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Yo robo, tu robas, nosotros robamos
CIENFUEGOS, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) – Para combatir el flagelo del robo, los diversos gobiernos y sociedades que han existido a lo largo de siglos, feudales, monárquicos, democráticos o dictatoriales, han aplicado sanciones ejemplarizantes. Los métodos han sido tan variados como la propia imaginación de los pueblos que los aplicaron. Han ido desde los más extremos, como la pena de muerte, hasta los más benignos, si cabe la expresión, como los trabajos forzosos, la cárcel o la amputación de una mano.
En nuestra isla se dieron, a partir de 1959, una combinación de factores que han contribuido al florecimiento de la delincuencia, y en especial del robo. Una mirada al asunto nos permite descubrir al menos tres factores relacionados con el auge del robo en el país.
El primero: la carencia material crónica, que ha provocado una insatisfacción permanente de las necesidades básicas de la población.
La carencia material en Cuba llega a ser crónica y universal por primera vez después de 1959. Es cierto que antes de la revolución existían sectores poblacionales rezagados, cuya renta quedaba por debajo de las pujantes clases, media y alta. Sin embargo, los comercios estaban saturados de productos y la oferta y la demanda siempre favorecían a las clases medias, con más o menos recursos.
A excepción de los años treinta, cuando la economía cubana fue afectada por la gran depresión que sufría Estados Unidos, durante el resto de la etapa republicana la palabra escasez no se conoció. Sin embargo, tras la llegada al poder de Fidel Castro el hambre y la escasez se convirtieron en una pandemia que alcanza a la casi totalidad de los hogares cubanos.
El segundo: la socialización o colectivización de los medios de producción.
Para afianzar su revolución, Castro intervino los negocios privados y puso fin a la propiedad individual en 1968. En el artículo 14 de la Constitución que impuso en 1976 dispuso que en la República de Cuba rigiera el sistema de economía basado en “la propiedad socialista de todo el pueblo sobre los medios fundamentales de producción”. En la práctica lo que ocurrió fue que el Estado se convirtió en el único amo y dueño de todo.
Esto generó el desarraigo y apatía de los ciudadanos, que no reconocen como propio ningún artículo o bien y saben que nunca tendrán nada que realmente les pertenezca. El Estado asegura que la propiedad no es de nadie, porque es de todos. El ciudadano que roba en cualquier lugar justifica su actuación pensando que no delinque, que no le roba a nadie, pues nada es en realidad de nadie; todo es del Estado que nos explota. El que roba sólo toma la parte que supuestamente le corresponde de ese todo.
El tercero: La pérdida generalizada de valores.
Otro hecho sin precedente, al menos en América, ha sido la tergiversación de nuestra memoria histórica a la que hemos sido sometidos. Con la finalidad de edificar una nueva sociedad cimentada sobre los escombros de la anterior, se renegó del pasado, de la sociedad anterior a 1959, de sus costumbres y del código de valores éticos y morales que siempre rigió la nación.
El resultado ha sido esta sociedad improductiva y desmoralizada, en la que el verbo robar ha sido sustituido en el habla por el eufemístico “luchar”. El cubano que roba, no siente que hace nada malo, pues está “luchando” por la supervivencia y todo está justificado. Robar se ha convertido entre nosotros en algo natural; nada de reprochable tiene el que te robe, me robes, y todos robemos.
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