Dos noticias, un enfoque
Por estos días me leo un excelente libro de Carlos Salas, actual director del sitio lainformacion.com. Uno de eso textos imprescindibles en cualquier redacción de noticias y en la biblioteca de todo reportero. Con el título de “Manual para escribir como un periodista”, en sus páginas se disecciona el arte de titular, las habilidades de un buen entrevistador y la necesidad de investigar como antesala para todo texto. Este profesional consagrado por décadas a la labor de narrar la realidad, nos entrega un volumen ágil, donde comparte conocimientos que otros guardarían sólo para sí.
Con las “gafas de Salas” puestas sobre mis ojos, comencé un acucioso análisis de la realidad informativa de la prensa oficial. No tuve que esperar mucho para que las primeras incongruencias y deficiencias saltaran a la vista.
Durante toda la semana los noticieros estuvieron repitiendo la lamentable historia de un grupo de personas intoxicadas con alcohol metílico. Una fiesta en una barriada proletaria de La Habana que terminó en tragedia. Once fallecidos y varias decenas de personas afectadas por la ingesta de tan peligrosa sustancia, fue el triste saldo de una secuencia de descontrol, contrabando, mercado ilegal, precariedad económica e irresponsabilidad.
El drama es un acompañante inseparable del periodismo, eso bien que lo sabemos quienes ejercemos esta profesión. Pero en medio de la tragedia, hay que mantener la capacidad de discernir por qué ciertas noticias logran tanto realce en los medios nacionales y otras -simplemente- se silencian del todo.
Casi a la par con el drama de los intoxicados por alcohol metílico, ocurrió en la provincia de Guantánamo un accidente durante el Carnaval Infantil. Una grada se vino abajo y varios infantes resultaron lastimados, uno de ellos con traumatismo craneal. De más está narrar la confusión, el caos y el terror que debe haber producido el desplome de esa estructura en medio de un festejo. ¿Por qué tal incidente no se reportó también en la televisión y en los periódicos de todo el país? Mientras en el caso de un producto robado de almacenes e ingerido de forma clandestina, podía achacársele la responsabilidad a ciudadanos que infringieron la legalidad ¿sobre quién cae la responsabilidad de una tribuna mal hecha en un evento público? Sobre el Estado, ese omnipropietario, juez de todos… y juzgado por pocos.
A la noticia de los muertos por alcohol metílico intentó dársele el carácter ejemplarizante de que las víctimas habían caído en tal circunstancia por violentar lo establecido o por padecer de un adicción incontrolable. Todo el tiempo trató de ponerse la responsabilidad en la gente. El hecho de que en un país tradicionalmente productor de ron, tantos prefieran comprar ilegalmente sus bebidas, señala más a la miseria material que al vicio. No obstante, la moraleja oficial quedó resumida en: eso les sucedió por inescrupulosos y bebedores. Las víctimas pasaban así a ser doblemente víctimas.
Sin embargo, en el incidente del palco que colapsó lesionando a niños y adultos, los periodistas oficiales no podían lanzar la culpabilidad sobre los propios heridos. Inevitablemente habrían tenido que contar el mal trabajo de una empresa estatal a la hora de levantar una grada, sin que ésta reuniera las condiciones de seguridad. O en su lugar, confesar el desfalco de buena parte de los materiales destinados a la obra, que presumiblemente causó su debilitamiento y posterior derrumbe.
Ambos episodios, lamentables y evitables, apuntan hacia un problema extendido y crónico en nuestra realidad: la necesidad de robar y desviar recursos para poder subsistir. De manera que la indigencia salarial y la precariedad económica, resultan las causantes directas de estas dos tragedias. Los culpables no son únicamente la expendedora de alcohol ilegal y el obrero que se lleva unos tornillos o unos trozos de madera a casa, sino también este orden de cosas que nos hace delinquir para vivir.
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