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viernes, 7 de febrero de 2014

Castro ¿Ecologistas? La historia del Almendares



EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO



El Río Almendares está enfermo


José Hugo Fernández





LA HABANA, Cuba.- Cuentan que el Almendares debe su nombre al hecho de
que, en 1610, el obispo Enrique de Almendáriz se curó con sus aguas la
enfermedad de la gota. Hoy bastaría una gota de agua de ese río habanero
para enfermar a cualquiera. Lejos han quedado los tiempos en que fue
surtidor del más antiguo acueducto de América Latina, la llamada Zanja
Real, que abasteció a La Habana durante 243 años, descargándole
diariamente unos 70 mil metros cúbicos de agua fresca. Sin embargo, aún
no se puede hablar en pasado sobre este río. 




De hecho, forma parte de
una de las diez principales cuencas hidrográficas de Cuba, la
Almendares-Vento, con 402 kilómetros cuadrados, que abarcan ocho
municipios habaneros y dos de la vecina provincia de Mayabeque, área
donde reside más de medio millón de personas, cuyo consumo de agua
potable todavía hoy depende (en alrededor del 47 %) de las fuentes
subterráneas de esa cuenca. No porque sea un remedio saludable, sino
porque no hay otro remedio en
esta ciudad con muy débil y muy antigua infraestructura para el abasto. 



La contaminación química y la carga microbiana que contienen las aguas
del Almendares es un hecho demostrado e incluso suficientemente
divulgado. Tampoco es nuevo. Durante muchísimos años, aun desde antes
del ciclón castrista, sus márgenes fueron deforestadas, mientras
proliferaban los vertederos fabriles. El río, que aunque enfermo, es un
símbolo de La Habana, también es el sostén de su pulmón verde, pero
llegó a tornarse irrespirable bajo la agresión extra de un sistema de
alcantarillado que data de principios del siglo pasado y que actualmente
es obsoleto, además de estar sobreexplotado por una población muy
superior a aquella para la cual lo diseñaron en sus orígenes. 


Núñez
Jiménez se escandalizó Resulta contradictorio que un gobierno que se
auto-promociona como defensor de la ecología y que como tal es elogiado
por otros gobiernos vecinos y por cofrades de instituciones
internacionales interesadas en
el tema, se haya echado más de 30 años sin mover un dedo para intentar
la reversión de esta debacle. No fue hasta entrada la década de los años
90, del siglo XX, y sólo a partir de los reclamos públicos de un
científico, el doctor Antonio Núñez Jiménez, que el gobierno hizo amagos
de atender seriamente este problema. Al término de una expedición, con
la que recorrió todo el Almendares, Núñez Jiménez declaraba entonces:
“Hoy grandes trechos de su curso son verdaderas cloacas, sucias,
pestilentes y altamente contaminadas”. Desde entonces, no es mucho lo
que ha cambiado. La prensa oficialista asegura que el daño ecológico
comienza a retroceder lentamente, pero de manera firme. Nadie lo diría,
toda vez que ahora mismo las propias instituciones del régimen tienen
identificados unos 50 focos contaminadores en la cuenca, sean
industrias, almacenes, talleres, unidades de salud, vaquerías y
entidades del comercio y la gastronomía, entre un largo etcétera. 


También los medios del 
régimen han afirmado sin rubor que con tal de revertir la contaminación
del Almendares, se dispuso el desmantelamiento de la importante e
histórica industria del papel de Puentes Grandes, o de las cervecerías
La Tropical y La Polar, entre otras que daban empleo a decenas de
cientos de ciudadanos y que, como bien sabe aquí hasta el gato, quedaron
paralizadas en el Período Especial por estrictas razones de insolvencia
económica. El colmo es que ahora mismo varios portales de Internet
destinados a la propaganda del “paraíso cubano” venden el parque
recreativo del Almendares como un lugar idóneo para el sano
esparcimiento y el contacto con la naturaleza. 


En tanto, a varias
generaciones de habaneros nos causa tristeza reconocer en ese parque,
hoy abandonado y lóbrego, una de las claves de nuestra nostalgia, el
sitio donde tan bien la pasamos de niños y adonde acudimos tantas veces
siendo jóvenes a disfrutar las descargas trovadorescas o a jugar en el
Golfito, a la vez que
enamorábamos y hacíamos “algo más” en sus bancos frente al río y entre
su frondosa vegetación y en sus glorietas al aire libre. La verdad es
que muy mal nos las veremos en La Habana con nuestro pulmón verde
mientras, en vez de enderezar el tiro, aunque sea en eso, nuestros
ecologistas en jefes sigan aspirando a resolverlo todo mediante
consignas populistas y guiños de marketing politiquero para sus vecinos
de allende los mares. 


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