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La Cuba de Padura
El Comercio / Estaba por terminar la lectura de la última novela de Leonardo Padura cuando me enteré de que el risueño y desubicado Presidente del CNE volaba a Cuba para observar de cerca el ultrademocrático sistema electoral de una isla donde dos hermanos gobiernan desde hace 54 años. Todo un ejemplo, pensé, pero si don Domingo Paredes quiere viajar a darse un baño en Varadero sería aconsejable que se busque otro pretexto.
Cuba fue en sus buenos tiempos modelo de algunas cosas, pero solo a los comunistas de la vieja guardia, o a algún neorrevolucionario de la línea Giorgio Armani, se les puede ocurrir que haya algo que aprender allá sobre el juego democrático. Bastaba conversar con algunos de los muchos migrantes cubanos que viven en nuestra ciudad y a quienes les habrá dado escalofrío que nuestras autoridades se trasladen a admirar un sistema del que salieron en quema, donde acaban de cerrar hasta las modestas tiendas caseras abastecidas con ropa Made in Ecuador.
Otra alternativa para don Domingo hubiera sido leer la novela de Padura, quien es, hoy por hoy, el escritor más importante de Cuba. Y es crítico de una revolución que se agotó hace rato en la ineficiencia, la intolerancia y una retórica refutada a cada paso por el drama de la calle. La gracia es que Padura no tuvo que marcharse de la isla como Cabrera Infante, Severo Sarduy, Reynaldo Arenas o Zoe Valdés, sino que puso el hombro, aguantó medio siglo del 'proceso', continúa viviendo allí y hasta ganó el Premio Nacional de Literatura 2012.
Pero no, no se trata de un cambio político radical o de una apertura deseada por el Gobierno sino más bien de la incapacidad de seguir vetando el descontento y la frustración, no solo de la generación de Padura, esos "creyentes por obligación", sino de los jóvenes que en su inmensa mayoría solo sueñan con marcharse. Al menos, eso era lo que se reflejaba parcialmente en 'El hombre que amaba a los perros', y se ahonda en su más reciente novela, titulada como un emblema para quienes se rebelan de diversas maneras contra la religión oficial, en cualquier lado y en cualquier época: 'Herejes'.
Porque Cuba, la Revolución y Fidel, convertidos en una sola y la misma cosa, fueron un tema sagrado para la izquierda latinoamericana durante décadas. Quienes se atrevían a criticar algún error pasaban a la categoría de gusanos o agentes del imperialismo. Pero cuando se acabó el apoyo del bloque soviético quedó la realidad desnuda.
"Mi generación se frustró −declara Padura−. Venía de una larga obediencia. Cortamos caña, recogimos café y tabaco, abrimos las desastrosas escuelas de campo, fuimos a Angola como soldados y al final nos quedamos sin nada". En respuesta a eso, el concepto que une a los herejes de su novela es "la búsqueda de la libertad y los precios que se pagan por ella ".
Cuba fue en sus buenos tiempos modelo de algunas cosas, pero solo a los comunistas de la vieja guardia, o a algún neorrevolucionario de la línea Giorgio Armani, se les puede ocurrir que haya algo que aprender allá sobre el juego democrático. Bastaba conversar con algunos de los muchos migrantes cubanos que viven en nuestra ciudad y a quienes les habrá dado escalofrío que nuestras autoridades se trasladen a admirar un sistema del que salieron en quema, donde acaban de cerrar hasta las modestas tiendas caseras abastecidas con ropa Made in Ecuador.
Otra alternativa para don Domingo hubiera sido leer la novela de Padura, quien es, hoy por hoy, el escritor más importante de Cuba. Y es crítico de una revolución que se agotó hace rato en la ineficiencia, la intolerancia y una retórica refutada a cada paso por el drama de la calle. La gracia es que Padura no tuvo que marcharse de la isla como Cabrera Infante, Severo Sarduy, Reynaldo Arenas o Zoe Valdés, sino que puso el hombro, aguantó medio siglo del 'proceso', continúa viviendo allí y hasta ganó el Premio Nacional de Literatura 2012.
Pero no, no se trata de un cambio político radical o de una apertura deseada por el Gobierno sino más bien de la incapacidad de seguir vetando el descontento y la frustración, no solo de la generación de Padura, esos "creyentes por obligación", sino de los jóvenes que en su inmensa mayoría solo sueñan con marcharse. Al menos, eso era lo que se reflejaba parcialmente en 'El hombre que amaba a los perros', y se ahonda en su más reciente novela, titulada como un emblema para quienes se rebelan de diversas maneras contra la religión oficial, en cualquier lado y en cualquier época: 'Herejes'.
Porque Cuba, la Revolución y Fidel, convertidos en una sola y la misma cosa, fueron un tema sagrado para la izquierda latinoamericana durante décadas. Quienes se atrevían a criticar algún error pasaban a la categoría de gusanos o agentes del imperialismo. Pero cuando se acabó el apoyo del bloque soviético quedó la realidad desnuda.
"Mi generación se frustró −declara Padura−. Venía de una larga obediencia. Cortamos caña, recogimos café y tabaco, abrimos las desastrosas escuelas de campo, fuimos a Angola como soldados y al final nos quedamos sin nada". En respuesta a eso, el concepto que une a los herejes de su novela es "la búsqueda de la libertad y los precios que se pagan por ella ".
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