber “contado mal”. Y no se referían tanto al número de
implicados (al fin y al cabo seguían siendo ocho los protagonistas),
sino a la sinuosa identidad de estos. Freud “no sabía nada de lobos”,
aseguran los autores. Sobre todo, si se trataba de lobos camuflados. Así
que, una vez errada la cantidad de cabritos y lobos, de presas y
depredadores, su teoría se venía abajo.
(1972), y ambos conforman un proyecto de largo recorrido trenzado por
un mismo lema: “Capitalismo y esquizofrenia”. Precisamente, en contar —de narrar y de hacer números, de cuentos y cuentas, lobos y cabritos— puede resumirse, también, la historia del capitalismo.
Nada nuevo, por otra parte, dado que el propio Marx nunca tuvo el
menor problema en reconocer que su teoría económica era deudora de la
novela europea del siglo XIX; incluso más que de las teorías económicas
escritas por colegas o rivales. Para el hombre de El Capital, Dickens o Brontë representaban mucho mejor el patetismo de la clase media inglesa que todos los moralistas de su tiempo juntos.
En la cuerda de ese Marx, así como en la de esos Deleuze y Guattari, conviene leer Capitalismo canalla, de César Rendueles. Una historia personal
del capitalismo edificada desde las novelas, pero también desde los
apuntes biográficos. Un ejercicio de gestión, y a la vez de digestión,
que le permite al autor sacudirse los dogmas académicos o esa
Eufemocracia que pulula en la crítica social de una u otra secta. Uno
lee Capitalismo canalla y se percata, muy pronto, de que el
autor pudo hacer otro libro sobre el tema —pongamos una historia
económica de la literatura a la manera de Boris Groys con el arte—, pero
quiso hacer éste.
Esa voluntad marca el recorrido de un ensayo en el que lo personal no
obedece, en ningún caso, a un uso narcisista del Yo, sino a una
estratégica colocación de la individualidad en este modelo de vida que
hoy es asumido como valor universal e insoslayable. Digamos que ese Yo,
más que como una opción, funciona como un rito de paso inevitable para
ensayar dónde estamos. Tal vez por eso, el énfasis en la advertencia de
que se trata de una “historia personal” acabe sobrando. (El Yo, a fin de
cuentas, sólo tiene validación en el estilo y este libro no necesita
anunciarlo en portada para cumplir tal exigencia.)
¿Qué encontramos en Capitalismo canalla? Antes que una
historia de la literatura, nos topamos aquí con la historia de unas
lecturas, casi todas extraordinarias, filtradas a través de una
experiencia común. Si el capitalismo permite ese paralelismo es porque
se trata de un sistema en cuyo nacimiento —en su acumulación originaria—
está, precisamente, la novela. Tan hijo de este sistema es El Quijote
como la conquista de América; y ese Big Bang común es la razón de que
toda crítica al capitalismo deba tomar, en un momento dado, la forma de
una crítica literaria.
Sin exagerar en lo anecdótico, pero haciendo percutir una y otra vez
el latido de su biografía en todo el itinerario del libro, César
Rendueles va deslizando su estancia entre los vivos y los muertos,
conectados por un sistema que, además de cultural, se nos presenta como
una entidad orgánica y fisiológica. Capitalismo canalla es la relación de una vida contada. Pero, sobre todo, de una vida que quiere contar para algo en este mundo.
Lo personal en este ensayo ya viene dado, además, por el uso de un
lenguaje particular que se resiste a hablar del capitalismo sin
nombrarlo: no encontraremos aquí la reiteración de ese dialecto de una
tribu intoxicada por los eufemismos con los que el capitalismo ha
intentado aplicarse su propio cuento, con su imposición de términos como
Era Global, Mundialización, Sociedad Posthistórica, Economía de Mercado
o Mundo Libre… En fin, todas esas expresiones destinadas a mitigar los
efectos de un vocablo demasiado estridente para la música lisérgica del
fin de la historia.
Y aunque Marx recomendó, para hablar del capitalismo, seguir el hilo
del mayor fetiche de todos los tiempos —la mercancía—, Rendueles ha
preferido, una vez más, entregarnos un libro antifetichista.
Ya lo había conseguido en Sociofobia, donde desmontó la
ambivalencia de las redes sociales, con el encumbramiento de esa falsa
sociedad que facilitan las nuevas tecnologías. Y lo vuelve a conseguir
en Capitalismo canalla, donde desmenuza la falsa individualidad de un sistema que, paradójicamente, se ha ufanado de entronizarla.
Pese a la larga lista de autores y relatos que el libro desgrana —es
un libro de libros, una historia de historias—, el tono de este ensayo
nunca pierde intensidad, en su cruce inteligente entre Robinson Crusoe y Oliver Twist,
Ehrenburg y Austen, Cheever y Kipling, Zweig y Dostoievski. Acaso
porque aquí se atienden, con el mismo ímpetu, los dilemas que están
obligados a administrar el más famoso de los náufragos en una isla
solitaria o el encargado de la más olvidada de las tabernas en un
pueblito de España. Entre unos y otros —escritores y personajes,
literatura y vida— consiguen dibujar, más que un trayecto lineal, una
especie de noria que convierte a Capitalismo canalla en una historia circular de la precariedad.
En tanto que obra personal, éste es también un libro eurocéntrico,
con una escasa lectura del capitalismo “del otro lado”. Tan sólo en
América Latina, no hubieran desentonado relatos como Mamita Yunai, de Carlos Luis Fallas, o Tungsteno,
una novela de estilo soviético con la que un joven César Vallejo viaja
al origen de la explotación minera en los Andes. Tampoco hubiera estado
mal un viaje al Caribe desde el que Capitalismo y esclavitud, de Erick Williams, o El ingenio, de Manuel Moreno Fraginals, hubieran completado una mirada a ese capitalismo antillano de plantación, bases militares y resorts turísticos.
En otra línea, Capitalismo canalla tiene un correlato
especial con el mundo del arte, aunque no con la celebración del dinero
del New British Art, sino con una pieza como Postcapital, de
Carlos Garaicoa. Si en el libro de Rendueles se construye un mundo, en
la escultura de Garaicoa se levanta una ciudad gigantesca armada con los
puentes y edificios, y habitada por los próceres y animales, que
aparecen en los billetes. Y es que el dinero no sólo tiene su propia
narrativa, sino también su arquitectura, sus templos, su iconografía, su
estética…
De ese imaginario se sirve Rendueles para redondear este ensayo de
estraperlo, de economía sumergida, del mercado negro de unas ideas que
evocan nuestra antigüedad material, su tiempo táctil. Ante una
tecnología capaz de conseguir operaciones en las que el dinero resulta
incontable, Capitalismo canalla se ha tomado, con todas sus consecuencias, la revancha de narrarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escriba aqui su comentario y respete las normas y la ortografía. Gracias