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La inexplicable muerte de Laura Pollán
El valiente padre José Félix de la Iglesia Santa Rita estuvo allí, pero no llegó nadie del arzobispado. La única representación diplomática presente fue la de los Estados Unidos. Joaquín Montserrat, de la oficina de intereses de USA en La Habana, le llevó un ramo de flores. Una diplomática que lo acompañó, con sentido práctico y una excusa, llevó comida porque sabía que las mujeres allí presentes llevaban muchas horas de ayuno involuntario.
La embajada de España estuvo ausente. Los gobiernos latinoamericanos han guardado silencio. El vicepresidente colombiano Angelino Garzón, de visita en La Habana, estaba muy ocupado denunciando el “bloqueo” de los Estados Unidos y feliz de codearse con los socios de la tiranía.
La muerte de Laura Pollán merece investigarse; pero los corresponsales de la prensa extranjera en Cuba no llegaron a indagar qué había pasado. Patricia Janiot de CNN dio la noticia, pero por lo menos no validó que el fallecimiento fuera por complicaciones infecciosas. Quien haya informado como normal esta tragedia no hizo su tarea o le hace el juego a los culpables.
Para evitar que su cuerpo se velara en la antigua funeraria Rivero, que tiene todas las condiciones, el régimen simplemente la dejó sin electricidad. Tuvieron que ir a la funeraria nacional, donde los empleados estatales se negaron a cambiar de ropa a la difunta, tarea que - como un privilegio - asumió el presbítero Ricardo Medina Salabarria,* quien estuvo a cargo de los oficios religiosos.
Como era de esperar, en la funeraria nacional les asignaron un lugar incómodo y caluroso. El velorio fue a la carrera, solo dispusieron de poco más de una hora. En una ciudad donde para cremar un cuerpo hay que ponerse en lista de espera, el régimen se encargó de que fuera de inmediato. La cremación desaparece evidencias.
Orlando Zapata Tamayo también tuvo una muerte inexplicable. No es posible que un preso pierda la vida en una huelga de hambre cuando los recursos médicos están disponibles para hidratarlo y alimentarlo aun contra su voluntad. Lo asesinaron. Otra muerte extraña fue la de José Wilfredo Soto en Santa Clara, una golpiza en un parque, un arresto violento y unos días después, según la dictadura, el opositor falleció de muerte natural. También Camilo Cienfuegos desapareció sin dejar rastros.
En este país, cuyo gobierno se ufana de ser una “potencia médica”, es bien raro que alguien tan importante como Laura, pierda la vida tan rápidamente. Ahora resulta que hasta el dengue tuvo que ver. Extraño, porque en La Habana no está muriendo nadie por dengue. Extraño, porque los médicos hicieron creer que Laura había mejorado. De pronto, un paro cardiaco, un velorio instantáneo y una cremación inmediata. En altas hora de la noche, cuando casi no hay gente.
Las últimas agresiones contra Laura y sus valientes mujeres fueron una declaración de guerra total. Para la tiranía, Laura Pollán había crecido demasiado. Cuando ella declaró que el respeto a los derechos humanos en Cuba era parte fundamental de la agenda de las Damas de Blanco, el régimen entendió la dimensión del reto. Ya no eran solo las Damas de Blanco de la Habana. El CID se había encargado de organizar Damas de Blanco de apoyo en Pinar del Río y Oriente, en Camagüey se daban los primeros pasos. Cuando salió de prisión Daniel Ferrer, organizó en Oriente su refuerzo. Otras organizaciones empezaban a sumarse.
Fue un noche extraña y dolorosa. Aquel ramo de flores de los estadounidenses fue a hacerles compañía a dos más: el de sus valientes y leales compañeras de las Damas de Blanco y el de los hombres y mujeres del CID que siempre creyeron en ella. Laura siempre vivirá en la lucha de los cubanos por su libertad.
*Ricardo Medina es Secretario de Asistencia a Presos Políticos y miembro del Comité Ejecutivo Nacional del partido Cuba Independiente y Democrática.
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