"Generación Y"
el blog de Yoani Sánchez
Cuando estaba en la escuela secundaria me chocaban dos de las tantas palabras que se utilizaban para insultar. Una de ellas era autosuficiente. Su estigma procedía de aquellos procesos de mea culpa para ingresar en la Unión de Jóvenes Comunistas, donde los aspirantes se criticaban a sí mismos por no comportarse -todo el tiempo- como parte de un colectivo. Otro término peyorativo era consciente, que en aquel contexto apuntaba a alguien demasiado intelectual, dado a los libros, aplicado en las cuestiones docentes. Los buenos alumnos eran tachados de "conscientones" y sobre los líderes naturales que surgían en cada grupo caía también la mácula de la autosuficiencia. Mejor no destacarse, no esforzarse en exceso… parecían advertirnos aquellos descalificativos.
Rendirle culto a la mediocridad individual genera sociedades mediocres. Vilipendiar a los talentosos y a los emprendedores, demora el desarrollo de una nación. El capital profesional no se construye solamente con títulos, licenciaturas y postgrados, sino que necesita surgir de una población que venere al conocimiento. Resulta imprescindible también que la inteligencia no sea algo para esconder, casi con vergüenza o pudor. Todos somos potenciales científicos y descubridores, necesitados de un entorno donde nuestras capacidades encuentren respeto. Un país de científicos debe mostrar sus laboratorios y sus vacunas; pero también garantizar que la gente común pueda patentar sus logros y obtener recompensas –materiales y espirituales- por su ingenio.
En Cuba podrá haber muchos graduados universitarios, pero mientras estos no encuentren verdadero reconocimiento social, salarial y legal por su labor, muy difícilmente nos podremos llamar una nación de ciencia. Entristece que se le levanten más estatuas y se le dediquen más plazas a personas que han empuñado el machete o las armas, en lugar de a quienes salvaron vidas con sus microscopios y sus jeringas. El miligramo prodigioso* del saber necesita un entorno donde multiplicarse. Ese terreno fértil lleva la semilla de la educación, el regadío de imaginar una vida mejor a través del descubrimiento científico y el imprescindible abono de la libertad.
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