EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO
Viaje de estratega demócrata a Cuba resultó ser un fracaso
Peter Wallsten y Carol D. Leonnig
Washington Post
Terry McAuliffe siempre se ha considerado un vendedor maestro. Siempre fue capaz de vender cualquier cosa.
Entonces, viajó Cuba.
McAuliffe dijo que viajó a la isla para vender vino y manzanas de Virginia. Sin embargo, los cubanos se mofaron de su propuesta durante su visita de abril del 2010, y no fueron impresionados por el estilo frontal de persuasión que por muchos años había llevado a McAuliffe a tener éxito como inversionista y como negociador en la política.
Los funcionarios cubanos no sólo rechazaron la propuesta de McAuliffe sino que además, durante repetidas reuniones, lo sermonearon sobre los supuestos efectos adversos del embargo comercial de impuesto por los Estados Unidos a Cuba.
En muchos aspectos, la aventura de tres días demostró el clásico estilo de McAuliffe: fue una muestra del talante espontáneo y hasta impulsivo que el candidato demócrata a la gobernación de Virginia podría llevar a la mansión ejecutiva de ser elegido la semana que viene.
McAuliffe estaba, en efecto, llevándose por su instinto —dependiendo en gran medida de su encanto personal y esperando lo mejor, incluso cuando muchos a su alrededor aseguran que veían pocas posibilidades de éxito.
El viaje tenia el propósito —al menos en parte— de borrar la molestia del resultado obtenido por McAuliffe en las elecciones a gobernador del año pasado y, al mismo tiempo, representaba una oportunidad para demostrar sus habilidades como negociador y promotor del estado que representa, con miras a su segunda postulación política. Luego de que todo se desmoronara, McAuliffe conservó su ánimo permanentemente alegre de vendedor, aun cuando, en privado, sus compañeros de viaje lamentaban lo que fuera más un fracaso que un triunfo.
Reporte prometedor
McAuliffe regresó de La Habana con un reporte prometedor: “Logramos que acordaran abrir el mercado a los vinos de Virginia”, dijo a The Washington Post en aquel momento. “Por primera vez en la historia, vamos a exportar vinos de Virginia a Cuba”.
En realidad, el viaje de ventas había sido un fracaso.
“Pensé, ‘¿Qué acaba de pasar? ¿Nos robaron?’ ”, dijo Blaze Wharton, un amigo de McAuliffe y cabildero de Utah que organizó el viaje para McAuliffe y para un grupo de empresarios amigos con conexiones políticas.
“Todos creíamos que iba a funcionar”, dijo Wharton. Sin embargo añadió, “No fue a ningún lado”.
¿Por qué McAuliffe escogió Cuba, una isla bajo el mando de un régimen comunista con una economía moribunda, como el lugar apropiado para mostrar su disposición de abogar por el comercio de Virginia? Es algo que provoca curiosidad. Cualquier viaje a Cuba, que aún es designada por el gobierno de Estados Unidos como estado patrocinador del terrorismo, supone complicaciones —especialmente para una figura vinculada a la elite política estadounidense, como lo es McAuliffe. El es un cercano amigo y consejero de Hillary Clinton, que para el momento del viaje a Cuba era Secretaria de Estado, y que, de postularse para presidente, buscaría cortejar el voto de los cubanoamericanos, quienes son recelosos de cualquier contacto con el régimen de la isla.
McAuliffe, quien ahora conduce una campaña en la cual se presenta como un hábil negociador y promotor de los negocios de Virginia, raramente menciona su único intento desde la campaña del 2009 de vender los productos de Virginia en el exterior.
La campaña de McAuliffe declinó la posibilidad de una entrevista. Ni la campaña de McAuliffe ni los organizadores del viaje pudieron producir los documentos que McAuliffe debía presentar a la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC por sus siglas en inglés), para obtener una licencia para viajar a Cuba, ya que dijeron que no tenían copias. Un portavoz de la OFAC dijo que la oficina no ofrece comentarios con respecto a licencias específicas.
