Los cementerios de aldeas son pintorescos y tristes: tumbas pintadas de cal, con el sol dando todo el día sobre las lozas y unas calles de tierra apisonada por el paso de los dolientes. Son lugares en los que, por lo general, sólo se escucha sollozar. Pero hay un camposanto en el pueblito de Banes que ha albergado insólitos gritos en estos doce meses. Cruces alrededor de las cuales la intolerancia no ha tenido pudor, no ha bajado la voz a la manera que se hace ante una lápida. Desde hace varios días, para colmo, la entrada del lugar está vigilada, como si los vivos pudieran controlar el espacio donde yacen los muertos. Decenas de efectivos de la policía quieren impedir que amigos y conocidos de Orlando Zapata Tamayo vayan a conmemorar el primer aniversario de su muerte.
Quienes ahora mismo patrullan alrededor de la tumba de este albañil saben muy bien que nunca podrán acusarlo –como hicieron con otros– de ser un miembro de la oligarquía que pretendía recuperar sus propiedades. Este mestizo, nacido después del triunfo de la revolución, que no fue autor de una plataforma política ni se alzó en armas contra el gobierno, se ha convertido en un símbolo inquietante para quienes se aferran –ellos sí– a las posesiones materiales que alcanzaron con el poder: las piscinas, los yates, las botellas de whisky, las abultadas cuentas bancarias y las mansiones por todo el territorio nacional. Un hombre criado bajo el adoctrinamiento ideológico se les escapó por la puerta de la muerte y los dejó al otro lado del umbral, más débiles, más fracasados.
A veces, el final de una persona lo coloca para siempre en la historia. Es el caso de Mohamed Bouazizi, el joven tunecino que se prendió fuego frente a un edificio gubernamental porque la policía le había confiscado las frutas que vendía en una plaza. Las consecuencias de su inmolación eran totalmente impredecibles, mucho más el "el efecto dominó" que desencadenó en el mundo árabe. La muerte de un cubano, ocurrida el 23 de febrero de 2010, le ha creado al gobierno una incómoda efeméride en el almanaque. Ahora mismo, cuando Raúl Castro se apresta a celebrar sus tres años al mando de los timones de la nación, muchos se preguntan qué va a ocurrir en Banes, en el pequeño cementerio donde los difuntos están más patrullados que los presos de una cárcel.
Aunque la policía política rodea a muchos, no podrá impedir que durante esta semana –en el interior de las casas– sea más evocado el nombre del difunto Zapata Tamayo que el largo rosario de cargos del General Presidente.
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