Miguel Cossio
Los Kadafi tenemos plan A, B y C, aseguraba Saif al-Islam a una
televisora turca, cuando en febrero unas pocas ratas terroristas, como
llamó a los sublevados, se levantaron para derrocar a su ahora
linchado padre.
El plan A consistía en vivir y morir en Libia; el B, vivir y morir en
Libia; el C, vivir y morir en Libia.
Los dictadores cubanos Fidel y Raúl Castro deberían reflexionar en
serio sobre el destino de los Kadafi. Aunque, como sabemos, no hay
peor sordo que el que no quiere oír. Los Castro siguen empeñados en
decir que todo lo que ocurre en el resto del mundo acerca de la
búsqueda legítima de la democracia y el mejoramiento de los niveles de
vida de la población es absolutamente inaplicable a la situación de
Cuba, que para ellos se encuentra en otro planeta.
El violento final del rumano Nicolae Ceausescu, el iraquí Saddam
Hussein y el libio Moammar Kadafi, entre otros dictadores, así como el
ímpetu del movimiento de los indignados en varios países del globo, no
inmuta a los hermanos Castro, ni parece decirles nada.
Por el contrario, su régimen afirma que en Cuba ya hubo un movimiento
de los indignados en 1959, es decir, en el siglo pasado,
interpretación histórica que podríamos aplicar también a los
independentistas del siglo XIX que se indignaron contra el
colonialismo español.
En efecto, todo eso ocurrió, pero en otra realidad borgiana. Porque,
en ese estado de percepción y negación esquizoide en el que viven los
Castro, lo que pasa en el mundo no les importa ni les toca ni con el
pétalo de una flor.
Siguen ignorando el fenómeno político de mayor trascendencia de los
últimos veinte años; esto es, el establecimiento de una agenda global
de libertad, que comenzó con la caída del Muro de Berlín en 1989,
resurgió en el 2009 con las protestas electorales en Irán y fraguó
este año con la primavera árabe en Túnez, Yemen, Egipto y Libia.
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