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lunes, 30 de mayo de 2011

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"Pedro Pablo Oliva: El arte de la honestidad

mayo 30, 2011 at 17:46 · Clasificados en Sin Evasión

Obra de Pedro P. Oliva. Ilustración tomada de una galería virtual

He leído las palabras del conocido pintor cubano Pedro Pablo Oliva, Premio Nacional de las Artes Plásticas 2006, publicadas en su web a raíz de su democión del puesto que ocupaba como Delegado de la Asamblea Provincial del Poder Popular de Pinar del Río, y vuelvo a constatar la naturaleza perversa del sistema. He aquí un funcionario –presuntamente representante del pueblo que (también presuntamente) lo eligió para ello, pero depuesto por los delegados de la elite del poder– entrampado en los recovecos sórdidos de la política de un país donde, cosa inexplicable, un parlamentario no está diseñado, ni de lejos, para emitir opiniones políticas, mucho menos para hacer cuestionamientos críticos de la realidad nacional.

A Oliva –que por esas irónicas coincidencias de la vida se apellida por el nombre del fruto del árbol de la paz–, el sistema le ha declarado la guerra. Por eso le han endilgado oficialmente los apelativos de contrarrevolucionario, traidor a la Patria y anexionista, como corresponde a todo aquel que “se ha pasado a las filas de la disidencia”, según dictamen emitido por la “comisión de ética” destinada a sellar el cese de las funciones de este parlamentario.

Sobre el caso de Pedro Pablo Oliva habría mucho que decir; o quizás nada. El propio pintor declara que no le tomó por sorpresa la purga, de lo que se infiere que conocía el precio de su atrevimiento. En cuanto a la noticia en sí, ya diversas agencias de información y numerosas webs han ofrecido los detalles, incluso, no faltan quienes han dado su veredicto, lapidando también a Oliva desde las posiciones más intransigentes del propio “bando disidente”: culpable. Aunque éstos lo acusan exactamente de lo contrario que lo intransigentes revolucionarios, copiando los mismos métodos de descalificación. ¿Los cargos?: haber sido un funcionario representante del gobierno, haber comulgado con las ideas de la revolución, haber pintado a Fidel Castro, haber confesado (por inducción) “ ternura” por éste y agradecer a esa misma difunta revolución haberse convertido en creador. Nada que no hayan hecho alguna vez varios de sus implacables inquisidores. Si algo abunda entre los cubanos es la vocación de ser fiscales, jueces y verdugos de nosotros mismos, olvidando que, si se mira desde una óptica serena y racional, Oliva no solo tiene el soberano derecho de comulgar con las ideas que elija –un reclamo de muchos, incluyendo a sus detractores de ocasión–, sino que, hasta donde conozco, desde sus posibilidades ha prestado verdaderos servicios culturales a su comunidad, más de lo que suele hacer la mayoría de las celebridades de esta ínsula, o de lo que han hecho alguna vez muchos de esos censores.

Por eso he preferido apegarme a los testimonios del propio hereje del momento para hacerme de una opinión lo más justa posible, dejando de lado todos los tribunales de la Inquisición. Lo más esclarecedor para mí es el análisis de los criterios de Oliva a partir de sus propias palabras, es decir, las que expone en la carta que se publicara en el blog de Yoani Sánchez, en las respuestas que diera a la entrevista del compañerito Edmundo García para su programa “La noche se mueve” –una versión miamense de la Mesa Redonda, solo que más coloquial, melosa y con un engañoso toque sensiblero–, así como en la carta que acaba de publicar el pintor en su propia web.

Al margen de las simpatías o antipatías que cada quien pueda sentir por Oliva y por sus criterios o posiciones (recordar que no estamos realmente frente a un político, sino que se trata de un artista que alguna vez creyó oportuno asumir una responsabilidad como funcionario público en una provincia de la Cuba de los Castro), lo cierto es que todo individuo tiene el derecho de rectificar su rumbo. Digamos que el otrora Delegado a la Asamblea Provincial ha decidido retomar sus pinceles y su vocación a tiempo completo después de haber sido castigado por hacer declaraciones que clasifican dentro del amplio abanico disidente. Es decir, en Cuba todo lo que cuestiona la línea oficial en cualquier medida o intensidad clasifica como criterio disidente. Y lo es en alguna medida, aunque Pedro Pablo Oliva no sea para nosotros ¬–o no se haya reconocido a sí mismo– un disidente militante. No es necesario etiquetar siempre a las personas ni formar los dos eternos bandos monolíticos, tan parecidos entre sí: disidentes/no disidentes o revolucionarios/contrarrevolucionarios; que son “buenos” o “malos” según como se relacionen con las ideas del etiquetador.

Por lo que a mí respecta, si Oliva –con todo el prestigio que tiene como artista y como persona– hace declaraciones públicas con las que concordamos muchos, etiquetados o no, a mí me sirve. Aquí no se trata de dos elevados testaferros como Lage y Pérez Roque, que después de su defenestración firmaron sendas carticas de mea culpa exonerando al régimen de toda responsabilidad y echándose encima su propia porquería y la de más arriba. Oliva es otra cosa bien diferente, y hasta ahora no ha abjurado de nada de lo que dijo: ni de lo que nos gusta ni de lo que no compartimos; eso es honestidad y valentía. Si, además, como es el caso, el pintor hizo sus declaraciones cuando ocupaba un cargo oficial, me parecen una prueba irrefutable del estado de descomposición del sistema, que si no apesta más es porque no han acabado de saltar las cerraduras del sarcófago. Bienvenidos sean, pues, los criterios de Oliva, y que pinte mucho, que su obra lo (y nos) engrandece. Yo, disidente confesa, sueño con una Cuba en la que nadie tenga que callar o esconderse para decir lo que piensa. Ni siquiera los comunistas.

En todo caso, la saga de Pedro Pablo Oliva también vuelve a colocar sobre la brasa el tema de la incapacidad de la dirección del gobierno –a todas sus instancias– para encabezar un proceso de transformaciones al interior de Cuba. El verdadero perdedor de este proceso es el régimen. Por demás, si los propios funcionarios “elegidos” no pueden enunciar criterios y son castigados por desobedecer las normas (“código de ética”, le dicen al misterioso ritual de juramentación que priva de la palabra a los representantes, en teoría, de la voluntad popular), ¡qué puede quedar para los simples mortales de a pie, sin voz y con falso voto! La proposición de renovar un sistema sin renovar las ideas; o la intención de jure de vencer el inmovilismo sin romper de facto la rigidez de los esquemas estalinistas enraizados en la ideología gobernante, es absolutamente irrealizable. Ojalá hubiese muchos “Olivas” entre los artistas, intelectuales y funcionarios oficiales de esta Isla. Por lo pronto, seguimos esperando por una declaración de la UNEAC o del Ministerio de Cultura… o al menos por una pequeña nota del Granma, que informe al pueblo sobre las “desviaciones” de este ilustre compañero descarriado. ¡Salud, Pedro Pablo Oliva; y que la honestidad y las musas del arte te sigan acompañando!

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