Por estos días se le crea un perfil reformista al más obtuso de los ortodoxos isleños: Alejandro Castro Espín.
Ninguna crisis detonó sin previo aviso. Tal y como algunos se inventan líderes de la oposición que ni son líderes ni hacen oposición, el Gobierno también mitifica eventos, para incluir mequetrefes en el imaginario nacional. Siguiendo esta inútil tradición de politiqueo deshonesto, parece haber llegado el turno de crearle un perfil reformista al más obtuso de los ortodoxos isleños: Alejandro Castro Espín.
No basta con endilgarle el título de ingeniero, ni parece suficiente que se le haya otorgado de forma fraudulenta la medalla que distingue a los heridos de guerra en Angola; ahora, además, resulta que el menor de los Castro Espín fue
uno de los principales negociadores en las pláticas secretas que se dieron en Canadá para lograr el restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
Por favor, seamos sinceros. Alejandro fue, a estas conversaciones, lo mismo que Arnaldo Tamayo a la Sayuz 38.
Es fácil de entender. En agosto de 2006 Raúl recibe el poder; en febrero de 2008 fue elegido Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba y en abril de 2011 Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC). Y, en menos de lo que canta un gallo, Raúl Castro desmontó con relativa facilidad el acceso de Fidel Castro al poder y a las decisiones de Estado.
No es descabellado pensar que si las cosas continúan como van, la historia se repetirá y un par de años después de que el General abandone su silla presidencial (con 87 años), también se le despojará del poder, a él y a toda su recua.
Por eso, y por lo que sucedía en el entorno internacional, desde su primer discurso dejó clara su intención preferente: dialogar con los norteamericanos bajo lo que llamó en su momento "ciertas bases de respeto".
Caía el precio del petróleo en el mercado mundial; Rusia, con poderío militar, luchaba por retomar la bipolaridad del mundo; el presidente Hugo Chávez ya había sido operado en La Habana de lo que se informó "un absceso pélvico" pero los médicos sabían que era un cáncer terminal; Venezuela sucumbiría, el ALBA se resentía, la carrera agresiva de China, como potencia económica (no militar) ganaba espacio en el Pacífico sur, Latinoamérica y el Caribe. Y casi al borde de enfrentarse a una crisis peor que la del "Período Especial", Raúl, el hombre que heredó su base política de Fidel, decide lanzar la toalla con fingida dignidad.
No pongo en duda lo positivo de ninguna de sus reformas; pero son pocas y van a paso de tortuga, normal, el objetivo es ganar tiempo y organizar la estampida.
El general Raúl Castro es un rehén de sí mismo y con un nivel de aceptación menor que el que poseen los mosquitos. Su mayor sabiduría consistía en codearse de personas organizadas, ayudantes inteligentes y sobresalientes asesores; pero su infinita cobardía traducida en paranoia le obligó a enclaustrarse en un espacio controlado por los miembros más ineptos de su disfuncional familia
(en quien único confía) que por ambiciones personales provocaron luchas internas e intrigas que terminaron echando al basurero a quienes servían, de su más cercano círculo.
Ahora, al conocer que abandonará el Gobierno en el 2018, y que le es imposible resolver los problemas del país, sólo piensa en retirarse. Por supuesto, lo aquí expuesto es una especulación basada en mi experiencia personal. Cuando yo tenía 10 años, Raúl tenía 44 y, desde entonces, la frase que más le he escuchado repetir en celebraciones nacionales, reuniones familiares e incluso en ciertos funerales es "Este año me retiro".
Me arriesgo a decir que se irá de Cuba, sólo espera el momento; el General es miedoso, pero también es un anciano en conteo regresivo. Es por eso, que con visión de futuro, trata de convertir a su hijo Alejandro en personaje de talla internacional. No es para anclarlo al poder, él sabe que eso es imposible, la intención es protegerlo con la inmunidad que brinda la visibilidad mundial.
Juan Juan Almeida
Licenciado en Ciencias Penales. Analista, escritor. Fue premiado en un concurso de cuentos cortos en Argentina. En el año 2009 publica "Memorias de un guerrillero desconocido cubano", novela testimonio donde satiriza la decadencia de la élite del poder en Cuba.
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