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domingo, 26 de abril de 2015

YOANI SÁNCHEZ: El doble discurso en la Cumbre de las Américas

YOANI SÁNCHEZ: El doble discurso en la Cumbre de las Américas | El Nuevo Herald El Nuevo Herald

EL



MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO

“Sí, señora, soy cubana libre, no he venido aquí a gritar sino
a aprender”.


Al llegar a Panamá un taxista me observó por el espejo retrovisor
cuando pronuncié la primera frase. “¿Cubana?”, preguntó y me tardé unos
segundos en responder. Ya habían comenzado los piquetes
progubernamentales de la isla a boicotear el foro de la Sociedad Civil y
la vergüenza ajena me embargaba. Entonces el hombre fue más allá e
indagó “¿Cubana de Castro o cubana libre?” y solo atiné a decirle que
era periodista. Su observación fue clara y concluyente “ah… entonces,
eres una cubana libre”.
La ciudad de Panamá es como un ser que ha
pasado de la infancia a la adolescencia muy rápido y alterna el rostro
imberbe con la experiencia democrática de los últimos años. Los pequeños
comercios conviven con las grandes cadenas de mercados y los
rascacielos están al lado de casas más pequeñas y tradicionales. Es
América Latina a pulso y el sentir general es que el país avanza, crece y
hay esperanzas para el futuro. En medio de ese contexto, concluyó hace
algunos días la Cumbre de las Américas, una cita histórica que algunos
prefieren olvidar y otros reevaluar pasados los días.
Cubanos de
muchas partes y diversas tendencias asistimos a los eventos paralelos a
la cita de mandatarios o cubrimos desde la prensa el tan esperado
encuentro. Toda la ciudad y el país estaba en función de un evento que
atrajo a más de 12,000 visitantes, demandó grandes esfuerzos de
seguridad y generó verdaderos retos organizativos. En medio de ese
colosal empeño, la causa cubana era una de las tantas que esperaban ser
escuchadas por presidentes y activistas.
Sin embargo, la represión
tiene brazos largos y a veces se salta las fronteras. De manera que el
castrismo terminó por exportar hacia la nación istmeña sus tropas de
choque, disfrazadas de sociedad civil, para que reventaran algunos de
los foros paralelos a la Cumbre. En medio de su algarabía, los medios
informativos apenas captaron los varios momentos gloriosos que vivió el
sector independiente de la isla.
La excelente exposición de los jóvenes representantes de la
Unión Patriótica de Cuba (Unpacu) quedó relegada de los titulares, en
los que tuvieron amplia cobertura los golpes y los gritos de los más
intolerantes. Una exposición sobre la participación de la mujer cubana
en el activismo social, magistralmente desmenuzada por la analista
Miriam Celaya, tampoco encontró eco en un periodismo que buscaba más el
insulto y la querella, que las propuestas para el presente y el futuro
cubano expresadas durante las discusiones.
De manera que la Cumbre
de las Américas, no solo fue el contexto para mostrar la violencia
revolucionaria que tanto hemos denunciado desde Cuba, sino que funcionó
como una cortina de humo para tapar el discurso articulado, propositivo y
maduro de nuestra sociedad civil independiente. Los alborotadores
ganaron, al imponerse por la fuerza. Una cuestionada victoria que les
dejó el calificativo de vulgares y burdos.
Sin embargo, aquellas
turbas solo fueron la “carne roja” lanzada a los perros de la
intolerancia que miraban el espectáculo desde la isla. Algunos
consideran que sirvieron como maniobra de distracción, con la que
esconder toda la gestualidad servil y el discurso de la entrega que
desarrolló Raúl Castro frente al presidente de Estados Unidos Barack
Obama. El teatral rechazo escondía así el verdadero sometimiento.
A
pocas horas de que sus tropas de choque gritaran hasta el delirio en el
lobby del hotel El Panamá, el general presidente reía nerviosamente
ante el inquilino de la Casa Blanca. Él le estrechaba la mano y lo
llamaba un “hombre honesto”, mientras una jauría enloquecida gritaba
¡asesinos! a esos cubanos que jamás han disparado contra alguien. Una
estrategia estaba pensada para complacer a la Casa Blanca, a la par que
la otra iba dirigida a los halcones de la Plaza de la Revolución.
Castro
lograba así complacer a las dos partes. A su hermano, convaleciente
pero vigilante, le enviaba el mensaje de que no hay claudicación
posible, pero al gobierno estadounidense le confirmaba que podrían
“hablar de todo, pero con paciencia”. Ese militar de doble cara, olfato
aguzado y del que no se despegaban los guardaespaldas, demostró que
puede llevar al unísono el discurso del cambio y el del inmovilismo, la
flexibilidad de pactar con el “enemigo” exterior y la verticalidad de no
sentarse a negociar con su disidencia interna.
La noche en que la
Cumbre terminó, salí a la calle. La ciudad de Panamá, al caer el sol y
concluir el evento oficial, tenía un rostro auténtico y familiar.
Alguien se me acercó para proponerme un viaje al otro día por todo el
canal, pero apenas me quedaba un par de horas para hacer las maletas.
“¿Cubana?” indagó la señora al escuchar mi acento. No esperé su próxima
pregunta. “Sí, señora, soy cubana libre, no he venido aquí a gritar sino
a aprender”.

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