Su vocero, Josh Schwerin, dijo que McAuliffe había sido invitado por Wharton a hacer el viaje “y él pensó que sería una buena oportunidad de promocionar las manzanas y los vinos de Virginia”.
Schwerin dijo que durante un punto de la visita los funcionarios cubanos expresaron interés en organizar una “Exposición de vinos de Virginia”. Pero, agregó Schwerin, “nunca se materializó”. Schwerin y McAuliffe no tenían ningún interés financiero en el viaje y no fueron compensados por sus esfuerzos.
Wharton afirmó que el viaje había despertado su interés en buscar oportunidades de negocios en Cuba. Estados Unidos ha permitido la exportación de ciertos alimentos a Cuba desde que el Congreso relajase el embargo de la era del presidente Kennedy, en el año 2000. Dijo Wharton que le sugirió la idea del viaje a McAuliffe, y éste, ansioso por jugar el rol de promotor de Virginia, inmediatamente empezó a considerar a quién podría invitar en el estado.
McAuliffe habló por teléfono con Todd Haymore, el secretario de agricultura de Virginia, quien le dio un panorama general de la creciente relación del estado con Cuba, incluyendo la exportación de soya y manzanas.
Wharton dijo que financió gran parte del viaje. McAuliffe pagó por sus gastos, dijeron Schwerin y Wharton, reembolsando a su amigo $2,500.
Pero los dos comerciantes de Virginia que McAuliffe tenía esperanzas de hacer participar, se retiraron del viaje en el último minuto.
Henry Chiles, dueño de Crown Orchard, cerca de Charlottesville, dijo a los organizadores del viaje que tenía que atender su sembradío debido a un frente frío. Jim Turpin, quien inauguró un pequeño viñedo en Lovingston hace cuatro años, dijo que decidió que venderle a la isla no era apropiado para su negocio.
“Con un nombre como Democracy Vineyards (Viñedos Democracia), no creí que se vendería bien en Cuba”, dijo Turpin.
Sin embargo, McAuliffe continuó con el viaje.
En el transcurso de tres días, la delegación se reunió con oficiales de la agencia de comercio cubana, el Ministerio de Relaciones Exteriores y otros departamentos. Según los participantes, las sesiones, algunas de la cuales duraron mucho más de una hora, comenzaban con largos discursos por parte de los funcionarios cubanos, sobre cómo el embargo comercial de Estados Unidos ha destruido la economía de la isla.
Los funcionarios de de la agencia oficial cubana de importaciones, Alimport, no parecieron interesados en lo más mínimo en aprender de McAuliffe sobre los vinos y las manzanas de Virginia —ni en ningún negocio potencial, de acuerdo a personas familiarizadas con la reunión.
En un momento, McAuliffe se mostró visiblemente exasperado. Interrumpió la discusión de los funcionarios de Alimport sobre el embargo, y pidió que le concedieran la oportunidad de hablar. “Yo vine aquí a hablar sobre manzanas y vino”, dijo, según quienes participaron en la reunión.
Indiferencia cubana
Wharton dijo que quedó perplejo ante cuán indiferentes se mostraron los funcionarios cubanos ante los esfuerzos de McAuliffe. Después de todo, dijeron los participantes, el consultor que Wharton había contratado para concertar las reuniones, el experimentado asesor en asuntos cubanos, Kirby Jones, había enviado un correo electrónico al grupo antes del viaje, en donde aseguraba que los acuerdos eran “muy posibles”, y que debían prepararse para firmar contratos.
Sin embargo, las tensiones iban en aumento.
Durante la última noche, Wharton confrontó a Jones, el consultor. Jones, quien llegó a conocer a Fidel cuando lo entrevistó para unos documentales de televisión en los 70, dirigía una firma consultora con sede en Bethesda, que se especializa en asistir a empresarios estadounidenses a navegar el intricado régimen cubano.
