Ex presos relatan sus sufrimientos en las cárceles
Jose Luis Garcia Paneque deja ver las huellas del presidio en Cuba. (AP Photo/Arturo Rodriguez).
Por FABIOLA SANTIAGO
fsantiago@MiamiHerald.com
Sopa de cáscara de plátano. Un grasiento y amarillento sebo de res sin sabor como acompañamiento. Un potaje "de jirafa," así nombrado porque "se te estira el cuello de tanto buscar a ver qué tiene dentro." Ojos, orejas y otras partes no identificables servidas como el plato principal.
La comida, conocida como patipanza, es uno de los platos típicos que se sirven en las cárceles cubanas, según los presos políticos liberados y expatriados a la capital española bajo un acuerdo negociado por la Iglesia Católica y el gobierno español.
"No se molestaban ni en sacarle los pelos y tenía tremenda peste'', declaró Mijail Bárzaga, de 43 años, quien pasó siete años en las cárceles cubanas.
En El Pitirre, una prisión de La Habana donde pasó dos años, la comida era más aceptable que en otras, relató Bárzaga, pero las porciones de arroz, picadillo aguado y chícharos se iban haciendo cada vez más pequeñas.
"Los guardias nos robaban lo que nos tocaba a nosotros, se lo robaban a la Dirección de Prisiones para darle de comer a sus familias y para venderlo en el mercado negro," dijo Bárzaga. "Robarle a un ser humano en prisión, donde no puede hacer nada, eso es denigrante, el punto bajo de la humanidad."
Frecuentemente había suciedad en el fondo de las cazuelas.
En otras ocasiones encontraron gusanos y otros bichos en la comida.
"Kafka no pudo escribirlo peor'', indicó Ricardo González Alfonso, un periodista independiente condenado a 20 años tras su arresto en la Primavera Negra del 2003.
Dos de los presos liberados en España --José Luis García Paneque y Normando Hernández-- sufren de graves enfermedades debido a la desnutrición y el confinamiento. Lo mismo le sucede a Ariel Sigles Amaya, un saludable atleta cuando fue detenido en el 2003, confinado ahora a una silla de ruedas. Traído de La Habana a Miami esta semana para tratamiento médico, Sigler está siendo tratado en el Jackson Memorial Hospital.
En Madrid, casi todos los ex presos entrevistados por The Miami Herald dijeron haber sufrido de algún tipo de problema digestivo severo. Uno está bajo atención psiquiátrica porque sufrió un grave episodio de estrés post traumático en el hostel donde algunos de los cubanos fueron albergados temporalmente en un suburbio industrial de Madrid.
Según organizaciones de derechos humanos --como Amnistía Internacional y Naciones Unidas, que llevan años monitoreando las cárceles cubanas-- las condiciones han sido duras e inhumanas durante los 51 años del régimen de los hermanos Castro.
El gobierno cubano, sin embargo, desmiente las alegaciones de abusos y en el 2004 patrocinó un recorrido de los medios de comunicación sin precedentes por ciertas partes del Combinado del Este. Fotos distribuidas por Getty Images muestras reclusos bien alimentados y bien vestidos (camisas blancas y pantalones azules) con tenis nuevos, tomando clases en computadoras, participando en actividades al aire libre y albergados en galeras bien ventiladas.
Pero los presos recién liberados --la mayoría de ellos periodistas independientes que fueron a la cárcel por haber recogido hechos sobre sobre la vida en Cuba y publicarlos en el exterior-- describen un cuadro muy diferente. Su detalladas narraciones de primera mano apoyan las acusaciones de abusos, corrupción e instalaciones insalubres.
Los ex presos, acusados de conspirar contra la seguridad del Estado por haber reportado sobre eventos en Cuba y condenados a entre 15 y 27 años tras juicios sumarios, fueron mantenidos en instalaciones de máxima seguridad junto con delincuentes empedernidos.
Detenidos el 18 y 19 de marzo del 2003 en una masiva ola represiva en toda la isla, los hombres fueron a la cárcel bajo la Ley 88, conocida con la ley mordaza, que le permite al gobierno encarcelar a cualquiera sospechoso de participar en actividades que las autoridades perciban como lesivas a la soberanía de Cuba.
Todos fueron llevados a cárceles a cientos de millas de sus familias y lugares de residencia, en un país donde la mayoría de los habitantes no tienen carro y el transporte público está saturado o ni siquiera existe en los pueblos rurales.
Según los presos, tenían que hacer sus necesidades en huecos en el suelo de sus pequeñas celdas que se desbordaban tras lluvias torrenciales.
