EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO
Una Región de Café con Leche y Chicharrones
¿Alguna lección podríamos sacar los latinoamericanos de los recientes y pasmosos sucesos ocurridos en Ecuador, donde un grupo de policías amotinados, exigiendo revocar una ley que les afectaba, secuestraron y agredieron físicamente al Presidente de la República?
Creo que sí. Creo que incidentes de esta naturaleza poseen un radio de acción cien veces superior al simple contexto donde ocurren, y arrojan luces muy claras con respecto a ciertas prácticas que no sólo competen a un puñado de ciudadanos, sino a una región entera.
Lo que tuvo lugar en Quito el jueves último, a mi juicio tiene un calificativo exacto: vergonzoso. Me permito dejar para luego las definiciones de legalidad, de democracia, de constitucionalidad, porque lo cierto es que como espectador televisivo y como latinoamericano al fin, el sentimiento que me generaba ese espectáculo hollywoodense de secuestros, turbas enardecidas, balaceras nocturnas y rescates arriesgados, era solo eso: una profunda vergüenza.
En primer lugar: ¿cuál es el origen de este motín policial que pudo devenir golpe de Estado (aunque difiero de quienes afirman que este era el objetivo inicial)? Se trataba del descontento de un importante sector de la policía nacional ecuatoriana con la aprobación de la Ley de Servicio Público, donde se suprimen ciertos beneficios en salarios extras y bonos gratificantes por sus años de servicio.
La inminente pérdida de estas facilidades había ocasionado ya un estado de opinión desfavorable por parte de los afectados (reacción más que lógica), y precisamente para dialogar con respecto a los nuevos destinos de este capital ahorrado, y sobre la justeza de la aplicación de la medida, el Presidente de los ecuatorianos se personó en el Cuartel General de la Policía en Quito.
El saldo final del presunto diálogo fueron agresiones físicas no sólo a un mandatario, que dígase lo que se diga goza de un amplísimo respaldo popular en su país, sino incluso a un ser humano recién operado, convaleciente de una intervención quirúrgica en la rodilla derecha.
Se lanzaron gases lacrimógenos contra el Presidente. Se insultó y agredió al Presidente. Se le recluyó en el Hospital de la Policía y durante unas 12 febriles horas se le mantuvo secuestrado junto a algunos de sus más allegados ayudantes y funcionarios políticos.
La exigencia por parte de los amotinados, seguía siendo la misma: “Derogue usted esta Ley, y terminaremos con todo”. Palabras más, palabras menos, era el discurso de sus captores.
Ahora bien, la primera pregunta que podría formularse en torno a este acto de barbarie social es: ¿qué clase de confianza pueden tener los ecuatorianos en sus instituciones, luego de que una de las más visibles, y la que por definición debe velar por el orden público, protagonizara semejante acto de incivilización y violencia?
En ese instante, mientras intentaba sopesar mentalmente el impacto de lo que veía en la televisión, recordaba un breve ensayo social de Mario Vargas Llosa. Se titulaba “¿Por qué fracasa América Latina?”, y una de las ideas fundamentales que el genial escritor (en un pasado también político) defendía era que no puede cimentarse un desarrollo sostenible, democrático, en nuestra región, mientras persista el descrédito tan grande que poseen las instituciones, y mientras el pueblo no crea realmente en ellas.
Suscribo al cien por cien esta afirmación. ¿Cómo podemos aspirar los latinoamericanos a alcanzar una prosperidad no sólo económica, sino incluso cultural, social, mientras las instituciones creadas para salvaguardar el correcto funcionamiento de la sociedad se comporten, a ratos, como gángsteres legalizados?
Los latinoamericanos no pueden tener confianza en un proceso renovador mientras los jueces que dictan las leyes sean funcionarios comprables y vendibles, (caso México, por ejemplo), o marionetas que distorsionan la legalidad siempre que un amo gubernamental así lo exija: caso Venezuela.
¿Cómo pretender elevar nuestra región a una categoría más respetable y digna ante los ojos del mundo, si los policías son más corruptos que los narcos, y por momentos el ciudadano común no sabe a quien temer más, si a los delincuentes o a los supuestos agentes del orden?
