EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO
Cuba en cámara lenta
JORGE RAMOS ÁVALOS / Publicada el 10/05/2014 12:00:00 a.m.
MIAMI.-
Aquí en Miami matan a Fidel Castro varias veces al año. Hace un par de
semanas oí que se había muerto, alguien tuiteó que había soldados
resguardando las calles de la Habana y, como siempre ocurre, a los pocos
días Fidel reapareció (en este caso, en una fotografía con una de las
hijas de Hugo Chávez). Como dice la canción: "No estaba muerto, andaba
de parranda". Ya perdí la cuenta de las veces que lo han declarado
muerto.
No es ningún secreto que muchos medios de comunicación en
Estados Unidos ya tienen listo el obituario y sus planes de cobertura
cuando muera el dictador de 87 años de edad. La sospecha es que no podrá
existir castrismo sin Fidel y que, tras su muerte, habrá una inevitable
apertura democrática en la isla. Pero eso no es seguro. Muchos creían
que no habría chavismo sin Chávez y Nicolás Maduro ha demostrado que sí
es posible (aunque se lleve a Venezuela a la ruina y al despotismo).
Fidel,
su hermano Raúl y su experimento mueren en cámara lenta. El capitalismo
poco a poco se ha colado en la isla. Sus habitantes, por fin, pueden
salir si consiguen una visa. Y por más que la dictadura intente bloquear
internet, las redes sociales y las señales de televisión, el ingenio de
los cubanos se impone sobre las absurdas prohibiciones.
La
verdad es que desde hace 20 años el régimen cubano ha estado buscando la
manera de que el mundo los reconozca como legítimos. Pero no es fácil.
Una dictadura es una dictadura.
Tras la desintegración de la
Unión Soviética, en 1991, a los hermanitos Castro se les movió el piso. Y
hay pruebas de que en 1994 buscaron acercarse a Estados Unidos para
normalizar relaciones. Checoslovaquia, Polonia y varios países de la
órbita soviética habían dejado atrás su totalitarismo comunista. Y el
siguiente en caer, se suponía, era Cuba.
En una comida en la casa
del escritor William Styron, en Martha's Vineyard, Massachusetts, en
septiembre de 1994 el presidente Bill Clinton resistió la presión del
propio Styron, del escritor mexicano Carlos Fuentes y del Nobel
colombiano Gabriel García Márquez para restablecer relaciones con Cuba,
según recordó en un artículo para The New York Times el productor de
cine, Harvey Weinstein, quien también estuvo en el almuerzo. Clinton no
cedió.
Lejos de eso, el propio Clinton me dijo el año pasado que
no eran ciertos los rumores de que él le había pedido a García Márquez
en esa comida que hablara con Fidel para facilitar un encuentro. El caso
es que García Márquez se convirtió en un canal informal de comunicación
entre Cuba y Estados Unidos.
En mayo de 1998, García Márquez fue
a la Casa Blanca a ver al jefe de gabinete de Clinton, Mack McLarty,
con un mensaje confidencial de Fidel. El dictador cubano estaba
dispuesto a cooperar con Estados Unidos en una investigación de
terrorismo, según recordó hace poco en un artículo el propio McLarty.
De
esos acercamiento no surgió nada. La comunidad cubanoamericana del sur
de la Florida es muy fuerte políticamente y sigue siendo impensable que
el Congreso en Washington levante el embargo estadounidense. Además, el
derribo de dos avionetas de la organización Hermanos al Rescate en 1996
aisló aún más a Cuba, no sólo de Estados Unidos, sino también de la
Unión Europea. El mensaje fue claro: nada con Cuba hasta que mejore su
criminal récord de derechos humanos, democratice su sistema político y
abra espacios a la prensa y a la disidencia interna.
Desde luego,
eso no ocurrió. Y así llegamos a este 2014. Cuba es una de las naciones
más cerradas del planeta. Sus dos dictadores aún mantienen el control a
base de miedo y de un aceitado sistema represivo. Pero el régimen ya no
da más.
No me atrevo a pronosticar el pronto fin del castrismo
porque los Castro han enterrado cualquier señal de optimismo. Todos los
que han dicho "nos vemos el año nuevo en la Habana" se equivocaron o
están muertos.
Mientras, sigo oyendo -y dese- chando- rumores
sobre la inminente muerte de Fidel. Pero soy de los que creen que Fidel
no tiene que morirse para que Cuba cambie. No, los dictadores no deben
morir en el poder. Deben morir en la cárcel.
