"Llaman a sus pueblos a defender la patria y la soberanía hasta la
muerte, pero siempre al final se esconden en madrigueras bajo tierra y
sus primeras palabras al ser capturados es un: no disparen"
Rolando Cartaya/ martinoticias.com 21 de octubre de 2011
Le decía ayer al colega Joan Antoni Guerrero que no he querido ver el
video de la muerte de Muammar Gaddafi en Sirte, porque me parece siempre
repugnante la muerte de uno a manos de muchos; una repugnancia que suele
mover a lástima por el sacrificado; aun si en los casos de gobernantes
criminales como Gaddafi, como Ceausescu, como Mussolini, el sacrificio
es una especie de confluencia y desahogo justiciero de todos los odios
que sus abusos han inspirado y destilado por años en sus víctimas.
Pero un aspecto interesante de estos magnicidios humillantes es cómo
llevan hasta el tope el botón del contraste al compararse con la
condición de semidioses inmortales que estos mismos dictadores se
atribuyen y hasta llegan a creerse.
Vean a Hugo Chávez, proyectando en sus loas al amiguete tirano muerto
--y bien muerto, dirán hoy muchos libios-- los calificativos que
quisiera para sí mismo si le llegara su hora: "Lo recordaremos toda la
vida como un gran luchador, un revolucionario y ahora, bueno, un
mártir". Previamente, Chávez había profetizado que Gaddafi "moriría
combatiendo". Al final el caudillo libio sólo combatió con los pies, y
al ser descubierto, corrió a encuevarse como rata en cañería. Él, que
llamó "ratas" a sus adversarios. Y de Chávez se cuenta que lloraba como
una Magdalena y pedía que lo mandaran al extranjero durante las horas
que pasó cautivo después del intento de golpe del 2002.
Sobre este tema Eugenio Yáñez dice en "Los tiranos, sus miedos y su
apego por las madrigueras", publicado por Cubaencuentro, que cuando los
de esta especie se desgañitan gritando, es para que no se note que
tienen miedo; acusan a los adversarios con cuanto epíteto despectivo
exista, juran aplastarlos, y llaman a sus pueblos a defender la patria y
la soberanía hasta la muerte, pero siempre al final se esconden en
madrigueras bajo tierra y sus primeras palabras al ser capturados, [como
se apresuró a decir el Che Guevara a los rangers bolivianos que lo
aprehendieron en la Quebrada del Yuro], es un [tembloroso]: "No disparen".
No es que sean genéticamente cobardes, aunque muchas veces lo son, sino
que tras endiosarse son incapaces de comprender que "el pueblo" no los
ama como creían. El analista de Cubaencuentro recuerda que Elena
Ceacescu le decía al pelotón de fusilamiento que se preparaba para
llenarles el cuerpo de plomo: "¿Cómo nos van a hacer esto a nosotros,
que somos como sus padres?".
Le dejo ahora con "Los tiranos, sus miedos y su apego por las
madrigueras", de Eugenio Yáñez.
http://www.martinoticias.com/noticias/cuba/El-miedo-en-el-rostro-del-tirano-132332498.html
Posted by Ernesto at 12:31 AM
Los tiranos, sus miedos y su apego por las madrigueras
Llaman a resistir hasta la muerte y vencer, pero son capturados
escondidos bajo tierra
Ahora fue Muamar el Gadafi, como antes Sadam Hussein, y como mañana
¿quién? Los tiranos de pacotilla se desgañitan gritando para que no se
note que tienen miedo, acusan a los adversarios con cuanto epíteto
despectivo exista, juran aplastarlos, y llaman a sus pueblos a
defender la patria y la soberanía hasta la muerte, pero siempre se
esconden en madrigueras bajo tierra y sus primeras palabras al ser
capturados, inspirados en el ejemplo de Che Guevara, son: "no
disparen". No por gusto en La Habana y Caracas ya se habla del
"asesinato" de Gadafi, como antes se habló del asesinato de Osama bin
Laden.
Tanto repiten los tiranos las mismas payasadas que se las llegan a
creer: se identifican a sí mismos con la nación, la patria, el país, y
la "revolución", mientras aniquilan la más mínima oposición posible.
Demuestran valor a toda prueba cuando las armas y la fuerza están de
su lado e imponen el terror a lo largo y ancho del país, y hasta fuera
de él si lo consideran necesario.
