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lunes, 19 de septiembre de 2011

Cuba y el 'síndrome de Stendhal'. El Comercio

Cuba y el 'síndrome de Stendhal'. El Comercio

EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO

ES LA SENSACIÓN EXTRAÑA QUE SE RECIBE CUANDO VEZ TERMINADO TU AUTORETRATO. A VECES NI TE RECONOCES, O PIENSAS, ¿ASI SOY REALMENTE?. ESPERO ESTO LE SUCEDA AL CASTRISMO CON ESTE ARTICULO

"...Calles malolientes, escaparates vacíos, internet censurado, jineterismo, patéticos bici-taxis, paredes desconchadas, escrutadores Comités de Defensa de la Revolución, balseros a merced de los tiburones del Golfo, hacinamiento de disidentes en las mazmorras de La Cabaña, herrumbrosos y abollados automóviles de 1958 atados con alambres y cordeles... Y discursos, muchos discursos y mesas redondas y foros en los que cínicos militarotes, cargados de medallas y bien cebados, siguen diciendo que este marxismo-leninismo tropical es el mejor regalo que han recibido los cubanos..."

Cuba y el 'síndrome de Stendhal'

La Cuba de los despojos, los controles y las censuras continúa siendo, en su naturaleza prodigiosa, en el espíritu de sus pobladores y en el aire que la envuelve, una deslumbradora obra de arte

19.09.11 - 02:37 -

En una mesa redonda que recientemente mantuvo con un grupo de corresponsales de habla hispana, el presidente Obama reiteró las consabidas palabras de amonestación hacia el régimen dictatorial a que está sometido el pueblo cubano desde hace cincuenta y dos años. «Ha llegado el momento -advirtió el mandatario- de que el Gobierno de Cuba acometa reformas». El presidente citó el ejemplo de la ola de cambios en el mundo árabe y muy poco le faltó para hacer un parangón explícito entre lo que viene sucediendo en el Magreb y el Oriente Próximo y lo que podría ocurrir en Cuba. La falta de democracia, las promesas de paraísos ilusorios, el arbitrario inmovilismo político y el hartazgo ante la palabrería demagógica resuenan con idéntico retintín tanto en las arengas de Bashar al-Assad como en las de los hermanos Castro, pero los acicates foráneos, capaces de influir en la democratización de Siria o del país caribeño, son claramente distintos. El desencadenamiento de las manifestaciones populares de Túnez, Egipto o Libia contó con una cobertura aliada que no es fácil concebir en el caso de Cuba. En el pasado colonial de este país, españoles y norteamericanos -cada uno de ellos al servicio de sus excesos y sus codicias particulares- ejercieron una coexistencia interesada con los nativos, tanto por una rara propensión querencial hacia ellos y su tierra como por motivaciones materiales. Al margen de episodios históricos como el controvertible comportamiento de la Corona española durante la guerra de 1895- 98, el hundimiento del 'Maine' o el arbitrario desembarco de Bahía de Cochinos por parte de los americanos, sabido es que unos y otros, yanquis y 'gallegos' -como afectivamante se nos llama en la patria de Martí-, hemos incardinado nuestro amor en Cuba. Un amor, eso sí, no siempre exento de impurezas. El frenético acoso que convirtió aquel país en el más apetecido de la América hispana y conformado de conventos, esclavos, corsarios, ruletas, prostíbulos, invasiones, golpes de Estado, mafias y trasiegos de azúcar y tabaco convertidos en oro, era -es- un amor interesado. Y no sólo cuando se trata del amor lucrativo que mostraban los privilegiados moradores de las aburguesadas residencias de Miramar y el Vedado o a los que se refieren a buscavidas y depredadores de todas las latitudes que convirtieron La Habana en un licencioso espacio de contravenciones y chanchullos donde ejercían a sus anchas el tahúr, el rufián y el mercader inescrupuloso, todos ellos frecuentadores de los burdeles de lujo y los daiquiríes del Floridita en las noches colmadas de guitarras, rumbas y negritos descalzos vendiendo cucuruchos de maní tostado a lo largo del Malecón. También el amor a Cuba y a lo cubano tenía -tiene- sus adeptos en todos los demás, es decir, en quienes la queremos respetuosamente y, por encima del tiempo y la distancia, la amamos en silencio y con la rabia de advertirla subyugada y casi agónica en manos no de aventureros y expoliadores extranjeros, sino de la gentuza propia que, desde hace más de medio siglo, viene negándole la libertad.

Según relata en su diario, cuando Stendhal visitó la basílica de la Santa Cruz de Florencia experimentó unos síntomas chocantes e inusuales a los que los médicos no sabían hallar explicación. Pero el tiempo y el estudio que siguieron a las sudoraciones, ansiedades repentinas, sensaciones de ahogo y pérdida transitoria de toda referencia espacial que operaban en el ánimo del escritor francés determinaron que aquellos fenómenos se debían a una alteración de la salud que consiste en la elevación del ritmo cardíaco, la confusión y las alucinaciones cuando el individuo se encuentra ante la magnificencia de una obra de arte, perturbación psicosomática que ha pasado a denominarse 'síndrome de Stendhal'.

La Cuba de hoy no es más que el paisaje desolado en que la convirtió el cesarismo castrista. Calles malolientes, escaparates vacíos, internet censurado, jineterismo, patéticos bici-taxis, paredes desconchadas, escrutadores Comités de Defensa de la Revolución, balseros a merced de los tiburones del Golfo, hacinamiento de disidentes en las mazmorras de La Cabaña, herrumbrosos y abollados automóviles de 1958 atados con alambres y cordeles... Y discursos, muchos discursos y mesas redondas y foros en los que cínicos militarotes, cargados de medallas y bien cebados, siguen diciendo que este marxismo-leninismo tropical es el mejor regalo que han recibido los cubanos. Pero, a pesar de todo, la Cuba de los despojos, los controles y las censuras continúa siendo, en su naturaleza prodigiosa, en el espíritu de sus pobladores y en el aire que la envuelve, la deslumbradora obra de arte que, como en el caso de la basílica florentina que obnubiló a Stendhal, ofusca aún la memoria de quienes la amamos. Si al autor de 'Rojo y negro' se le diagnosticó una 'sobredosis de belleza', a todos cuantos ansiamos la libertad de aquel país bien se nos podría aplicar el 'síndrome de Cuba'.

Hablando del alma de las ciudades, decía Italo Calvino, el escritor que nació en Santiago de las Vegas, en el municipio habanero de Boyeros, que «son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, deseos y recuerdos». La Habana, compendio de Cuba entera, es todo eso, y quiero creer que Obama, al simpatizar con la gran oleada liberadora de los países árabes, se acuerde de Cuba inducido por un síndrome que responda al simple deseo de verla libre, y no con ánimo de rebautizar en inglés los hermosos nombres de la cubanía.

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