Ojalá los supuestos "libertadores" de Libia no resulten peores que el
supuesto "tirano". Ni Libia ni país alguno merece pasar por semejantes
experiencias.
Lorenzo Gonzalo* | Hoy a las 2:21 | 133 lecturas
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Miami, 23 de Agosto del 2011

Lorenzo Gonzalo/ Foto Virgilio Ponce
El 24 de Marzo de este año 2011, el Consejo de Seguridad de la ONU
determinó crear una zona de prohibición de vuelos sobre Libia. De este
modo solamente un grupo limitado de países tendría ese derecho.
Para cumplir con ese objetivo y diseñar las bases de nuevas tácticas
que pudieran servir a futuras guerras, comenzaron a moverse los
aviones AWACS (SISTEMA AÉREO DE CONTROL Y ADVERTENCIA), cuyos radares
y tecnologías les permiten controlar palmo a palmo inmensos
territorios y dentro de ellos los movimientos de tropas, gente y
detectar objetivos militares, económicos y políticos. Estos
artefactos, confeccionados para controlar y garantizar la supremacía
de los poderosos sobre los más débiles, fueron en esta ocasión el
elemento central de las operaciones sobre Libia.
Lo que ocurrirá en Libia luego que Gadafi desaparezca de la escena
política, no es difícil de predecir.
No importa cuánta inseguridad se produzca dentro de la población.
Eventualmente esas alteraciones serán controladas y los muertos,
cientos más o miles menos, no importarán a los efectos de quienes más
beneficio recibirán de estas operaciones. Es cierto que de las fuerzas
participantes, hay un número de jijad en la zona este del país, de
donde partieron algunos combatientes para reforzar la resistencia
iraquí cuando la invasión estadounidense. También hay grupos
islamistas que parecen estar ligados a movimientos de Al-Qaeda, aunque
estos lo niegan.
El país presenta un collage de etnias y grupos con inclinaciones
religiosas diversas, pero en realidad no se destaca grandemente de
Irak, en cuanto a la inclinación de sus ciudadanos hacia los llamados
valores occidentales. Salvo las regiones de tipo más feudal,
localizada en la zona este del país, el resto del conglomerado social
no parecen tener divisiones tan marcadas como los iraquíes. En Irak,
el fuerte componente chiíta y el minoritario sunita, representado en
por el gobierno de Sadam Hussein, con Irán de frontera apoyando a los
primeros, representaban una invitación a la violencia. Existían allí y
se mantienen con total vigencia, dos sectores perfectamente
diferenciados. No sucede lo mismo en Libia. Por tanto es de esperar
que los problemas que se susciten no alcancen la misma envergadura de
los ocurridos en Irak y Pakistán, luego de la Guerra de ese país con
la entonces URSS.
Europa ha estado preocupada que su alianza con el sector rebelde,
tenga los mismos resultados que otras anteriores, donde "sus aliados",
se convirtieron luego en sus enemigos. Estos grupos, a diferencia de
los participantes en aquellas alianzas, deben ser fácilmente
exterminables, por su dispersión y su rechazo al mando. Para los
criterios amorales de "Occidente", esto representa una gran ventaja.
No es fácil opinar de otro país o territorio, pero sin dudas el
desarrollo de Libia, al igual que el resto de Medio Oriente, ha traído
como consecuencia un cambio en la manera de asimilar la vida y se han
formado costumbres que identifican a sus ciudadanos con muchos estilo
del llamado Occidente. Sin recurrir a patrones ideológicos, no es
menos cierto que lo que ha diferenciado a Europa, Estados Unidos e
incluso Latinoamérica y el Caribe, es una forma de producción
estimulada por el vertiginoso desarrollo de la tecnología. Forzados
por las comunicaciones, las regiones de Medio Oriente, Asia y las
partes más orientales de Europa, han asimilado esos cambios
económicos, que a su vez han acelerado transformaciones que deben
responder a los patrones de esos nuevos modos de producir.
La realidad de haber sufrido Libia cambios de valores y aspiraciones
de vida, como ha venido sucediendo en otros países de Oriente, ha
contribuido a un proceso similar al de aquellos, quienes en los
últimos meses han expulsado a gobernantes autoritarios y corruptos.
Por consiguiente, sin los impedimentos de divisiones profundas,
perfectamente diferenciadas de las existentes en Irak, es de esperar
que el desorden, la intranquilidad ciudadana y los ajustes de cuenta,
se contengan con la brevedad que todos deseamos por el bien de los
ciudadanos que allí viven. En última instancia, estos han sido
víctimas de la testarudez política de Gadafi, por su poca visión para
adaptarse a las nuevas realidades de su país, que muy bien pudiera
haber realizado sin necesidad de abrazar las formas políticas de una
Europa tan envejecida políticamente como Estados Unidos.
Pero luego de entender todo esto, siguen sin resolverse las
prerrogativas asumidas por las potencias más desarrolladas, con
Estados Unidos aún a la cabeza, de poner condiciones y determinar la
expulsión o la permanencia de los gobernantes de terceros países.
No se trata de oponerse a la necesidad de una actuación mancomunada de
las potencias y países para evitar grandes catástrofes sociales o
políticas y contener matanzas cuando estas ocurren por la acción de
hombres equivocados del rol que les corresponde como políticos o de
aquellos esencialmente criminales. El asunto es manejar esas
obligaciones internacionales en concordancia con las necesidades de
todos y no de los intereses de mercaderes y sicópatas industriales.
Librarse del autoritarismo nacional solamente, no traerá la felicidad
a ningún país si no va acompañado del respeto de los poderosos hacia
los intereses propios de aquellos menos desarrollados que, por las
casualidades de las circunstancias, debutaron tarde en la historia de
la modernidad.
Ojalá los supuestos "libertadores" de Libia no resulten peores que el
supuesto "tirano". Ni Libia ni país alguno merece pasar por semejantes
experiencias.
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