EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO
Opositores venezolanos reconquistan la Plaza Altamira, bastión antichavista de Caracas
"La calle es del pueblo, no de los militares", afirman los 'indignados' venezolanos
Pese a la respuesta popular, el gobierno decidió seguir el pasado lunes con su apuesta
Efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana custodian las calles de Chacao y Altamira,
Efe
Efe
"¿Quiénes somos? ¡Venezuela! ¿Qué queremos? ¡Libertad!". La rebelión popular contra la militarización del bastión antichavista de
Caracas se vistió de blanco. Con rosarios, con las palabras, con
emblemas pacíficos... Los vecinos fueron apareciendo de cada esquina,
las pancartas sustituían al miedo.
Catorce horas después del abrumador despliegue gubernamental
(1.200 guardias nacionales, policías, guardias del pueblo y
milicianos), la Plaza de Altamira fue retomada por la sociedad civil
caraqueña con la fuerza de sus razones. Cientos de opositores, de todas
las edades, decididos a no ceder sus calles a los militares de Nicolás Maduro.
"Cuando la tiranía se hace ley, la rebelión es un derecho",
"La paz no está de luto, está en la calle"... Los militares, muy
jóvenes, llegados de zonas alejadas a la capital, asistían con gesto
sorprendido a la rebelión civil. Sus armas largas y sus equipos de
guerra de nada servían contra una protesta sin piedras y sin cócteles
molotov. Imposible arremeter contra mujeres, ancianos, jóvenes y niños,
entonando sus cánticos de protesta y repitiendo a cada rato el "Gloria al bravo pueblo", himno venezolano
con una frase tantas veces utilizada que ayer era remarcada por las
gargantas de los "sublevados": "El ejemplo que Caracas dio".
"Hemos recobrado la calle, porque la calle es del pueblo, no de los
militares", resumía Laura R., más de 60 años, mientras rezaba junto a
una vigilia improvisada a pies de la Virgen de Coromoto, que preside la
Plaza de Francia.
La operación militar y propagandística
ordenada por Maduro, una vez acabado el ultimátum que él mismo dio a
los jóvenes que desde hace cinco semanas luchan contra las fuerzas
policiales, se topó con una realidad impensada. "Fuera la bota militar",
se escuchaba en la zona cero de las protestas. En cada esquina, un
piquete de guardias se dejaba ver, amenazante. Desde los edificios tronaban las cacerolas, sobre el asfalto sonaba el claxon de los vehículos.
que llegada la madrugada, los ciudadanos volvieron a sus hogares, esta
vez sin el oxígeno contaminado por las bombas lacrimógenas.
Pese a la respuesta popular, el gobierno decidió seguir ayer con su apuesta. Guardias y policías se mantuvieron en sus puestos, tras otra noche alejados de sus familias. Volvió
la rutina de todos los días, las prisas acompañaban el paso de los
viandantes. La mayoría ignoraba a las tropas: les pasaban por el frente
sin mirarles las caras.
"Estuve aquí anoche y había mucha gente. ¡Fue emocionante!",
exclamaba Ana Méndez, estudiante de 17 años, con su gorra tricolor de la
bandera venezolana. "Hoy no hay tantos guardias como ayer, pero,
claro, es que es aburrido quedarse aquí parados viendo a la gente
caminar", razonó Daria Rodríguez, madre de 39 años preparada para
protestar por un mejor futuro para sus hijos.
La rebelión del lunes les libró del miedo, como confirmaron las
mujeres que, poco a poco, se disponían a recuperar otra vez el mando de
su plaza. "La libertad sólo la merece quien sabe conquistarla",
exhibía una de ellas en su pancarta, orgullosa de que el lunes los
ciudadanos hubieran protagonizado otro pequeño capítulo de la Historia
de Venezuela.
Caracas se vistió de blanco. Con rosarios, con las palabras, con
emblemas pacíficos... Los vecinos fueron apareciendo de cada esquina,
las pancartas sustituían al miedo.
Catorce horas después del abrumador despliegue gubernamental
(1.200 guardias nacionales, policías, guardias del pueblo y
milicianos), la Plaza de Altamira fue retomada por la sociedad civil
caraqueña con la fuerza de sus razones. Cientos de opositores, de todas
las edades, decididos a no ceder sus calles a los militares de Nicolás Maduro.
"Cuando la tiranía se hace ley, la rebelión es un derecho",
"La paz no está de luto, está en la calle"... Los militares, muy
jóvenes, llegados de zonas alejadas a la capital, asistían con gesto
sorprendido a la rebelión civil. Sus armas largas y sus equipos de
guerra de nada servían contra una protesta sin piedras y sin cócteles
molotov. Imposible arremeter contra mujeres, ancianos, jóvenes y niños,
entonando sus cánticos de protesta y repitiendo a cada rato el "Gloria al bravo pueblo", himno venezolano
con una frase tantas veces utilizada que ayer era remarcada por las
gargantas de los "sublevados": "El ejemplo que Caracas dio".
"Hemos recobrado la calle, porque la calle es del pueblo, no de los
militares", resumía Laura R., más de 60 años, mientras rezaba junto a
una vigilia improvisada a pies de la Virgen de Coromoto, que preside la
Plaza de Francia.
La operación militar y propagandística
ordenada por Maduro, una vez acabado el ultimátum que él mismo dio a
los jóvenes que desde hace cinco semanas luchan contra las fuerzas
policiales, se topó con una realidad impensada. "Fuera la bota militar",
se escuchaba en la zona cero de las protestas. En cada esquina, un
piquete de guardias se dejaba ver, amenazante. Desde los edificios tronaban las cacerolas, sobre el asfalto sonaba el claxon de los vehículos.
Las pancartas sustituían al miedo
La noche del lunes se respiraron aires de inconformidad en Altamira. Las pancartas sustituían al miedo hastaque llegada la madrugada, los ciudadanos volvieron a sus hogares, esta
vez sin el oxígeno contaminado por las bombas lacrimógenas.
Pese a la respuesta popular, el gobierno decidió seguir ayer con su apuesta. Guardias y policías se mantuvieron en sus puestos, tras otra noche alejados de sus familias. Volvió
la rutina de todos los días, las prisas acompañaban el paso de los
viandantes. La mayoría ignoraba a las tropas: les pasaban por el frente
sin mirarles las caras.
"Estuve aquí anoche y había mucha gente. ¡Fue emocionante!",
exclamaba Ana Méndez, estudiante de 17 años, con su gorra tricolor de la
bandera venezolana. "Hoy no hay tantos guardias como ayer, pero,
claro, es que es aburrido quedarse aquí parados viendo a la gente
caminar", razonó Daria Rodríguez, madre de 39 años preparada para
protestar por un mejor futuro para sus hijos.
La rebelión del lunes les libró del miedo, como confirmaron las
mujeres que, poco a poco, se disponían a recuperar otra vez el mando de
su plaza. "La libertad sólo la merece quien sabe conquistarla",
exhibía una de ellas en su pancarta, orgullosa de que el lunes los
ciudadanos hubieran protagonizado otro pequeño capítulo de la Historia
de Venezuela.
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