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sábado, 27 de febrero de 2010

Lula da Silva (Luis Ignacio). Biografía de un Luchador Social

A Lula no quisieron aguarle la fiesta con los Castro


La historia de Luiz Inácio ‘Lula’ Da Silva parece sacada de un culebrón de la TV Globo. A pesar de haber estudiado sólo hasta el 5to. grado de primaria, Lula es un tipo de inteligencia natural, estadista diestro y hábil estratega a la hora de las maniobras políticas.

Se hizo un gigante en las luchas sindicales allá por los años 70, en el cinturón industrial de Sao Paulo, donde laboraba en una metalurgia. Lula es la versión latinoamericana del polaco Lech Walesa y su sindicato Solidaridad. Nunca fue comunista y ha sido un crítico firme de los antiguos regímenes totalitarios de Europa del Este.

Católico practicante, en 1982 creó el Partido del Trabajo, y gracias a su faena a destajo, esta organización se convirtió en uno de los principales actores en el mapa político de Brasil. Como todo buen brasileño, le gusta la cachaça, la farra y el fútbol. Es hincha del Corinthian y apuesta porque el DT Dunga traiga de vuelta a casa la sexta copa, del mundial que se efectuara en junio de este año en Sudáfrica.

Llegó al gobierno después de tres candidaturas perdidas. En su caso a la cuarta fue la vencida. Contrató, como asesor de su campaña al número 1 de Brasil en su especialidad. Y éste lo llevó en volandas hasta el Palacio del Planalto. Claro, que Lula cambió de discurso. Se dio cuenta que dirigir un país es mucho más que obreros, meninos de la rua, favelados de toda la vida y gente sin tierra. No atemorizó a los ricos y se alió con el FMI y el Banco Mundial al que puntualmente nunca ha dejado de pagar hasta el último centavo de la deuda brasileña.

Lula es un producto logrado de la cirugía política. Un fruto del marketing. Un crack de la nigromancia y el travestismo político. Sus campañas de Hambre 0 no han logrado mucho. Brasil sigue siendo uno de los países más desiguales del mundo. Y ciudades tan bellas como Río de Janeiro, de las más violentas.

Negros y mestizos cuentan poco en la vida social y política del país, a no ser que seas futbolista, santero de Bahía o músico carioca. Este año, Lula vuelve a su casa, en Sao Bernardo do Campo, con un Brasil entre las 25 primeras potencias económicas del planeta, pero con una repartición desigual de la renta y pocas opciones para dar entrada en el pastel financiero a los de abajo.

En lo internacional ha cosechado éxitos. Es el ojito derecho de Obama y en los foros internacionales los representantes de países ricos tienen debilidad por el obrero que llegó a presidente. Aunque Fidel Castro y sus socios, Chávez y Morales, en algunas ocasiones le han serruchado el piso al brasileño barbudo.

A ratos, Lula ha tirado hacia un rincón la ideología de izquierda. Pero ésta pesa más que la sangre. Y antes de terminar su mandato, quiso darse una vuelta por La Habana, para despedirse de su amigo Fidel y hacer algún negocio con la Cuba del General Raúl Castro.

Está en su derecho, como presidente de una nación soberana. El lado flaco de Lula en su estancia habanera, fue hacer caso omiso de la muerte debido a una extensa huelga de hambre del opositor pacífico Orlando Zapata Tamayo. Se le preguntó sobre el tema y habló de otra cosa. Se hizo el sordo.

Quizás Lula desconocía que el mestizo de 42 años a quien el 25 de febrero dieron sepultura en Banes, Holguín, un pueblo del oriente a 850 kilómetros de la capital, fue un obrero-peón de albañil- como él, a favor de la democracia y de los derechos humanos, como lo fue el propio Lula.

Sus asesores no quisieron aguarle la fiesta con los Castro. Y Lula prefirió el silencio. El presidente brasileño de los pobres, obvió que el mismo día de su llegada a La Habana, murió un cubano simple, sólo por reclamar lo mismo que él ha reclamado toda su vida de sindicalista, político de oposición y estadista. Pero a pesar de vivir períodos de dictadura militar en Brasil, Lula tuvo mejor suerte que Orlando Zapata Tamayo.

Una noche, en la soledad de su casa, tomando un cafezinho, quizás Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva reconozca lo ruin y cobarde que fue al negar tan siquiera una palabras de pésame a la madre atormentada de un hombre que, como él, quería lo mejor para su país.

Iván García

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