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Cubamatinal / Vejada en las peores cárceles y celdas de la isla. Sitiada e incomunicada en su propia casa. Perseguida con saña por doquier. La disidencia cubana vive dispersa, encadenada y amordazada, tildada con el sambenito de «contrarrevolucionaria» y el cartel de especie en extinción; apenas sublimada por una joven oposición virtual, bloguera, de gran eco exterior y nula repercusión interna. La muerte del preso político Orlando Zapata tras 85 días de huelga de hambre –secundada ahora por otros cinco activistas– ha causado asimismo un gran impacto en el mundo, pero quedan por ver sus efectos en la isla, donde el único crítico desplante sigue reducido a los chistes y los comentarios socarrones e indomables de los cubanos.
Por Toni Cano
México, 1 de marzo/ el periodico.com/ Uno de esos cuentos dice: «Bastan dos cubanos para crear un grupo disidente. Cuando son tres, aparece el primer disidente interno. Si llegan a cuatro, el cuarto es de la seguridad. Y si son cinco... Pero bueno, ¿se ha visto alguna vez a cinco cubanos poniéndose de acuerdo en algo?». Así, cuando hace 20 años los opositores empezaron a unirse formaron innumerables grupos pequeños, casi familiares. El que dice tener más miembros, Arco Progresista, los cifra en «400 a lo largo de la isla».
Fueron varios de los principales compañeros de revolución los primeros que se convirtieron en disidentes del régimen encabezado por Fidel Castro. Pero Fidel les apretó las tuercas, hasta ver pasar los cadáveres de sus enemigos. Por ejemplo, Gustavo Arcos. Iba con Castro en el asalto al cuartel Moncada, inicio de la revuelta guerrillera, y murió hace dos años y medio en La Habana, con su imagen no solo denigrada, sino también recortada de las fotos oficiales. Su propia vivienda fue reducida para crear una habitación en la que vivía un agente de seguridad.
«COMO LUIS XIV» / Gustavo Arcos fundó el Comité Cubano de Derechos Humanos y lo mantuvo con su hermano Sebastián y Jesús Yanes, exjefe de la escolta de Castro. Los tres fallecieron, y dejaron un vacío en la contabilización y la difusión de las violaciones y los presos políticos, que ahora rondan los 200. Arcos solía comparar el poder de los hermanos Fidel y Raúl Castro con el de los antiguos reyes europeos: «Como Luis XIV, pueden afirmar: El Estado soy yo».
El Gobierno ha reprimido de todas las formas posibles a cuantos han tratado de alzar la voz frente a la línea ideológica oficial y más aún a los que desafían el sistema constitucional de partido único y la prohibición de cualquier otra asociación política. Sus dirigentes han sido hostigados, encarcelados por «peligrosidad social» u obligados al exilio. Su lucha por la democracia, la libertad y los derechos humanos los convierte en «mercenarios del imperialismo estadounidense».
Muchos los rehuyen desde que los inicios de esa «contrarrevolución» estuvieron ligados a los sectores más duros del exilio de Miami, que durante años soñaron con la solución militar. «Una de las dificultades de la oposición es el alejamiento de la gente», reconoce Manuel Cuesta, dirigente de Arco. En Cuba no hay lugar para que nada florezca al margen del ubicuo Partido Comunista. El malestar social siempre se reflejó sutilmente en la improductividad laboral y tuvo como salida una balsa en el mar o la petición de asilo en un aeropuerto extranjero.
En el exilio acabaron los principales referentes de la nueva disidencia que, especialmente en el campo intelectual, se forjó a fines de los 80. Los opositores que permanecieron en la isla y crearon nuevos grupos no siempre han sabido sortear con éxito las acusaciones de ser «empleados de la Oficina de Intereses» norteamericanos. Intentos posteriores, de un tamiz socialdemócrata, liberal o cristiano, hallaron todo tipo de obstáculos para hacer circular sus opiniones e incidir en la sociedad.
AGENTES INFILTRADOS / Las limitaciones institucionales no son nada si se comparan con el cerco de la seguridad del Estado. Los agentes de inteligencia suelen infiltrarse en los grupos opositores y, cuando no lo logran, buscan destruirlos por modos más expeditivos. Para ello cuentan con la colaboración de «los vecinos»: los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) y las Brigadas de Acción Rápida, que realizan acciones de hostigamiento contra los opositores y celebran «mitines espontáneos» frente a sus casas.
Aun así, son cada vez más frecuentes las expresiones de rechazo oblicuo o más abierto. Una de las más recordadas fue en la Universidad, donde un estudiante puso en ridículo a Ricardo Alarcón, uno de los dirigentes históricos del régimen. La críticas circulan por demás en blogs, se hacen sentir en la cultura y el humor. Pero ni los contados disidentes ni ese 10% del electorado que no va a votar o anula su voto han logrado ningún espacio de incidencia.
Ni hablar pueden. Se requiere una docena de llamadas telefónicas para que el laureado opositor democristiano Oswaldo Payá hilvane una frase entera: «Después de 51 años del mismo régimen opresivo, con las mismas personas en el poder, el pueblo de Cuba quiere respirar un nuevo aire de libertad y reconciliación».
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