Wharton dijo que Jones intentó en varias ocasiones reunirse a solas con McAuliffe, insistiendo, incluso, en algún momento en que solo Jones y McAuliffe podían asistir a una reunión organizada a última hora para visitar al Cardenal Jaime Ortega, el más alto representante de la iglesia Católica en Cuba.
Jones, quien ha llevado delegaciones de empresarios a Cuba por más de 30 años, dijo que el fracaso de McAuliffe, era típico de personas que visitan la primera vez. Hacer negocios con los cubanos, dijo Jones, con frecuencia requiere un seguimiento agresivo y repetidas visitas.
Un vocero de Hilary Clinton, dijo que la ex secretaria no había estado al tanto del viaje de McAuliffe en aquel momento.
La reunión con Ortega fue el único punto positivo del viaje, dijeron los participantes.
Varios miembros de la delegación acompañaron a McAuliffe hasta las ornadas oficinas del cardenal. Aseguraron que la visita fue muy emocionante para McAuliffe quien es católico. Mientras tanto, en Virginia, las expectativas de que McAuliffe lograría vender algo a los cubanos eran bajas.
Los funcionarios de la oficina de mercadeo de vinos de Virginia habían ayudado a preparar materiales en anticipo del viaje. Pero cuando Turpin, el dueño de Democracy Vineyards, se echó para atrás, los funcionarios aseguraron que no volvieron a escuchar del viaje.
En general, la sola mención de que la pobre isla dirigida por comunistas pudiese ser receptiva al vino de Virginia, es suficiente para hacer reír incluso a los más acérrimos defensores de la industria.
“Nos reímos al respecto”, dijo Annette Boyd, Directora de la Oficina de Mercadeo de Virginia, quien describió a Cuba más como una “cultura de ron”. “Los vinos de Virginia no van tan bien con los puros cubanos”, bromeó Boyd de manera sarcástica.
Manuel Roig-Franzia y Alice Crites contribuyeron con este reportaje.
Entonces, viajó Cuba.
McAuliffe dijo que viajó a la isla para vender vino y manzanas de Virginia. Sin embargo, los cubanos se mofaron de su propuesta durante su visita de abril del 2010, y no fueron impresionados por el estilo frontal de persuasión que por muchos años había llevado a McAuliffe a tener éxito como inversionista y como negociador en la política.
Los funcionarios cubanos no sólo rechazaron la propuesta de McAuliffe sino que además, durante repetidas reuniones, lo sermonearon sobre los supuestos efectos adversos del embargo comercial de impuesto por los Estados Unidos a Cuba.
En muchos aspectos, la aventura de tres días demostró el clásico estilo de McAuliffe: fue una muestra del talante espontáneo y hasta impulsivo que el candidato demócrata a la gobernación de Virginia podría llevar a la mansión ejecutiva de ser elegido la semana que viene.
McAuliffe estaba, en efecto, llevándose por su instinto —dependiendo en gran medida de su encanto personal y esperando lo mejor, incluso cuando muchos a su alrededor aseguran que veían pocas posibilidades de éxito.
El viaje tenia el propósito —al menos en parte— de borrar la molestia del resultado obtenido por McAuliffe en las elecciones a gobernador del año pasado y, al mismo tiempo, representaba una oportunidad para demostrar sus habilidades como negociador y promotor del estado que representa, con miras a su segunda postulación política. Luego de que todo se desmoronara, McAuliffe conservó su ánimo permanentemente alegre de vendedor, aun cuando, en privado, sus compañeros de viaje lamentaban lo que fuera más un fracaso que un triunfo.
Reporte prometedor
McAuliffe regresó de La Habana con un reporte prometedor: “Logramos que acordaran abrir el mercado a los vinos de Virginia”, dijo a The Washington Post en aquel momento. “Por primera vez en la historia, vamos a exportar vinos de Virginia a Cuba”.
