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LA FLOTILLA DESDE EL MALECÓN HABANERO
Testimonio: Los indignados del Malecón de La Habana
Última actualización Monday, 12 December 2011 09:14 Publicado Monday, 12 December 2011 09:14
Por IGNACIO MEDINA
LA HABANA.- Pocas veces en la vida se tiene la posibilidad de ser testigo de sucesos trascendentales en el acontecer de un país. Cuando esto sucede, lamentablemente solo nos damos cuenta al separarnos temporalmente del hecho en sí, y a veces no nos queda más remedio que vertirlo de alguna manera.
Quisiera entonces hacerlo aquí, con todo lo que implica. El pasado 9 de diciembre la vida me puso, sin planearlo, en la siempre histórica avenida del Malecón de La Habana, luego de una jornada laboral algo agitada. Me convertí así en fortuito testigo de una paranoia subcutánea en barrios como Arroyo Naranjo, Cerro, Centro Habana y Plaza.
Como parte de esa categoría que nos coloca entre los cubanos “de a pie”, me dirigía en la mañana al trabajo cuando tuve que -literalmente- pedir permiso a los agentes de la policia que custodiaban y tenían casi cercadas alrededor de cuatro manzanas, incluyendo la mía. La causa, a la cual tuve acceso por el cubanísimo boca a boca del barrio, fue una posible “acción del grupo de contrarrevolucionarios del Consejo Popular”.
Inevitablemente dije para mis silencios: “Bien movidito el inicio de este dia”. Pero no estaba ni remotamente enterado de lo tan movido que terminaría siendo. Al llegar a mi centro laboral, se me comunicó que la zona estaba cerrada y que el local iba a servir como “puesto de mando” de la Seguridad del Estado, pues se esperaban acciones de la oposición.
Agitación, duda, sorpresa, alegría… todos estos sentimientos se me agolpaban en la cabeza, aunque decidí no hacerles caso y seguir mi día, tal y como hacemos el 80 por ciento de los cubanos, quienes decidimos, y cito a la voz popular “no orinar frente al ventilador”.
Ya en la noche la duda me devoraba y bajé por la calle N hasta llegar al mítico Malecón habanero, también movido por una duda imperante y desenfrenada por una supuesta flotilla de embarcaciones que estarían en la frontera marítima.
Pero me encontré un lugar menos poblado de lo usual, aunque tranquilo, impasible y sin gran presencia policial, al menos no mayor a la habitual.
Había escuchado rumores de que estarían esperando a quienes quisieran llegar a ellos para recogerlos y llevarlos a salvo a Estados Unidos, algo que confieso movió mis deseos de un cambio radical en mi vida, pero no era cierto.
Ya en el histórico “balcón de enamorados” de la capital cubana, pude presenciar los vistosos fuegos artificiales y bengalas que se vieron desde el horizonte, luces que emergían detrás del vetusto faro de El Morro y que llamaron la atención de los presentes.
Minutos después la tranquilidad del mar se rompió un poco con la presencia a lo lejos de varios guardacostas cubanos (Griffins) que comenzaron a hacerse presentes cada 10 minutos al menos. Entonces esa paz aparente comenzó a hacerse pedazos. La tensión comenzó a apoderarse de los transeúntes habituales, pues no es normal que tanta vigilancia esté presente.
Alrededor de 20 minutos después, advertí un grupo inusual de mujeres y hombres, así como agentes de la policía, reunidos en un solo lugar. Efectivamente, ahí comenzó a desbaratarse la democracia y la libertad. Por lo poco usual de este fenómeno, me acerqué un poco más y vi cuando unos periodistas se aproximaron a un pequeño grupo de jóvenes que conversaban en el muro del litoral cubano, justo en frente de aquellos “ciudadanos”, que enseguida cruzaron la avenida.
Iniciaron entonces las frases ofensivas a los periodistas, los golpes, los gritos. Por experiencia propia, este grupo de personas no eran más que integrantes de los “grupos de respuesta rápida” de los centros laborales y CDR de los alrededores, encargados de “contrarrestar las provocaciones de la contrarrevolución”.
Por supuesto, los oficiales de la Seguridad del Estado y los policías eran los encargados de preservar que los nuevos “indignados” no lastimaran a esos periodistas provocadores. Perdonen, pero mueve a la risa.
Luego de esa noche, creo que no podré ser el mismo. No creo que vuelva a confiar, parafraseando al Ché… “ni un tantico así” en quienes nos gobiernan.
Ni yo, ni los casuales espectadores que fuimos testigos de lo sucedido, podremos ser iguales que antes. La Cuba de hoy nos hiere y avergüenza.
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