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La esperanza un bien escaso en Cuba
02-Oct 08:38 amMario Alegre / El Nuevo Día / Puerto Rico / GDA
Después de que a principios de año el gobierno de Raúl Castro despidió a medio millón de empleados estatales, los cubanos afrontan nuevos escollos en la búsqueda de oportunidades
Luego de la renuncia de Fidel Castro a la Presidencia por razones de salud, pocos anuncios en los últimos años han turbado de manera tan profunda la vida de los cubanos como las reformas económicas iniciadas a principios de este año por órdenes del sucesor del comandante, su hermano Raúl, que se tradujeron en el despido de alrededor de medio millón de trabajadores estatales y su tránsito al empleo por cuenta propia.
Las reformas vinieron acompañadas también de una considerable reducción de los beneficios en la libreta de abastecimiento, mecanismo mediante el cual se distribuían alimentos de manera subsidiada.
Percibido como una medida desesperada para tratar de mantener la estabilidad del régimen mediante la actualización del obsoleto modelo soviético, el ya famoso "cuentapropismo" se inserta accidentadamente como uno de los ejes que define la narrativa de la realidad cubana contemporánea sin que el Estado haya respondido aún a las cuestiones más elementales que surgen de este nuevo esquema.
La cautela con la que el pueblo recibió el anuncio de la legalización de infinidad de oficios que desde mucho antes se ejercían, se ha eclipsado hasta convertirse en otra de las frustraciones con las que el cubano promedio da sustancia a una desesperanza que contrasta con el espíritu festivo que siempre lo ha caracterizado.
Con una población de 11 millones de habitantes aproximadamente y una fuerza laboral de 5 millones cuyo salario mínimo mensual es cercano a 300 pesos cubanos (10 dólares), Cuba vislumbraba que a partir del cambio de estatus de esas 500.000 personas de "trabajadores estatales" a "disponibles para el empleo" como eufemísticamente define el régimen a los despedidos, 200.000 deberían ser absorbidas por las cooperativas que se formarían en empresas operadas por el Estado y 250.000 optarían por otras tantas licencias de trabajo por cuenta propia.
Hasta ahora, poco o nada se ha sabido de la primera opción, y la segunda afronta abismos que parecen insalvables para los no menos atribulados nuevos empresarios.
En Marianao, en el balcón de una casa de dos plantas dividida en pequeños apartamentos, Isabel N. (la mayoría prefiere no decir su apellido) mira con recelo la cámara del fotógrafo, mientras acomoda sobre una desnivelada mesa las pocas prendas de ropa íntima femenina que tiene para la venta.
"Me siento muy contenta por la oportunidad que nos ha dado el Gobierno de echar pa’lante, porque yo no tenía nada", dice alegre y convencida.
"Admiro mucho a Fidel, ese presidente maravilloso que tenemos", agrega, ajena a que el comandante dejó ese puesto desde febrero de 2008. "¿Viajar fuera de Cuba?, no señor, para nada, nunca me ha interesado salir del país... ¿Para qué? Aquí estamos muy seguros. ¿Usted no ha visto cómo somos los cubanos? Ahí tiene...".
Unas calles más adelante, Tony apenas levanta los ojos sobre los espejuelos que sostiene en la punta de la nariz cuando los periodistas llegan a su derruido hogar. "Se arreglan prendas", anuncia un letrero pintado a mano, al lado de otro que publicita la venta de CD. "Este es un arte que es muy difícil de realizar", señala sin dejar de mirar el aro que intenta enderezar con unas pinzas. "Llevo como cuatro años en esto... Lo aprendí en la calle, observando a otra gente, preguntando. Tengo otra licencia para tallar madera y hacer esculturas, pero eso tampoco da para nada".
Se seca el sudor y sin quitar los ojos de la diminuta prenda, continúa. "Toda mi vida he trabajado por cuenta propia y ahora resulta que el Gobierno tiene que darme una licencia para ganarme la vida haciendo lo que sé hacer", dice con voz pausada. "Pero en fin... Esto acaba de empezar y hay aspectos que molestan, como que hay que pagarle al Gobierno aunque no saques ni para comer. Son cosas que no encajan...".
Bebe un poco de agua y sin observar a sus interlocutores retoma su relato. "Aquí en la casa, todo el mundo depende de lo que hago con esto y de lo que hace mi esposa con los discos. A veces sacamos al mes 500 pesos cubanos (cerca de 20 dólares). Con eso se hace difícil mantener a la familia, pero es menos malo que trabajar por el salario del Estado".
