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domingo, 13 de junio de 2010

CUBA: DE MARIONETAS Y OTROS ACTORES


EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO

Autonomismo y Disidencia, recordatorio de la realidad / por: Hugo J. Byrne
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Un recordatorio de la realidad)

Por Hugo J. Byrne

Años atrás durante un acto conmemorando el 7 de diciembre, pregunté a la concurrencia si alguien recordaba quién en la historia de Cuba había sido José María Gálvez. Tres personas levantaron la mano. Entonces pregunté quién entre los presentes desconocía quién había sido Antonio Maceo, rogando que quien no lo conociera también levantara su mano. Nadie lo hizo. Todos los presentes sabían quién había sido Maceo.



Afirmaba así que en la historia sólo aparecen prominentemente quienes cambian su curso. José María Gálvez presidía el Partido Autonomista de Cuba y aspiraba a un gobierno colonial respetuoso de los derechos del pueblo en la Isla. Trabajaba por una sociedad justa dentro del sistema colonial. Su éxito dependía de la cooperación del gobierno de la Metrópolis. Maceo por su parte, aspiraba únicamente a la independencia de Cuba y en consecuencia sólo ofrecía guerra y tea, extremo que había hecho claro en Mangos de Baraguá en 1878. El triunfo de su causa no dependía de la buena voluntad de Madrid, sino del éxito de la insurrección.



El dilema encarando a Gálvez era que el interés colonial estaba reñido con el de un gobierno autónomo en La Habana que permitiera comercio libre a Cuba. El desarrollo de la industria del azúcar demandaba de los cubanos comerciar directamente con los mercados más cercanos. Eso habría dejado fuera del juego al intermediario colonial, anulando las enormes e injustas ventajas materiales que para Madrid representaba Cuba como dependencia ultramarina. La autonomía real hubiera transformado la colonia isleña de una ganancia comercial enorme a una pérdida considerable. Por esa sola razón Gálvez nunca tuvo la menor posibilidad de éxito.



La única vía de obtener libertad de comercio era la independencia. Y la única manera de lograrla era cortar las coyundas que nos amarraban a la “Madre Patria” con la guerra. Poniendo mi pregunta en el contexto adecuado, esa es la razón por la que no se recuerda a Gálvez y sí a Maceo. Sólo el segundo alcanzó la fama póstuma. El mismo motivo hace que el régimen de Castro niegue el 20 de mayo de 1902 como el origen de nuestra República. ¿Se imagina el lector a Castro reconociendo que el mercantilismo capitalista nos hizo independientes?



Analicemos nuestra actual situación a la luz de esa experiencia. Estamos sufriendo un régimen totalitario que obtuvo el poder por medios violentos y que lo ha mantenido por la misma vía durante 51 años. Los puntales del régimen que, a diferencia de la errónea percepción popular no son sus voceros, tienen una identificación con el sistema que ha sido meticulosamente sellada en sangre. La violencia es la estructura misma del sistema y la que procurará perpetuarlo más allá de la muerte o incapacitación de los hermanos Castro.



Son estos organismos los que concentran los resortes del poder absoluto del régimen, lo que incluye por supuesto el aceitado y eficiente aparato de terror. El Partido Comunista, su Comité Central y La llamada Asamblea del Poder Popular, etc., son entidades de relaciones públicas, ausentes de poder político y a expensas de las decisiones del Consejo de Estado, que dirige a Cuba con mano de hierro. La eventual sucesión en el sistema totalitario castrista es decidida por este furtivo y diminuto cónclave.



Es fácil comprender que esa dirección política absoluta decide y decidirá lo que pueda o nó suceder en Cuba, mientras monopolice el uso de la violencia. Lo que conocemos como disidencia pacífica interna, en todas y cada una de sus manifestaciones, sólo puede ocurrir con la anuencia implícita o explícita del régimen, dependiendo de la legitimidad o ilegitimidad del individuo o grupo disidente.



Que no todas las organizaciones e individuos identificados con la “disidencia” son legítimos quedó perfectamente demostrado durante el arresto de los setenta y cinco opositores en el año 2003. Casi el diez por ciento entre los presuntos “disidentes” se identificaron a sí mismos como agentes infiltrados de la seguridad castrista, prestando declaración acusatoria contra los arrestados. Entre ellos estaban quienes habían enviado escritos que fueran publicados por la prensa exiliada a bombos y platillos. Entre ellos estaban quienes habían llevado la voz cantante en recepciones diplomáticas que incluían la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana.



Al igual que ocurriera con los cubanos en el siglo XIX, quienes aspiren hoy a obtener una sociedad civil para nuestra patria, si honestamente tratan de alcanzarla por medios pacíficos, encontrarán siempre una oposición oficial absoluta. Una sociedad civil no puede obtenerse sin la cooperación de quienes detentan el poder, cuando ese poder es absoluto. La autodisolución voluntaria del sistema es imperiosa para cualquier tipo de “transición pacífica”. El insalvable obstáculo reside en que la voluntad de autodisolución no existe, porque el reconocimiento de derechos implicaría inexorablemente justicia para los millones de cubanos a quienes esos derechos han sido suprimidos por casi 52 años.