En realidad, el viaje de ventas había sido un fracaso.
“Pensé, ‘¿Qué acaba de pasar? ¿Nos robaron?’ ”, dijo Blaze Wharton, un amigo de McAuliffe y cabildero de Utah que organizó el viaje para McAuliffe y para un grupo de empresarios amigos con conexiones políticas.
“Todos creíamos que iba a funcionar”, dijo Wharton. Sin embargo añadió, “No fue a ningún lado”.
¿Por qué McAuliffe escogió Cuba, una isla bajo el mando de un régimen comunista con una economía moribunda, como el lugar apropiado para mostrar su disposición de abogar por el comercio de Virginia? Es algo que provoca curiosidad. Cualquier viaje a Cuba, que aún es designada por el gobierno de Estados Unidos como estado patrocinador del terrorismo, supone complicaciones —especialmente para una figura vinculada a la elite política estadounidense, como lo es McAuliffe. El es un cercano amigo y consejero de Hillary Clinton, que para el momento del viaje a Cuba era Secretaria de Estado, y que, de postularse para presidente, buscaría cortejar el voto de los cubanoamericanos, quienes son recelosos de cualquier contacto con el régimen de la isla.
McAuliffe, quien ahora conduce una campaña en la cual se presenta como un hábil negociador y promotor de los negocios de Virginia, raramente menciona su único intento desde la campaña del 2009 de vender los productos de Virginia en el exterior.
La campaña de McAuliffe declinó la posibilidad de una entrevista. Ni la campaña de McAuliffe ni los organizadores del viaje pudieron producir los documentos que McAuliffe debía presentar a la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC por sus siglas en inglés), para obtener una licencia para viajar a Cuba, ya que dijeron que no tenían copias. Un portavoz de la OFAC dijo que la oficina no ofrece comentarios con respecto a licencias específicas.
Su vocero, Josh Schwerin, dijo que McAuliffe había sido invitado por Wharton a hacer el viaje “y él pensó que sería una buena oportunidad de promocionar las manzanas y los vinos de Virginia”.
Schwerin dijo que durante un punto de la visita los funcionarios cubanos expresaron interés en organizar una “Exposición de vinos de Virginia”. Pero, agregó Schwerin, “nunca se materializó”. Schwerin y McAuliffe no tenían ningún interés financiero en el viaje y no fueron compensados por sus esfuerzos.
Wharton afirmó que el viaje había despertado su interés en buscar oportunidades de negocios en Cuba. Estados Unidos ha permitido la exportación de ciertos alimentos a Cuba desde que el Congreso relajase el embargo de la era del presidente Kennedy, en el año 2000. Dijo Wharton que le sugirió la idea del viaje a McAuliffe, y éste, ansioso por jugar el rol de promotor de Virginia, inmediatamente empezó a considerar a quién podría invitar en el estado.
McAuliffe habló por teléfono con Todd Haymore, el secretario de agricultura de Virginia, quien le dio un panorama general de la creciente relación del estado con Cuba, incluyendo la exportación de soya y manzanas.
Wharton dijo que financió gran parte del viaje. McAuliffe pagó por sus gastos, dijeron Schwerin y Wharton, reembolsando a su amigo $2,500.
Pero los dos comerciantes de Virginia que McAuliffe tenía esperanzas de hacer participar, se retiraron del viaje en el último minuto.
Henry Chiles, dueño de Crown Orchard, cerca de Charlottesville, dijo a los organizadores del viaje que tenía que atender su sembradío debido a un frente frío. Jim Turpin, quien inauguró un pequeño viñedo en Lovingston hace cuatro años, dijo que decidió que venderle a la isla no era apropiado para su negocio.
“Con un nombre como Democracy Vineyards (Viñedos Democracia), no creí que se vendería bien en Cuba”, dijo Turpin.
