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Carta abierta a Leonardo Padura
Andrés Reynaldo
|Miami
|Continúa la polémica a propósito de un panel sobre la literatura del exilio celebrado en la UNEAC.
También sobre el tema: Saumell, Hernández Medina, Ponte, Reynaldo.
Estimado Padura:
Ha circulado recientemente una nota tuya titulada Los profesionales del odio. Considerando que eres miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), un organismo estrictamente controlado por la Seguridad del Estado, que suele apoyar a la dictadura lo mismo para un fusilamiento que para elevar el perfil literario de las energúmenas reflexiones de Fidel Castro, podía pensarse que se trata de una autocrítica.
Pero no. La nota concierne aparentemente a quienes desde el exilio hemos comentado tu participación en un panel que conjeturaba la posibilidad de que los escritores de afuera publicaran adentro, siempre que se guardara el debido respeto hacia "el sistema". Digo "aparentemente" porque en tu nota eludes de manera tan soberana como torpe el tema de la discusión. (Es necesaria una coletilla de editor para situar el contexto.) O sea, que tu nota no contiene un punto de vista sino un punto suspensivo.
Puesto que no me gusta hablar a nombre de nadie, voy a lo que me toca, en singular. Estableces una metatránquica parábola entre José María Heredia y Domingo del Monte. Como todos sabemos, Heredia, un gran poeta, fue atacado por haber solicitado permiso a las autoridades coloniales españolas para visitar a su madre enferma en la Isla. Del Monte, un poeta mediocre, fue uno de sus críticos. La Historia ha situado a Heredia en el múltiple panteón de la Patria y la Poesía. Sobre Del Monte todavía recae (según tú y algunos historiadores) la sospecha de haber cometido horrendas delaciones que costaron no pocas vidas, así como crueles represiones.
En esa alambicada construcción te adjudicas el papel de Heredia y supongo que a mí (o a otro, o a todos tus críticos) tocan los ropajes del infame Del Monte. Tengo por disciplina ignorar los mensajes sesgados, crípticos e intimidatorios. Yo hablo y escribo con nombres y apellidos. En mi ya larga y fatigosa carrera periodística, he sido acusado de agente de la Seguridad del Estado por la extrema derecha y de agente de la CIA por la extrema izquierda. Pero voy a prestarte atención, en aras del reencuentro nacional. Te pido, a cambio, que me hables claro.
Te emplazo a que me digas cómo es que me sirve el sayo de Del Monte, en caso de que haya sido conmigo la pulla parabólica, a fin de despejar esta triple duda: 1) sabes algo de mí que crees que yo no quiero que se sepa, lo cual es una modalidad del chantaje; 2) no sabes nada de mí pero quieres callarme la boca, lo cual es una modalidad de la censura; 3) estás lanzando una cortina de humo sobre la discusión que nos trae hasta aquí, lo cual es una modalidad de la impotencia.
Dadas tus circunstancias (al fin y al cabo vives a merced de un dictador que no tiene mucha tabla para estos regodeos literarios) las tres variantes son políticamente prudentes, aunque ética e intelectualmente reprobables.
De todos modos, debes tener en cuenta la fragilidad de tu parábola. Aunque yo, o cualquier otro, o todos los que comentamos desde esta orilla sobre el panel de la UNEAC, seamos el mismísimo Del Monte, eso no te convierte en Heredia. Más bien empantana la discusión en la retórica ambigua, escurridiza, bonchista y paranoica del más rancio pensamiento totalitario. Pasamos del debate sobre Cuba a las páginas de Cubadebate.
Los otros comentarios escolares sobre la envidia y los intentos de escamotear la grandeza (¿estarás hablando de la tuya, no?) me tienen sin cuidado. Te juro que tú no figuras en la lista de los escritores que envidio. Dicho sea de paso, creo que si leyeras a los escritores que envidio acabarías por escribir un poco mejor. Aun así, reconozco que has hecho una obra de notable mérito en el ámbito de la literatura antillana y que eres (para decirlo con tu imaginería decimonónica) el Príncipe de las Letras Oficiales.
Ahora, una reconciliadora exhortación. ¿Por qué no debatimos sobre los problemas del escritor en Cuba? ¿Por qué no hablamos sobre los conflictos de conciencia del escritor trabado en la maquinaria de una execrable dictadura? ¿Puedes hablar de esos temas? ¿Tienes alguna parábola para explicar cómo te las arreglas cuando se muere un preso político en una huelga de hambre? ¿Vas y te quejas en la UNEAC cuando las Brigadas de Respuesta Rápida le caen a patadas a las Damas de Blanco? ¿Cómo te sientes publicando en un país donde a los periodistas independientes se les envía de cabeza a la cárcel o, si tienen suerte, les parten la cabeza a cabillazos?
De eso se trata la discusión, amigo Padura. No puede existir, como tú propones, "un acercamiento necesario entre todos los escritores cubanos, por encima de las coyunturas políticas", porque la coyuntura política de la dictadura es insalvable, a menos que uno pierda la memoria y la vergüenza. Si tú puedes escribir sin estas valiosas herramientas, es tu problema. Como diría Ambrosio Fornet con esdrújulo énfasis (¿puedes creer que le han dado el Premio Nacional de Literatura?): tu intrínseca y autárquica dinámica engarzada en el flujo fenomenológico de tu actualidad.
Yo no estoy dictándote una moral. Simplemente acuso recibo de la mía, con el consabido margen de error. Es la práctica habitual del hombre libre. Has tomado como una deleznable presunción de alzarme en juez el cotidiano ejercicio de mi derecho a ser parte. De ahí a ser un profesional del odio hay una larga y envilecida distancia. La puedes medir, minuto a minuto, palmo a palmo, con solo poner la radio, con solo leer un periódico, con solo abrir la ventana, en la triste isla que habitas.
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