¿Cómo pueden los latinoamericanos tener el más mínimo nivel de autoestima regional, cuando ha sido más que una práctica, una tradición, el que los ejércitos derroquen a presidentes (justos o injustos, democráticos o totalitarios) y bañen en sangre las calles de su propio país?
Es la primera conclusión que me entregó este nuevo caso de Ecuador: el estado de salud de la democracia en América Latina sigue siendo crítico cuando una institución vital como la policía se cree en el derecho de agredir a la máxima autoridad de la nación, y reclamarle sus exigencias como se hace con cualquier compañero de cuartel.
Podrán sustituirse a los responsables de estas instituciones, pero la conciencia social no sustituye tan fácilmente.
Otro punto importante a tener en cuenta es la velocidad conque muchos mandatarios de nuestra región se apresuran a ponerse en ridículo ante un incidente de estas magnitudes.
Yo, que no soy ni de lejos político, entiendo como una cuestión primaria de esta profesión la mesura y el tacto para pronunciarse cuando las fichas no están aun claras sobre el tablero.
Pues bien, dos presidentes que no titubeo en definir como lo más lamentable de la América Latina actual, Hugo Chávez y Evo Morales, no perdieron tiempo en fungir como hazmerreíres una vez más, ahora con la crisis de Ecuador como escenario.
El primero fue el comandante Chávez, a quien recuerdo cínicamente afirmándole a Jaime Bayly, en una entrevista televisiva en 1997 antes de su investidura presidencial, que si triunfaba en las urnas no “se llevaría mal” con los inversores extranjeros, que respetaría la propiedad privada y la libertad de expresión tan necesaria para su país.
Bueno, pues este paradigma de la arrogancia gubernamental de hoy, no perdió un segundo en vociferar que los Estados Unidos eran los verdaderos orquestadores de este golpe de Estado, y así lo repitió un par de veces más, por si acaso el sonriente aymara que le administra Bolivia no había escuchado bien lo que debía decir al pronunciarse. Evo escuchó, desde luego, y repitió con fidelidad clonada.
Con casi la misma celeridad que el resto de los Gobiernos denunciantes, el de los Estados Unidos rechazó oficialmente y sin medias tintas este acto contra el Presidente de Ecuador.
Ni siquiera el Gobierno cubano se ha atrevido esta vez a acusar a los americanos, al menos de forma pública, de estar detrás del incidente. Tampoco lo ha hecho el principal afectado, Rafael Correa, quien en otros momentos no ha dejado de enfrentarse a la política estadounidense de la mano con sus aliados Chávez y Evo. Pero estos dos, uno como voz y otro como eco, fueron consistentes en su empeño perenne de ser los mandatarios menos respetados de nuestro hemisferio.
Creo que el caso de este acto de insubordinación policial en Quito, todavía nos dejará materia para el análisis. Sacará a flote si, como Rafael Correa denunciara desde el primer momento (también desatinadamente, sin pruebas concretas) el ex presidente y golpista Lucio Gutiérrez tuvo su mano en esto, o si fue tan sólo un acto coordinado por la inconforme policía.
Digan lo que digan los partidarios de ambas hipótesis, no hay evidencias claras que circunscriban el hecho tan solo a un descontento de agentes, ni a que hubo un presunto golpe de Estado donde Gutiérrez pudo tener responsabilidad activa.
Pero lo que sí podemos marcar ya como la lección definitiva tras la agresión que sufrió un Presidente en pleno ejercicio de su mandato, por parte de policías negados a perder algunos de sus beneficios económicos, es que demasiado queda por hacer aún en Latinoamérica para construir países de Primer Mundo, no sólo en el aspecto económico, sino mental.
Una anécdota muy cubana refiere que un conocido político, durante el período presidencial de don Tomás Estrada Palma a inicios de la República, no encontró mejor manera de describir el maltrecho espíritu cívico de Cuba que diciendo: “Este es un país de café con leche y chicharrones”.
Ofensivo, pero real: las naciones latinoamericanas, con tanta tradición de sangre y reyerta, donde tres golpes de Estado pueden ocurrir en un mismo país en menos de una década, donde no se ha muerto la costumbre de aupar dictaduras, y donde en pleno siglo XXI se puede abofetear a un Presidente si este nos quita unos bonos gratificantes, no ha dejado de ser, salvo honrosas excepciones, una región de café con leche y chicharrones.
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