Quienes detentan el poder saben de sobra que un estado de derecho recabaría justicia para los millones que fueron despojados de su honrado modus vivendi o legítima propiedad, para los cientos de miles que han sufrido y sufren el horror del presidio político castrista y en especial, para los miles o las decenas de miles que han sido asesinados a mansalva o que han perecido injustamente por la existencia ilegal de régimen.



La aparición de la “disidencia pacífica” en Cuba exige de quienes se preocupen seria y honestamente por el futuro de nuestros compatriotas y por nuestro derecho a reconstituir una sociedad civilizada, un análisis racional de sus reales perspectivas de éxito. Ese análisis conduce inexorablemente a una conclusión objetiva: La disidencia pasiva tiene aún menos probabilidades de éxito político en la Cuba de hoy que la que tenían los autonomistas de 1878. ¿Por qué?



De haber aceptado Madrid las demandas autonomistas, las únicas pérdidas para la colonia, aunque descomunales, habrían sido sólo de índole económica. Quienes hubieran abusado de sus posiciones burocráticas o castrenses, aparte de la inherente humillación de perder los gajes del poder político, habrían podido regresar a España a disfrutar de seguridad y libertad personales. Sus abusos y crímenes habrían permanecido impunes. Eso fue lo que ocurrió de todas formas, después del inevitable final de la llamada Guerra Hispanoamericana, guerra que Madrid sabía que habría de culminar en derrota y que a pesar de eso increíblemente aceptara con el único inútil propósito de mantener la hegemonía monárquica en España.



Los castristas responsables de crímenes (QUE SON QUIENES DETENTAN EL PODER) tienen muchísimo más que perder con la instauración de un estado de derecho en la Cuba de hoy. Son demasiados para pretender refugio en el extranjero y entre pertenecer a una clase privilegiada, aunque ese privilegio cada día se reduzca más en virtud de la ineficiencia y miseria concomitantes al socialismo, o la probabilidad de terminar la vida en la prisión o incluso el cadalso, la disyuntiva no es difícil.



Por otra parte, la presencia en Cuba de la llamada “disidencia” representa también un aspecto positivo para el régimen y por eso es parcialmente tolerada. Esa presencia significa un cierto alivio a la presión social que produce la miseria colectiva y una cierta justificación política a la propaganda castrista de “tolerancia” en el exterior. También constituye una cantera de posibles rehenes con los que el régimen pueda extorsionar a sus críticos en el exterior, como lo demuestran las manipulaciones recientes entre La Habana y la Unión Europea.



Algunos conocidos disidentes como Elizardo Sánchez Santa Cruz y el creador del llamado “Proyecto Varela”, Oswaldo Payá Sardiñas, coinciden con el régimen castrista, no sólo en la denuncia hipócrita al embargo económico norteamericano, sino también en el contínuo ataque al exilio militante. La facilidad asombrosa con que desarrollan sus actividades, las que incluyen privilegios del sistema indican objetivamente una medida de complicidad oficial en sus quehaceres. Es significativo (y notorio) que ambos; Sánchez Santa Cruz y Payá Sardiñas, no fueran apresados durante la muy publicitada represión a la disidencia en el 2003. Ambos fueron frecuentemente “arrestados” con antelación a esa fecha, pero con la excepción de un período en los campos de “rehabilitación” de la UMAP para Payá Sardiñas, nunca por más de pocos meses y nunca mezclados con otros prisioneros políticos. Estudiemos con cuidado el decir y el hacer de aquellos “disidentes” que terminan por ubicarse en el extranjero.



Algunos grupos “disidentes” avanzan programas socialistas, e incluso los hay quienes reclaman trabajar por el rescate del “verdadero socialismo”. Estos últimos nos recuerdan a los guardias judíos del Ghetto de Varsovia, quienes sumisamente obedecían las órdenes nazis, llevando en el brazo izquierdo la estrella de David y en la mano diestra la cachiporra.



Sería absurdo olvidar que los agentes del régimen han logrado infiltrar casi todas las organizaciones revolucionarias oponentes, tanto en Cuba como en el exilio durante años. Desde el notorio “Hombre de Maisinicú”, pasando por la captura de la guerrilla del Escambray que comandaba Pedro Emilio Carretero, usando a los mellizos de La Guardia quienes se hicieran pasar por agentes norteamericanos, hasta llegar a la lideratura militar en una de las más activas organizaciones exiliadas en los años ochenta y la infiltración de Hermanos al Rescate que culminara en el asesinato alevoso de cuatro de sus miembros en 1996, el castrismo ha demostrado notable capacidad en esa infame labor.



Si la tiranía ha logrado infiltrar efectivamente organizaciones oposicionistas conspirativas, dentro y fuera de las fronteras de la Isla, ¿qué le impediría no sólo infiltrar, sino controlar y usar a otras que operen abiertamente dentro del terrotorio cubano y son presuntamente obedientes a la llamadas “leyes socialistas”? Todas estas consideraciones amigo lector fuerzan una sóla conclusión lógica. Los trabajos de la llamada disidencia demoran el único proyecto que necesita Cuba y el que en definitiva, más tarde o más temprano y por fuerza de realidades incontrovertibles ha de imponerse en el futuro de nuestra patria.

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