Se aferran hasta con las uñas al poder vitalicio y los privilegios que
conlleva, y se consideran "iluminados" que se encuentran por encima de
"las masas" que dicen representar, para llevarlas al mar de la
felicidad y construir el paraíso en la tierra —sea un paraíso
islámico, comunista, fascista, asiático, bolivariano, o algo más
indefinido, propio del siglo XXI— que siempre termina en un infierno
en este mundo y una desolación absoluta.
No es que estos tiranuelos —disfrazados de estadistas— tengan que ser
genéticamente cobardes, aunque muchas veces lo son, sino que tras
endiosarse a sí mismos son incapaces de comprender que "el pueblo" no
los ama como ellos creían. "¿Cómo nos van a hacer esto a nosotros, que
somos como sus padres?", decía Elena Ceacescu al pelotón de
fusilamiento rumano que se preparaba para —literalmente— llenarles el
cuerpo de plomo, tras el juicio sumarísimo a que fueron sometidos. En
su mundo alucinante, imaginaban merecer al cariño y la veneración de
"su pueblo", por el que tantas cosas buenas supuestamente habían
hecho.
Muamar el Gadafi tenía un "libro verde" que estaría vigente durante un
millón de años, y Sadam Hussein anunciaba que libraría "la madre de
todas las batallas". Mobutu Sese Seko, Mengistu Haile Mariam, Zine el
Abidine Ben Alí, Hosni Mubarak, Fulgencio Batista, Pol Pot, Jean
Claude "Baby Doc" Duvalier, y "Tachito" Somoza, huyeron como conejos
asustados cuando la candela estuvo cerca. ¿En qué lugar y quién de
ellos combatió hasta la última bala y el último aliento, como
prometían? Ninguno, nunca.
Siempre es demasiado fácil jurar estar dispuesto a derramar hasta la
última gota de sangre… de los demás. Pero cuando se trata de la
propia, bueno, compañeros, como ustedes comprenderán…
No es casual que todos y cada uno de los más arriba mencionados
"conejos" haya escapado con abundantes cantidades de dinero robadas a
su pueblo y su nación, y se hayan puesto a buen recaudo junto con sus
familiares, porque aunque hayan pasado —y seguirán pasando— al
basurero de la historia, al menos se trata de un basurero de lujo y
sofisticado, gracias a todas las riquezas esquilmadas sobre el hambre
y la miseria de sus pueblos.
Algunos tiranos murieron relativamente tranquilos en sus lechos, como
José Stalin, Jorge Dimitrov, Walter Ulbricht, Francisco Franco, Mao
Tse Tung, Ho Chi Minh, Alfredo Stroessner, Augusto Pinochet, Leonid
Brezhnev, Yuri Andropov, Nicolai Chernenko, Juan Domingo Perón, Kim Il
Sung, Marcos Pérez Jiménez, o François Duvalier, cualquiera de los
cuales provocó demasiados cadáveres para pasarlos por alto.
Otros se fueron de este mundo mediante sonadas soluciones justicieras,
como "Tacho" y "Tachito" Somoza, Benito Mussolini, y Rafael Leónidas
Trujillo, o vía sofisticadas acciones de "modificación de la salud",
como Yasser Arafat.
Sin embargo, ninguno murió combatiendo ni mucho menos, a pesar de que
asesinaron a múltiples compatriotas, o los enviaron a carnicerías
allende sus fronteras. Esa "guapería" barata no alcanzaba para tanto.
No es demasiado inteligente alegrarse de la muerte violenta de nadie,
como es ahora el caso de Gadafi, con un tiro en su cabeza disparado
con su pistola de oro por un rebelde, aunque esos miserables
tiranuelos no dejan opción para librarse del cáncer y dar esperanzas
de una vida mejor a sus pueblos.
La historia de los tiranos no ha terminado con la muerte de Muamar el
Gadafi en Libia. Muchos otros tiranos "iluminados" han jurado luchar
hasta el final. Tal vez mueran tranquilos en sus lechos, tal vez de
forma violenta, o tal vez huyan cobardemente en su momento.
¿Quién puede garantizar que ya no haya madrigueras subterráneas
convenientemente preparadas para personajes como Robert Mugabe, Fidel
Castro, Hugo Chávez, Bashir al Assad, Alí Abdullah Saleh, Daniel
Ortega, o Kim Jon Il?
Sin embargo, lo que casi con seguridad puede garantizarse es que
ninguno de ellos, después de alentar a sus súbditos a combatir hasta
el final contra las "ratas" y los "mercenarios", será capaz de
finalizar sus días combatiendo hasta la última bala y el último
aliento.
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