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jueves, 24 de septiembre de 2015

El Gral cardenal Ortega se maquilla con esmero para la TV Mundial y Nacional

EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO



 


El cardenal se maquilla como Yiya Mariquilla

El arzobispo de La Habana se maquilla con exceso pecaminoso. Si, señor. Recurre a la cosmética y el makeup como un viejo
galán de cine. O como una vieja coqueta que pretende disimular las
arrugas y los estragos de la edad. Luego se da su toquecito de arrebol
para no lucir un rostro pálido y mortecino, que sus 79 años no perdonan.
Entonces levanta al cielo un aleluya fervoroso y clama frenético:
¡Arriba los corazones y a joder que son tres días!

Al cardenal Ortega y Alamino le preocupa más figurar que observar el
precepto de la humildad cristiana. Le mola más la buena mesa y las
tentaciones de la vida terrenal que el cielo que les prometen a los
justos, a los que llevan una existencia de entrega a la fe, a los
verdaderos seguidores de Cristo. En un final, ya no hay que temerle al
castigo del fuego eterno. El papa Francisco abolió el infierno de un
plumazo como una metáfora anticuada.


No es nada nuevo bajo el
sol, por otro lado, lo de la coquetería del cardenal mundano. A él lo
vienen maquillando profesionalmente desde antes de convertirse en
arzobispo de La Habana hace 36 años. Los que por entonces lo llegaron a
ver de cerca se quedaban perplejos al notar su máscara tipo Max Factor
Hollywood, naturalmente. Solo que ahora, ya casi octogenario, ha
extremado el uso de las cremas y potingues.


No se trata de que
el arzobispo se maquille para salir por televisión las pocas veces que
se lo permiten, lo cual sería comprensible, sino que lo hace como un
descocado vanidoso. Lo hace en plan de vejete presumido que siempre se
muestra con las uñas manicuradas y pulidas en tono nacarado, mientras va
dejando a su paso una fragancia exquisita de perfumes caros, de Cartier
para arriba, según aseguran los que conocen los secretos mejor
guardados de la Arquidiócesis. Se entiende, claro está, que un príncipe
de la Iglesia se presente en público pulcro y acicalado. No faltaría
más. Pero el excesivo cuidado del aspecto personal, rayando en el
dandismo eclesiástico, no se ajusta a la ética sacerdotal ni a la
prédica cristiana.


Conste que esto no lo digo para concluir que
Su Eminencia sea un closet gay o un cundango de sacristía, como tanto se
comenta por todas partes y no precisamente sotto voce. Eso no tendría
ninguna relevancia, a no ser porque se trata de un sacerdote de la
Iglesia católica. Aquí solo quiero resaltar la vanidad sin límites del
cardenal y arzobispo de La Habana —vanidad de vanidades y todo vanidad—,
que resulta aún más irritante en un país depauperado donde casi nadie
tiene nada y muy pocos lo tienen todo. A ver cuándo le acaban de dar la
baja por edad a ese mediocre cardenal, colaboracionista para más inri y
una vergüenza para Cuba y toda la cristiandad.




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