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Los hijos de papá y los hijos del maltrato
www.cubanet.org -Nada de política. El re encuentro amoroso con el novio, fue lo que estimuló a Glenda Murillo, hija de Marino Murillo –el zar de la economía raulista– a cruzar la frontera de México a Estados Unidos y, gracias a que tenía los “pies secos”, acogerse a Ley de Ajuste Cubano.
Según fuentes que solicitaron el anonimato la psicóloga de 24 años y trabajadora del Instituto de Neurociencia del Polo Científico, ocupaba allí una plaza de investigadora sin tener un currículo académico brillante que justificara su puesto, un requisito indispensable para los comunes mortales que aspiran a trabajar en dicha entidad. A través de gestiones personales Glenda obtuvo la invitación para asistir a una conferencia de psicología en México y lógicamente, con las influencias del padre, no debe haberle sido difícil conseguir el salvoconducto indispensable (Tarjeta blanca) para salir del país.
Lo cierto es que Glenda, una linda cubanita sin problemas económicos, techo sin peligro de derrumbe, comensal de una mesa donde no sirven picadillo de soya, croquetas de claria, ni café mezclado con chicharos; y que jamás tenido una posición contestaría hacia el régimen –según declaró a la prensa su tía Idania Díaz–, cruzó felizmente la frontera y, con el consentimiento de las autoridades norteamericanas, ha logrado su objetivo de reunirse con su amado en Hialeah. Lindo final para una conmovedora historia de amor, perfecto guion para una telenovela.
Amén de que EE UU es una nación soberana y como tal tiene todo el derecho a elegir sus leyes; el caso de Glenda Murillo saca a la luz nuevamente las contradicciones de la política migratoria de ese país hacia Cuba. Según opina la mayoría de las personas con que he hablado sobre el asunto en Cuba, la hija del verdugo económico de la Isla, debería ser devuelta a la Isla, con la misma sangre fría con que son repatriados los balseros interceptados en el Estrecho de la Florida, gente humilde que tiene motivos más poderosos que el de ella para largarse de Cuba y además ha sufrido los embates de las tormentas y el ataque de los tiburones.
Sin embargo, mientras cada día son devueltos los traumatizados balseros, Glenda Murillo tendrá la oportunidad de amar a su “querido noviecito”, y disfrutar de los derechos y libertades que tienen los dichosos residentes en Norteamérica. Asimismo, si lo desea, para que su papá pueda nuevamente estar orgulloso de ella, podrá salir a las calles de Miami a exigir libertad para los 5 espías presos en EE UU, o protestar contra el embargo estadounidense y las políticas que aprietan las tuercas al régimen castrista y le hacen más difícil a su papá la tarea de “salvar al socialismo”.
LA HABANA, Cuba, septiembre, Según fuentes que solicitaron el anonimato la psicóloga de 24 años y trabajadora del Instituto de Neurociencia del Polo Científico, ocupaba allí una plaza de investigadora sin tener un currículo académico brillante que justificara su puesto, un requisito indispensable para los comunes mortales que aspiran a trabajar en dicha entidad. A través de gestiones personales Glenda obtuvo la invitación para asistir a una conferencia de psicología en México y lógicamente, con las influencias del padre, no debe haberle sido difícil conseguir el salvoconducto indispensable (Tarjeta blanca) para salir del país.
Lo cierto es que Glenda, una linda cubanita sin problemas económicos, techo sin peligro de derrumbe, comensal de una mesa donde no sirven picadillo de soya, croquetas de claria, ni café mezclado con chicharos; y que jamás tenido una posición contestaría hacia el régimen –según declaró a la prensa su tía Idania Díaz–, cruzó felizmente la frontera y, con el consentimiento de las autoridades norteamericanas, ha logrado su objetivo de reunirse con su amado en Hialeah. Lindo final para una conmovedora historia de amor, perfecto guion para una telenovela.
Amén de que EE UU es una nación soberana y como tal tiene todo el derecho a elegir sus leyes; el caso de Glenda Murillo saca a la luz nuevamente las contradicciones de la política migratoria de ese país hacia Cuba. Según opina la mayoría de las personas con que he hablado sobre el asunto en Cuba, la hija del verdugo económico de la Isla, debería ser devuelta a la Isla, con la misma sangre fría con que son repatriados los balseros interceptados en el Estrecho de la Florida, gente humilde que tiene motivos más poderosos que el de ella para largarse de Cuba y además ha sufrido los embates de las tormentas y el ataque de los tiburones.
Sin embargo, mientras cada día son devueltos los traumatizados balseros, Glenda Murillo tendrá la oportunidad de amar a su “querido noviecito”, y disfrutar de los derechos y libertades que tienen los dichosos residentes en Norteamérica. Asimismo, si lo desea, para que su papá pueda nuevamente estar orgulloso de ella, podrá salir a las calles de Miami a exigir libertad para los 5 espías presos en EE UU, o protestar contra el embargo estadounidense y las políticas que aprietan las tuercas al régimen castrista y le hacen más difícil a su papá la tarea de “salvar al socialismo”.
En realidad, Glenda es solo una más de los tantos simuladores que han proliferado en Cuba durante más de cinco décadas. Como muchos, que en su momento gritaron “paredón”, guisaron con entusiasmo la “caldosa” del 28 de septiembre para celebrar el aniversario de los CDR, integraron –o aun integran- las porras de repuesta rápida, marcharon por la Plaza de la Revolución gritando a todo pulmón loas al castrismo… y hoy se pasean por Miami o hacen fila en la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana (USINT) para pedir sus visas y viajar definitiva o temporalmente a “las entrañas del monstruo”.
Con gran desconcierto –Paco Hernández, un jubilado de 68 años– afirma saber que la oficina consular norteamericana le otorgó visa de residencia permanente, a un sujeto que se cansó de manifestar públicamente que “el ataque a las torres gemelas del World Trade Center, fue un golpe que se merecían los americanos, por ser unos hijos de p…”. “Pero allá ellos”—dice Paco.
Entretanto, algunos opositores que son constantemente hostigados y acechados por las turbas de respuesta rápida y la policía política, y cuyos hijos son privados de cursar carreras universitarias o expulsados de sus centros laborales, se quejan de la indiferencia por parte de algunos funcionarios de la Oficina de Refugiados de la USINT.
Ojalá el caso de Glenda Murillo, sea una motivación para revisar la política migratoria de EE UU hacia Cuba y también la Ley de ajuste cubano, o al menos para provocar el debate. Sería bueno que se escogiese a quienes verdaderamente merecen ese beneficio y se excluyera a todos estos descarados.
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