En las celdas habían ratas, cucarachas y escorpiones, dijo Julio César Gálvez.
Y justo cuando los presos y sus familias se iban ajustando a una prisión, eran trasladados a otra.
"A mí me trasladaban constantemente de prisión a prisión a lugares remotos donde mi familia no podía venir a visitarme'', relató José Luis García Paneque, un cirujano plástico que era un hombre corpulento de 190 libras cuando fue enviado a la cárcel y en la actualidad apenas pesa 101 libras.
Paneque toma una libreta de notas de un reportero y hace un dibujo de una de sus celdas en la prisión: un agujero en el suelo que sirve de inodoro y ducha, un vertedero con un grifo que sólo se activaba unos minutos al día, una cama de metal con una delgada colchoneta de espuma de goma.
Casi podía tocar las paredes si estiraba los brazos, dijo.
"Todas las celdas son iguales: pequeñas y sin ventanas'', relató.
Las celdas de confinamiento, que se usan para castigar a los presos, son incluso peores.
"El encierro en celdas solitarias es el trato más cruel e infrahumano, el castigo más cruel que se le puede aplicar al ser humano'', expresó Paneque.
Estar entre delincuentes significaba una amenaza, pero los prisioneros políticos dijeron que se ganaron el respecto de los presos comunes al explicarles porqué estaban en la cárcel.
"Les dimos una educación política y nos ayudaron'', comentó Bárzaga.
Cuando llegó por primera vez a una prisión en Villa Clara, agregó Bárzaga, no había disponibles utensilios para comer. Los presos comunes --los que están en la cárcel por delitos comunes, en vez de políticos-- le fabricaron una cuchara de una lata y una taza de una botella de agua plástica que cortaron.
Algunos de los presos comunes ayudaron a los presos políticos a sacar de contrabando cartas y documentos donde denunciaban las condiciones en que vivían.
Los presos políticos también fueron testigos de cómo los presos comunes reaccionaban a medidas drásticas, enfermándose a sí mismos --prendiéndole fuego a las colchonetas y enrrollándoselas por encima, cortándose los ojos-- para llamar la atención de un guardia para que lo enviara a la enfermería.
"Yo vi a un prisionero inyectarse excremento en las venas. Eso nadie me lo dijo, eso lo vi yo con mis ojos'', declaró Omar M. Ruiz Hernández. "Se cosen la boca con alambre. Lo hacen para protestar las condiciones o por algo que les pertenece y no le dan''.
A pesar de las condiciones insalubres y la mala comida, la parte más dura en la prisión eran los efectos psicológicos de estar confinado.
Las visitas familiares y las llamadas telefónicas eran escasas y se suspendían de forma arbitraria. Las cartas se las entregaban a los presos tres o cuatro meses de haber sido escritas. Varios presos hicieron huelgas de hambre para protestar por los maltratos.
Dos de los ex prisioneros, Léster González, de 33 años, y Pablo Pacheco, de 40 años, dijeron que lograron sacar de la prisión diarios que trajeron a España y esperan poder publicar.
Con la ayuda de amigos en el exterior, Pacheco publicó el blog "Voces tras las rejas''. De forma periodística tradicional, Pacheco atribuye su información a "este reportero en cautiverio'' (él mismo) o a "varios reclusos que presenciaron [lo que él reporta]'' sobre la sobrepoblación en Canaletas, un caso de tuberculosis, un prisionero que se automutiló después de que se le negó atención médica y casi muere desangrado en su celda. Pacheco también escribió cómo las autoridades le quitaron un equipo de música y fotos familiares que su esposa le llevó, y cómo no se le permitió asistir a un concierto que el trovador Silvio Rodríguez dio en la prisión.
Para algunos, la sentencia de cárcel significó el fin de relaciones amorosas y amistades.
"La madre de mi hija vino a verme para decirme que se había terminado nuestra relación'', afirmó Léster González. "Se me jodió toda la vida. Me sentí perdido, quería morirme''.
Esa noche, un guardia estuvo apostado frente a su celda, ya que lo colocaron en una alerta de suicidio durante un tiempo.
Omar Rodríguez, periodista gráfico cuyas fotografías muestran una Habana en ruinas y sus habitantes viviendo en una terrible pobreza, usó su sabiduría callejera para sobrevivir en la cárcel. Rodríguez cumplía una sentencia de 27 años por fundar una agencia de noticias en La Habana.
Para sobrevivir, dijo Rodríguez, había que relacionarse con los guardias "con dignidad''.
"A todos los traté como personas sufridas de un pueblo'', indicó Rodríguez. "Nunca les dirigí lo que me dirigieron a mi: odio''.
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