Sin embargo, McAuliffe continuó con el viaje.
En el transcurso de tres días, la delegación se reunió con oficiales de la agencia de comercio cubana, el Ministerio de Relaciones Exteriores y otros departamentos. Según los participantes, las sesiones, algunas de la cuales duraron mucho más de una hora, comenzaban con largos discursos por parte de los funcionarios cubanos, sobre cómo el embargo comercial de Estados Unidos ha destruido la economía de la isla.
Los funcionarios de de la agencia oficial cubana de importaciones, Alimport, no parecieron interesados en lo más mínimo en aprender de McAuliffe sobre los vinos y las manzanas de Virginia —ni en ningún negocio potencial, de acuerdo a personas familiarizadas con la reunión.
En un momento, McAuliffe se mostró visiblemente exasperado. Interrumpió la discusión de los funcionarios de Alimport sobre el embargo, y pidió que le concedieran la oportunidad de hablar. “Yo vine aquí a hablar sobre manzanas y vino”, dijo, según quienes participaron en la reunión.
Indiferencia cubana
Wharton dijo que quedó perplejo ante cuán indiferentes se mostraron los funcionarios cubanos ante los esfuerzos de McAuliffe. Después de todo, dijeron los participantes, el consultor que Wharton había contratado para concertar las reuniones, el experimentado asesor en asuntos cubanos, Kirby Jones, había enviado un correo electrónico al grupo antes del viaje, en donde aseguraba que los acuerdos eran “muy posibles”, y que debían prepararse para firmar contratos.
Sin embargo, las tensiones iban en aumento.
Durante la última noche, Wharton confrontó a Jones, el consultor. Jones, quien llegó a conocer a Fidel cuando lo entrevistó para unos documentales de televisión en los 70, dirigía una firma consultora con sede en Bethesda, que se especializa en asistir a empresarios estadounidenses a navegar el intricado régimen cubano.
Wharton dijo que Jones intentó en varias ocasiones reunirse a solas con McAuliffe, insistiendo, incluso, en algún momento en que solo Jones y McAuliffe podían asistir a una reunión organizada a última hora para visitar al Cardenal Jaime Ortega, el más alto representante de la iglesia Católica en Cuba.
Jones, quien ha llevado delegaciones de empresarios a Cuba por más de 30 años, dijo que el fracaso de McAuliffe, era típico de personas que visitan la primera vez. Hacer negocios con los cubanos, dijo Jones, con frecuencia requiere un seguimiento agresivo y repetidas visitas.
Un vocero de Hilary Clinton, dijo que la ex secretaria no había estado al tanto del viaje de McAuliffe en aquel momento.
La reunión con Ortega fue el único punto positivo del viaje, dijeron los participantes.
Varios miembros de la delegación acompañaron a McAuliffe hasta las ornadas oficinas del cardenal. Aseguraron que la visita fue muy emocionante para McAuliffe quien es católico. Mientras tanto, en Virginia, las expectativas de que McAuliffe lograría vender algo a los cubanos eran bajas.
Los funcionarios de la oficina de mercadeo de vinos de Virginia habían ayudado a preparar materiales en anticipo del viaje. Pero cuando Turpin, el dueño de Democracy Vineyards, se echó para atrás, los funcionarios aseguraron que no volvieron a escuchar del viaje.
En general, la sola mención de que la pobre isla dirigida por comunistas pudiese ser receptiva al vino de Virginia, es suficiente para hacer reír incluso a los más acérrimos defensores de la industria.
“Nos reímos al respecto”, dijo Annette Boyd, Directora de la Oficina de Mercadeo de Virginia, quien describió a Cuba más como una “cultura de ron”. “Los vinos de Virginia no van tan bien con los puros cubanos”, bromeó Boyd de manera sarcástica.
Manuel Roig-Franzia y Alice Crites contribuyeron con este reportaje.
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