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jueves, 5 de diciembre de 2013

Guillermo Cabrera Infante, | Nuevo Libro "Mapa Dibujado por un espía" Zoé Valdés

Guillermo Cabrera Infante, un escritor reidor. | Blog de Zoé Valdés

EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO

Guillermo Cabrera Infante, un escritor reidor.

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No existe un solo libro de Guillermo Cabrera Infante con el que no haya “leído” a carcajadas. Donde escribí “leído” debió decir “reído”, claro, pero es que cuando leo al autor cubano también río a mandíbula batiente con cada una de sus ocurrencias anecdóticas, reflexivas o lingüísticas. De tal modo aprendí, leyéndolo y riéndome, que La Habana era una ciudad plena de euforia, luminosa, rítmica y sonriente, que la capital donde yo había nacido y crecido nada tenía que ver con el espectáculo angustioso cotidiano en el que nos sumieron los demiurgos del apocalipsis revolucionario, y sus protagonistas: el pueblo, sus dirigentes, y tao, tao, tao… No voy a entrar en la muela bizca de la que ya estarán hartos.
Acabo de releer ‘Mapa dibujado por un espía’ -publicada por Galaxia Gutenberg y editada por uno de los mejores editores, Antoni Munné- y me cuesta escribir, y hasta evocarla y pensar en ella, porque sigo enmarañada en la profunda tristeza que emana palabra a palabra de este texto laberíntico, y lo que es mejor, que no peor, tampoco deseo liberarme de la melancolía en la que me ha hundido. Ya saben que a mí me gusta llorar con el buen cine y me encanta reírme con la buena literatura. Sin embargo, con esta novela me ha ocurrido algo muy distinto: ni risa ni llanto; sino una especie de escozor que recorría mi espina dorsal mientras la leía apesadumbrada, con los dientes apretados. Ira y congoja. Sensaciones extrañas de las que no puedo y no ansío despojarme. Porque pese a la enorme depresión que se atisba y destila de la escritura de Guillermo Cabrera Infante advierto que hasta la melancolía de aquella época, con todos sus errores y horrores, lucía un sello de elegancia, de distinción sosegada, de carácter emblemático, y hasta eso, ese tipo de anonadamiento, se ha perdido en Cuba. Se perdió la risa, se acabó la melodía, se apagó la ciudad (desmoronándose a puñados), se largaron los mejores artistas, los mejores en todo, o sea los alegres. La patética amargura reemplazó a la poética aflicción. La memoria varada entonces en el terreno de lo antaño, no sirvió más que para mea culpas, arrepentimientos, subterfugios.
Esta novela nada tiene que ver con mea culpas, ni con ‘Mea Cuba’, dicho sea de paso; un libro que también fue ocultado, no por el autor, sino por los censores de turno fuera de Cuba al servicio del tirano de la isla.
Debo pautar en una pausa que, de las tantas veces que visité a Guillermo Cabrera Infante y a Miriam Gómez no recuerdo ninguna empañada por la agonía de la nostalgia, no los recuerdo jamás hundidos en la morriña. Por el contrario, viviendo en el corazón de Londres, rodeados de gran cantidad de libros, de las mejores librerías y museos, de tiendas y restaurantes para escoger, en esa casa que todavía hoy visito siempre se respiró y se respira la Cuba extraviada y hallada en aquel rincón, en pocos rincones del mundo, menos en la isla misma, y una maravillosa alegría. Nunca he conocido una pareja más cómica, más inteligente, más reidora que Miriam y Guillermo. Y ahora, en la ausencia de Guillermo, Miriam se ha propuesto continuar ese alborozo tan cubano, ese júbilo tan productivo, trabajando en los manuscritos que escribió su esposo en el exilio. Porque Guillermo Cabrera Infante escribió la mayor parte de su obra en el exilio, al igual que José Martí, Cirilo Villaverde y Gertrudis Gómez de Avellaneda, y numerosos escritores exiliados desde el año 1959 hasta la fecha.