@jorgeramosnews
Aquí en Miami matan a Fidel Castro varias veces al año. Hace un par de
semanas oí que se había muerto, alguien tuiteó que había soldados
resguardando las calles de la Habana y, como siempre ocurre, a los pocos
días Fidel reapareció (en este caso, en una fotografía con una de las
hijas de Hugo Chávez). Como dice la canción: "No estaba muerto, andaba
de parranda". Ya perdí la cuenta de las veces que lo han declarado
muerto.
No es ningún secreto que muchos medios de comunicación en
Estados Unidos ya tienen listo el obituario y sus planes de cobertura
cuando muera el dictador de 87 años de edad. La sospecha es que no podrá
existir castrismo sin Fidel y que, tras su muerte, habrá una inevitable
apertura democrática en la isla. Pero eso no es seguro. Muchos creían
que no habría chavismo sin Chávez y Nicolás Maduro ha demostrado que sí
es posible (aunque se lleve a Venezuela a la ruina y al despotismo).
Fidel,
su hermano Raúl y su experimento mueren en cámara lenta. El capitalismo
poco a poco se ha colado en la isla. Sus habitantes, por fin, pueden
salir si consiguen una visa. Y por más que la dictadura intente bloquear
internet, las redes sociales y las señales de televisión, el ingenio de
los cubanos se impone sobre las absurdas prohibiciones.
La
verdad es que desde hace 20 años el régimen cubano ha estado buscando la
manera de que el mundo los reconozca como legítimos. Pero no es fácil.
Una dictadura es una dictadura.
Tras la desintegración de la
Unión Soviética, en 1991, a los hermanitos Castro se les movió el piso. Y
hay pruebas de que en 1994 buscaron acercarse a Estados Unidos para
normalizar relaciones. Checoslovaquia, Polonia y varios países de la
órbita soviética habían dejado atrás su totalitarismo comunista. Y el
siguiente en caer, se suponía, era Cuba.
En una comida en la casa
del escritor William Styron, en Martha's Vineyard, Massachusetts, en
septiembre de 1994 el presidente Bill Clinton resistió la presión del
propio Styron, del escritor mexicano Carlos Fuentes y del Nobel
colombiano Gabriel García Márquez para restablecer relaciones con Cuba,
según recordó en un artículo para The New York Times el productor de
cine, Harvey Weinstein, quien también estuvo en el almuerzo. Clinton no
cedió.
Lejos de eso, el propio Clinton me dijo el año pasado que
no eran ciertos los rumores de que él le había pedido a García Márquez
en esa comida que hablara con Fidel para facilitar un encuentro. El caso
es que García Márquez se convirtió en un canal informal de comunicación
entre Cuba y Estados Unidos.
En mayo de 1998, García Márquez fue
a la Casa Blanca a ver al jefe de gabinete de Clinton, Mack McLarty,
con un mensaje confidencial de Fidel. El dictador cubano estaba
dispuesto a cooperar con Estados Unidos en una investigación de
terrorismo, según recordó hace poco en un artículo el propio McLarty.
De
esos acercamiento no surgió nada. La comunidad cubanoamericana del sur
de la Florida es muy fuerte políticamente y sigue siendo impensable que
el Congreso en Washington levante el embargo estadounidense. Además, el
derribo de dos avionetas de la organización Hermanos al Rescate en 1996
aisló aún más a Cuba, no sólo de Estados Unidos, sino también de la
Unión Europea. El mensaje fue claro: nada con Cuba hasta que mejore su
criminal récord de derechos humanos, democratice su sistema político y
abra espacios a la prensa y a la disidencia interna.
Desde luego,
eso no ocurrió. Y así llegamos a este 2014. Cuba es una de las naciones
más cerradas del planeta. Sus dos dictadores aún mantienen el control a
base de miedo y de un aceitado sistema represivo. Pero el régimen ya no
da más.
No me atrevo a pronosticar el pronto fin del castrismo
porque los Castro han enterrado cualquier señal de optimismo. Todos los
que han dicho "nos vemos el año nuevo en la Habana" se equivocaron o
están muertos.
Mientras, sigo oyendo -y dese- chando- rumores
sobre la inminente muerte de Fidel. Pero soy de los que creen que Fidel
no tiene que morirse para que Cuba cambie. No, los dictadores no deben
morir en el poder. Deben morir en la cárcel.
@jorgeramosnews
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