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Monono, el más pobre de todos
Frank Correa
La Habana, Cuba, noviembre de 2013, www.cubanet.org. -- La miseria en Cuba aparece en los sitios más insospechados. Como un pasillo de la calle 226 entre Tercera A y Tercera B, en Jaimanitas.
Es el cuartucho de Monono. Miserable hasta en el aire que se respira. Con la fosa desbordada. Un hilo de agua en el grifo. El baño con la taza rota. Sin una pensión para paliar la crisis. Inválido de un pie. Con problemas de diabetes, hipertensión, cardiopatía. Abandonado a la suerte por su familia.
De joven Monono vino de Oriente como recluta en el Servicio Militar. Destacado en una compañía de artilleros al oeste de La Habana. Se licenció en 1970. Construyó una vivienda en Jaimanitas, de madera y techo de zinc. Con los años la familia creció y llegó el hacinamiento, la pobreza, el caos. Para colmo de males sufrió aquel accidente, donde perdió la mitad del pie derecho.
Sucedió mientras lo trasladaban de urgencia al Hospital Militar, en medio de una crisis del nervio ciático. La ambulancia viajaba a toda velocidad y chocó con otro vehículo y la puerta trasera se abrió, Monono cayó con la camilla al pavimento y rodó por la avenida. Salvó la vida de milagro, pero su pie fue aplastado por las ruedas de un camión que venía detrás, y tuvieron que amputarlo.
Debido a su limitación de movimientos, no pudo continuar con su trabajo de ayudante en una fábrica particular de ladrillos. Para ganarse el sustento, tuvo que dedicarse a revender objetos que la gente le daba. Su esposa le pidió el divorcio y dividió la vivienda, dejándolo en un cuarto pequeño, que parece más un closet que una casa.
La ex cónyuge permutó con unos extraños, que ahora aborrecen al antiguo dueño y le han convertido la vida en un calvario. Continuamente cortan el fluido eléctrico. Colocan brujería en su puerta para asustarlo y que se marche. Le roban los pocos alimentos de la libreta de racionamiento.
Monono posee un viejo fogón de keroseno, que casi no utiliza, porque ese tipo de combustible ya no abunda. Vive prácticamente de la caridad pública. Debe cambiarse el vendaje del pie cada dos días en el policlínico y argumenta que es un problema, porque como debe caminar tanto buscándose el sostén, cuando regresa al cuarto ya la herida está otra vez llena de bacterias.
Con el paso del huracán Gustav hace cinco años, se le derrumbó el techo del cuarto y no ha podido remover aún los escombros para recuperar sus bienes personales, que los da por perdidos. Tiene que dormir en la puerta, sentado en un taburete de madera, que en cualquier momento se desbarata por su peso.
Dice que ha escrito muchas cartas al Departamento de Asistencia Social del Poder Popular, solicitando ayuda, pero jamás le han contestado. Sabe que en Cuba hay mucha gente pobre, pero reconoce que difícilmente con su cúmulo de problemas, que lo aplastan en su cartucho de mala muerte, con sus vecinos pérfidos, sus enfermedades congénitas y su muñón del pie semi podrido, que en cualquier momento le dará la asonada.
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