Uno de los engaños que no perdonaré nunca al régimen castrista es que nos haya querido inculcar, mediante trampas y chantajes, que solamente la literatura y el arte (por llamarlo de alguna manera) que se produce en Cuba poseen un auténtico valor, pese a que la mediocridad, la pusilanimidad, el servilismo, y el cretinismo inundaron la creación y ofuscaron el pensamiento. Pese a que la gran obra cubana de todos los tiempos y de los grandes escritores, poetas, pintores, músicos, filósofos -desde el siglo XIX hasta hoy- se ha construido en el exilio. Haya sido compuesta en la época en la que lo haya sido. Pero no entraré en esos temas, que ya aburren –como indiqué al inicio-, sobre todo para los que nos pasamos la vida conversando acerca de ellos; temas de los que todavía muchos no quieren enterarse, como canta el bolero: “por pura cobardía”.
Otra de las fabulaciones del castrismo, de las mentiras y calumnias de sus esbirros, ha sido los de regar, o sea, divulgar que tanto Cabrera Infante y Reinaldo Arenas eran seres llenos de odio y acomplejados ( por cierto, lo mismo que dicen de mí), lo que, como supondrán, me sume en el orgullo, y me compromete  e impulsa a continuar con inmenso amor y honor. ¡Odio y complejo! Todo lo opuesto a lo que podemos apreciar en esas obras: generosidad, ternura, dolor, tristeza, valentía, vida y libertad.
‘Mapa dibujado por un espía’ es, tal como anuncia su prólogo, una novela inacabada, escondida púdica y secretamente por el escritor. La única novela no leída por Miriam Gómez hasta su edición. Pero incluso siendo un texto inacabado su grandeza es incalculable, no sólo por su calidad literaria, qué duda cabe, sino porque por encima de todo se trata de un testimonio muy personal, íntimo. La última desgarradora aventura de un escritor acorralado en su país, y no de cualquier escritor. De alguien que se sintió culpable por haber creído y, pudo por fin, fugarse para no seguir sintiéndose responsable después de haber reído, y hasta después de haber leído, como tantos de los que nos tuvimos que quedar.
El primer exergo del libro pertenece a Ernest Hemingway y cito: “Tú no eres realmente uno de ellos sino un espía en su país”. Nada más transparente que esa breve introducción. Aunque Guillermo Cabrera Infante pudo quedarse y seguir siendo uno de ellos, cómodamente, debido a sus orígenes humildes, y por su procedencia de una familia comunista, eligió partir hacia la libertad antes que vivir encadenado a la mentira y quedar esclavo de la vigilancia en un país que ya no era el suyo, sino el de “ellos”, el de “ésos”: los odiadores reales. Impuestos el odio y la maldad, el fracaso estaba asegurado, como ha sido, rotundo. Esta novela es la máxima prueba del gran fracaso que constituyó esa revolución, una prueba de primera mano.
Aun después de haber leído y sufrido con esta reciente obra de Cabrera Infante, sigo y seguiré sosteniendo que su autor era un escritor reidor. ¿Por qué? Pues porque amaba la verdad. Y tal como nos afirman Bergson y Heinrich Böll, en su cuento El reidor, sólo los dueños de la verdad, que la conquistaron con esfuerzo, poesía, y padecimiento, son reidores sofisticados, exquisitos y legítimos. Ni una sola obra de los odiadores, ni una frase redactada por los maldicientes, ni una sílaba de los imitadores, posee la altura de ‘Mapa dibujado por un espía’, ya que, reitero, no se trata exclusivamente del testimonio individual del autor, se trata de un fragmento tenebroso de la historia de Cuba que ahora los culpables, muy fétidamente, se disponen a borrar de un tachón: la época del espanto.
La paradoja, o “parajoda”, como bromeaba Guillermo, radica en que medio siglo más tarde, el tiempo y la razón están por fin del lado de los que con toda evidencia la tenían, de los silenciados y humillados. Publicar esta novela no sólo ha sido un hermoso gesto de justicia, además restituye la verdad escamoteada una y otra vez. Pone al descubierto la sombría falacia, muestra la basura barrida bajo la alfombra. Y le da un tapaboca a los ingratos y traidores.
Afortunadamente Guillermo Cabrera Infante sigue perpetuándose en ese reidor que no pocos conocimos, aunque no exactamente como el reidor profesional del cuento de Böll, sino como todos esos reidores que tuvo Cuba en el pasado, que reían porque buscaban y hallaron la verdad, porque como canta el verso de Lezama: nacer allí todavía era “una fiesta innombrable”, y nunca renegaron de sus orígenes.
        Zoé Valdés.

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