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lunes, 17 de octubre de 2011

ORACIÓN CIVIL POR LAURA POLLÁN

ORACIÓN CIVIL POR LAURA POLLÁN

17 octubre 2011 @ 17:49 › Regina Coyula


Cortesía de Rafael Alcides para Malaletra

Por ti no puedo pedir, Laura Pollán, que descanses en paz como se hace
con los muertos corrientes, porque tú no descansarías en paz.

Por el contrario.

Polen depositado por el viento en plazas y calles en esta nueva forma
de vida que para ti comienza, con más bríos que nunca irás ahora por
los días repitiéndote, multiplicada con tus Damas de Blanco de la
gloria hasta hacer de tu país una isla de Lauras, como ya lo recuerda,
y lo celebra — por Dios lo juro, lo he visto- el nuevo día que ya
llega, que está ahí: empujando la puerta.

Deshacerse de tu cadáver en el acto, fue, por eso, la orden. Quemarlo
enseguida. No permitirle, de ningún modo, el adiós, el beso y la mano
sobre el ataúd de quienes te seguirán aplaudiendo al sentirte pasar
invisible por las calles haciendo volar faldas y gorras en lo
adelante.

Y cuando al fin de allá arriba llegó la muy meditada autorización, no
fue por piedad ni tampoco por decencia, fue, Laura, amenazados por una
bomba nuclear llamada Berta Soler, pero el adiós obtenido, ese adiós
de toda la noche y parte del día que al difunto corriente corresponde,
para ti venía reducido a dos horas a partir de la medianoche, y esto
avisado ya con la medianoche encima, cuando el transporte ha muerto,
la ciudad se ha apagado y el mundo duerme.

Qué pavor Laura Pollán. Qué terror supersticioso. Qué nerviosismo tan
grande. Los asustas como Agramonte a los españoles, que habrían
quemado a aquel hijo del Camagüey –según un descuidado pero emocionado
poema de mis días escolares–, porque, aún después de muerto, su
cadáver daba susto a los soldados del Rey.

Pero Agramonte iba a caballo, Laura, Agramonte iba armado de machete y
tercerola, cortando cabezas al galope con entusiasmo de libertador,
pudiendo esconderse en el monte con su columna si el enemigo le
superara en número o en el combate se hubiera quedado él sin
municiones. .

Y tú, Laura, ibas a pie. A pie con tus Damas de Blanco de la leyenda
por las calles de La Habana, a pie y sin un jardincito a lo largo del
camino donde guarecerse de garras, de colmillos, piedras e insultos. E
iban a orar, no a matar. A orar. A orar por los presos políticos,
primero, y después a pedir por Cuba, portando, como arma de
reglamento, frente a la desenfrenada jauría de repente sacada de un
sombrero, un humilde gladiolo.

Sin desdeñar a Agramonte (¡Dios me libre!), hoy me quedo contigo,
Laura Pollán. Contigo y tus Damas de Blanco por la paz.

Amén.

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