--¿Y el futuro? --Francamente, lo veo con pesimismo... No se acaban de crear las estructuras y los mecanismos para que esto funcione y el trabajo por cuenta propia se desarrolle. El Gobierno no da apoyo alguno, ni siquiera la oportunidad de conseguir, en mi caso, las herramientas más elementales y la materia prima.
Esto no tiene nada de próspero. Además, yo no tengo permiso para fabricar y vender prendas, sólo puedo reparar... Sirve algo para el sustento, pero no te saca de la miseria.
--¿Tiene ilusiones? --Claro, como todo ser humano. Que la vida sea un poco menos dura, con más oportunidades para mejorar, que el negocio funcione. Pero vivimos en una crisis muy grande; hasta donde me alcanza la vista, no tiene remedio".
A sus pies, un perro de raza indefinida sale de su modorra y observa a los periodistas con sus ojos tristes, como si estuviera despidiéndolos. El grupo se marcha. Tony no vuelve a mirarlos.
Por un CUC... En El Vedado otro barrio habanero en el que a mediados del siglo pasado vivían familias de clase media alta una pequeña casa alberga en su jardín frontal a media docena de "cuentapropistas" con un variado inventario: bisutería, ropa, plantas medicinales, revistas, libros, discos compactos.
Ahí, por un CUC, el peso cubano convertible que equivale a 24 pesos (90 centavos de dólar), Maricel Trujillo vende cualquier disco que se le solicite. Si no lo tiene disponible, apuesta a que lo consigue y al día siguiente lo tiene allí.
"Llevo siete años en este negocio, que antes era ilícito y me iba muy bien, porque no tenía que pagar patente ni impuestos", indica con una media sonrisa. "Cuando me descubrían los inspectores, pagaba una multa y al otro día seguía en lo mío. Así se vivía. Con los cambios empezamos más o menos bien porque se pagaban 60 pesos mensuales (poco más de 2 dólares) por la licencia, pero sin avisar la subieron a 250 pesos (9 dólares) y ahora apenas me alcanza para pagarla y que me sobre algo".
Pasa sus dedos por una Biblia que tiene abierta al lado de su mercancía. "Hay que pedir ayuda allá arriba", expresa con la mirada puesta en el cielo. "Ahora es peor porque hay mucha más competencia, tanta que la venta ha bajado 80%.
Mis ventas no compaginan con lo que tengo que pagarle al Estado. La semana pasada apenas gané 90 pesos (3 dólares)".
Con tres hijos adolescentes que dependen de ella, Maricel suspira y saca una rápida conclusión: "Esto antes me daba para vivir, ahora no. A veces no nos alcanza ni para comer, porque tengo que pagarle al Estado más de lo que es mi ganancia".
"Estoy loco por irme...". Con un bicitaxi en el que pasea turistas por La Habana Vieja los 7 días de la semana, de 8:00 de la mañana a 11:00 de la noche, Alejandro de 20 años de edad suelta la frase sin pensarlo mucho: "Esto está muy malo", y agrega que a pesar de haber nacido dentro del sistema, nunca lo ha convencido.
"¿Qué es lo más difícil de vivir aquí? la comida, chico; comer, vestirse, tener esperanza", dice con elocuencia mientras pedalea. "Un día te metes la cuchara en la boca y piensas si mañana lo podrás hacer. Pregúntele a quien quiera aquí y le dirán lo mismo, míster".
Es mediodía y el sol quema.
Gruesas gotas de sudor corren por la frente de Alejandro. "Míster, me puedo parar a comprar algo de beber", pregunta. Al poner los pedales de nuevo en funcionamiento, sigue la charla: Tengo una noviecita aquí, pero también tengo una panameña. A la que en verdad quiero es a la de aquí, pero la panameña la tengo para ver si me lleva pa’ fuera".
Se seca el sudor una vez más.
"Estoy loco por irme... A veces sueño con acostarme por la noche a dormir y levantarme al día siguiente en otro país, se lo juro", dice con la respiración agitada por el esfuerzo. "Si la panameña me lleva, luego saco a mi noviecita pa’ vivir juntos. De aquí no se puede salir a ningún lado y luego dicen que Cuba es libre y soberano...
¡No jodan, chico! Eso es una mentira... Aquí hay muchas mentiras".
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