Un día en el extranjeroPosted: 17 May 2011 09:32 AM PDT
Foto: Leandro Feal
Llegó a Cuba enamorada de la Revolución, a finales de los setenta. Se casó con un general y se instaló en la isla paraíso, para hacer sus sueños realidad. Se codeó siempre con gente de altura, la llamada nomenklatura, y vivió los últimos treinta años como una princesa. La perestroika, la glasnost, la caída del Muro de Berlín y luego el derrumbamiento del bloque socialista le llegaron como ecos de la lejana Europa, que ella sabiamente había dejado atrás. Desde su casa en Siboney escuchó la letanía del Período Especial, pero cuando manejaba el Lada por Quinta Avenida, las cosas no se veían tan mal. Aunque se le iba poco la luz compró una planta eléctrica y, como siempre, su esposo abastecía la bodega del hogar con productos de importación. Los mismos de siempre.
Había hecho algunas amigas, casi todas del Partido Comunista. Sin embargo a principios de los 2000 pocas quedaban en Cuba y todas habían renunciado a sus cargos políticos y al Partido. Nunca la política había sido un tema entre ellas, pero la comida sí, y las cremas, la playa y la buena vida. Poco a poco la necesidad se apoderó de los diálogos: ¿A quién le importaba el mar azul y la arena blanca de Varadero si no había un huevo para poner en la mesa? Pero ese animal de la discordia, la bestia política, no la iba a dejar sola.
Un día decidió regalarle a sus amigas un día especial: playa, restaurante y hotel. Salieron desde por la mañana y regresaron tarde en la noche. Cuando se bajaron del carro una de ellas le dijo satisfecha: ¡Gracias por este maravilloso día en el extranjero! Fue la última vez que se vieron.
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